Infinite

Presentar palabras. Hablar palabras



La primera vez que presenté palabras fue a medio correr, dentro de un sobre tamaño folio y con un bocata de salchichón en la otra mano. Dos poemas en Courier New, hechos en máquina de escribir electrónica. Ordenadores no, todavía nos enseñaban MS-DOS en las clases de informática y la máquina era mejor que la impresora. Estaban firmados por Sirenn Sideny  (lo de los seudónimos con S viene de lejos).

Digo a medio correr porque la encargada de la revista en el instituto tenía prisa; apenas cruzamos unas palabras en ese intercambio del recreo. Que los guardaba y ya se vería si los seleccionaban. Dos meses después, llegó el ejemplar correspondiente. Pasé páginas, y páginas, y más páginas. Parecía que no los habían seleccionado, tal como temía. Lo que no esperaba era encontrarme ese centro anatómico de la revista,  donde estaban las grapas que sostenían los 40 folios A3. Justo en el centro, uno enfrente de otro, los dos poemas. Más aún, el chaval de redacción (ilustrador y poeta) había elaborado un dibujo para adornar la doble página.

La segunda vez que presenté palabras fue al año siguiente, también en un sobre. A diferencia de otras ocasiones no lo envié por Correos, sino que fue entregado en mano al rubicundo profesor de Lengua y Literatura. Lejos de exaltarme cuando el poema ganó el Concurso de Primavera, encontré la explicación en que las categorías iban por cursos, y en mi curso abundaban los individuos atrapados en la efervescencia hormonal. No los veía sentándose a escribir. Y aquel premio nunca se quedaba desierto.

La tercera vez fue un acto impulsivo, entre el orgullo y la rabia. Las faltas de asistencia en Literatura universitaria de 3º corrían en mi contra. Quise añadir un trabajo más a la decena y pico de análisis de libros, para establecer bien claro que la actitud personal (favorable) hacia la asignatura no tenía discusión posible. Un librito autoimpreso, con las herramientas ya aprendidas de QuarkXPress, Photoshop, poemas y dibujos propios.

Del pequeño libro no se volvió a hablar, pero en los breves intercambios de clase sí apareció aquello de "la paciencia en el oficio" e incluso vi una copia inédita del libro en el que estaba trabajando el profesor.

La primera vez que hablé palabras fue en un recital, parte del montaje fin de curso en Interpretación. Una lectura de poesía dramatizada, o poesía reinterpretada, o teatralizada. Cosas de la profe de entonces, que como todo buen profesor de Teatro, estaba muy loca. El reto en mi caso fue transformar un poema del cansino Bécquer en algo entre divertido y terrorífico, con banda sonora de "Entrevista con el vampiro", un vestido estupendo, una rosa negra con cintas (negras) y maquillaje blanco. Después recité, con esas pintas, líneas propias.

La segunda vez que hablé palabras fue una serie de recitales por distintos escenarios. Algo como de incógnito, a fin de cuentas no había un libro impreso que avalara todo el montaje con versos propios de aquellas noches. Tampoco era un espectáculo de cuentacuentos, tan de moda aquel entonces.

La tercera vez que hablé palabras fue el 29 de febrero del año pasado. En una actividad Polisémica de micro abierto, donde me apunté repentinamente. Ante un publico desconocido, recité versos elaborados aquella misma tarde.

La cuarta vez histórica ha fusionado ambas corrientes, presentar y hablar palabras. Que para eso era un Festival Mayúsculo, todo a la vez. Y la actividad de Novos me enfrentó a todos los demonios pasados, en formas que ni siquiera podía haber llegado a imaginar. Muchas ciudades y muchos sobres por correo después.

Primero tuve que presentar palabras, esta vez con e-mails y pdfs, que ya hemos adelantado lo de sobres de papel. Después tuve que hablar palabras pero con una experiencia nueva: resumir, argumentar y explicar el universo de un libro ante tres editores distintos. Esta vez no era hablar de un libro ajeno, ni un comentario de texto, sino de un libro mío.

Por supuesto que iba con la agradable perspectiva de no será para tanto, aunque en los pasillos decían otras cosas: número elevado de aspirantes, no todos habían sido seleccionados.

A la primera entrevista llegué 5 minutos tarde, y sufrí un fuerte déjà vu con aquellas tempranas clases de Literatura en las que había que explicar el análisis de un libro, en formato como de examen oral-personalizado en la mesa del profesor. No sabía por dónde empezar hasta que arranqué y faltó decir el número de comas y puntos seguidos que había en cada página.

La primera entrevista escuché lo que quería escuchar: hay que trabajar más la idea, etc. No dio la impresión de actividad rutinaria, porque realmente se lo había leído. Me señaló dos párrafos y empecé a pintorrear la copia impresa que llevaba, dos párrafos que, sacados de contexto y sin el resto de la historia, leídos al azar tomando café, resultaban patéticos. Reí sinceramente y pinté rayas y astericos para las correcciones en casa.

La segunda entrevista dejó de gustarme. El editor se había tomado la molestia de imprimir (a color) el trabajo presentado, e incluso había localizado (y leído) este blog, cuya dirección no adjunté en la solicitud previa. Hola. Que sí, que la idea estaba bien. Tengo curiosidad por saber más, qué le pasa al personaje.

La tercera entrevista, el Domingo de Ramos, fue con una editora. Iba con resaca Loopoética, apenas cuatro horas de sueño. Y de entrada, empezó todo muy mal. La editora reconoció al instante el estilo de la portada y preguntó por qué. En vez de fingir o mentir, dije la verdad: que la había soñado tal como estaba, tal como conté aquí. Me dio nombre y dirección de contacto de esa editorial. Flipé. Me dio un montón de direcciones más. Desaparecí de esa mesa y de esa silla. No he encontrado la imagen exacta, pero la sensación es ese capítulo de Halloween en Los Simpsons donde se vuelven del revés, con los huesos, músculos y tripas por fuera.

Quizás por el no-descanso y por las trazas de whisky aún en sangre, me dio igual todo lo que me estaba diciendo. Lo estás poniendo como muy fácil todo. Pero dime, realmente, ¿desde dentro cómo es el mundo editorial español?

"Cruel. Es cruel", fue toda la respuesta.
Decidí volver andando, nada de autobús. Hacía sol, mucha gente cargada con ramas de olivo, iglesias abiertas. Mucho viento. Pero necesitaba ese paseo, aunque el coste es que hoy estoy batiendo el récord de estornudos por minuto.

La música de "pensar en nada" puesta en los auriculares. Ya la puse por aquí alguna vez, para el post "de la isla", pero repito. La primera vez de sentir una compasión infinita, pero esta vez, sin una sola lágrima. Abandonar todo esfuerzo en intentar una explicación, me he dado cuenta que ni siquiera los propios escritores saben de qué hablo cuando hablo de los últimos 20 años silenciosos. Porque, exactamente, cuento casi 20 años desde ese primer sobre. Ni un solo día sin dejar de escribir una línea. En 20 años. No, no lo entendéis. Creo que ningún escritor español vivo lo entiende. Pero ya no me importa. El esfuerzo primario ya no es explicarlo, sino transformarlo todo para que no me devore (más aún de lo que lo estaba ya haciendo).







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