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Atragantio: las Musas, el otro lado y toda su familia



Un día rarísimo, este domingo.

Con diferencia, con abismal diferencia, casi de cortarse las venas en cuatro pedazos, el post serio sobre las Musas (en el que razono por qué el artículo de Javier Gomá Lanzón es una basura facilona) se me ha atragantado más que ningún otro que haya intentado escribir antes en el blog, en cualquier periódico o revista.


Y el artículo es de agosto, hace milenio y tres cuartos; desde agosto le doy vueltas. Toca en algún punto doloroso que debía descubrir, y en eso he estado. Por el camino, otras dos lecturas paralelas: el shock con la novela de un clásico (gran decepción) y el descubrimiento de la que, hasta que no surja otra cosa nueva, será mi Biblia. Y su autora, mi única Diosa. Salve Regina, amén. A Massachusetts que voy en peregrinación para ponerte una vela.

Decía que este domingo, y antes, el sábado, volvieron las apreturas con las Musas y su familia. La retahíla completa que he soltado (en FB, creo) ha sido más extensa: «artículo insustancial, anodino, machista, gilipollesco y alejado de la realidad completa del oficio de escritor»

Por adjetivos que no falten, soy dadivosa. Lo que no discuto es la calidad del texto como ejercicio de redacción para clase de Filosfía. Sobre el otro tema, lo de escribir, pues no. Creo que Gomá es filósofo, pero aún así mantengo toda la enumeración anterior. Dadivosa y malhablada, encima.

La suma del artículo con las lecturas paralelas da como resultado mi intención de arrasar con tantos lugares comunes del ser escritor, que apestan. Y aunque no arrase, por lo menos voy a quedarme a gusto. Esto ya es personal, no son negocios. Let's go.


Alice W. Flaherty. Weaver. Weaver Flaherty. Alice. 

La señora Flaherty tuvo gemelos (dos chicos) en su primer embarazo. Murieron al poco de nacer y pilló una depresión enorme, acompañada de períodos de manía. Tuvo otro síntoma asociado durante su enfermedad: el impulso arrollador de escribir todo el día, a todas horas, con una creatividad desatada. Así estuvo cuatro meses. No le había ocurrido antes nada parecido.

Después se recuperó. Volvió a quedarse embarazada y dio a luz otros dos gemelos, esta vez niñas, que sí consiguieron sobrevivir. De nuevo, con las fluctuaciones hormonales y del ánimo, regresó un periodo en el que escribió como una loca.

Pero la amiga Flaherty no es cualquier otra mujer con un trastorno maníaco-depresivo postparto: es una reconocida neuróloga que trabaja en el Hospital de Massachusetts y es profesora de Psiquiatría y Neurología en la Escuela Médica de Harvard. El resultado de su experiencia es el libro The Midnight Disease: The Drive to Write, Writer's Block and Creative Brain.

El libro es un compendio poético-científico-biográfico (a diferencia del resto de sus libros, que son manuales médicos) pero de valor incalculable. Vincula la actividad cerebral con el acto de escribir de esa manera particular. Analiza ejemplos de autores conocidos y torturados. Analiza su experiencia. Vuelca sus conocimientos sobre el funcionamiento del cerebro, las conexiones entre estados de ánimo y creatividad escritora. Tambien analiza el famoso "bloqueo de escritor" y por qué se genera, aunque a esta parte apenas le he hecho caso.

Desconozco si hay más textos sobre el tema (no he encontrado nada, nunca) pero Flaherty es quien ha acuñado el término de HIPERGRAFÍA. Define la hipergrafía como "el impulso irrefrenable de escribir". Se debe a un funcionamiento anómalo de la zona del cerebro conocida como lóbulo temporal, además de a una interconexión mayor entre los hemisferios derecho e izquierdo.

Las manifestaciones hipergráficas tienen un rango amplísimo, ya que influyen otros aspectos del cerebro y de la psicología individual: no necesariamente la persona tenía un interés previo por el oficio de escribir y no necesariamente querría dedicarse a ello. Puede presentarse como trastorno patólogico, que impida una vida normal, hasta llegar al punto de no poder hacer otra cosa. Además, y esto explica la incidencia tan llamativa entre los distintos autores, la hipergrafía puede ir acompañada (o no) de patologías mentales diversas.

Ah, amigo, aquí viene lo grande: cuando el hambre se junta con las ganas de comer... PUM. Es decir, si ya existía un interés previo en escribir, apaga y vámonos.

Hay ejemplos de todo el rango de posibilidades: una hipergrafía patológica, como el caso de Balzac, que se pasaba 15 horas al día escribiendo y se olvidaba de todo; con epilepsia (del lóbulo temporal) como la de Dostoievski; con trastornos bipolares (Virgina Woolf); con depresión (Alejandra Pizarnik, David Foster Wallace);  o sanos mentalmente -que se sepa-, sólo con el impulso desmesurado por escribir (Kafka, Stephen King o Amèlie Nothomb, aunque ella utiliza su propio adjetivo, "grafómana").

Son unos pocos ejemplos, nada más, porque la lista es interminable. 

Alice Flaherty describe a la perfección los estados epifánicos a través de los testimonios de varios autores y de su propia experiencia. Esos momentos de claridad absoluta, del puñetazo de las Musas en todo el hígado y de la propia sensación de extrañeza (y más, como científica) en la que las palabras son tan arrolladoras que parece como si alguien te las dijera al oído. Y sin que tenga relación alguna con la esquizofrenia. Unos estados en los que es sencillo no parar, durante horas, durante días, junto al sufrimiento psicológico que conlleva si las circunstancias impiden entregarse a esa tarea por completo.

Las Musas de verdad eran esto.
Y no son bonitas.

LA CONCEPCIÓN CLÁSICA Y LOS TIPOS DE ESCRITOR

Platón aseguraba que la creación literaria se produce mediante la intervención de fuerzas y potencias superiores. Ya entonces se distinguía entre poetas artífices y poetas genuinos, siendo estos últimos los que eran raptados en la práctica por una fuerza superior, como meros transmisores de algo más allá de su pluma. 

Sí, los griegos antiguos tienen el mérito de haberse aproximado a las grandes cuestiones (y enunciar explicaciones ajustadas) aunque no tuvieran escáneres cerebrales ni otros métodos.

Las Musas, por ejemplo, son una figura arquetípica tan potente que ha traspasado los milenios y en el siglo XXI se sigue utilizando su nombre, en asociación directa con la labor de los escritores, como argumento para ese proceso creativo que la humanidad ha padecido desde que tiene cerebro. 

Tomando esta diferenciación clásica, y tal y como se desarrolla hoy el oficio, aporto la siguiente clasificación moderna en dos tipos de escritores:

1. Escritor obrero o de oficio: es aquel en el que predomina la técnica. La escritura es su profesión, domina las herramientas necesarias y la motivación personal de producir una obra tras otra se acompaña de contratos con editoriales o compromiso por mantener a su grupo de lectores. Los talleres literarios están poblados de autores de este tipo. Las estanterías de 'Los más vendidos' también.

2. Escritor nato o inspirado: es aquel en el que predominan los accesos creativos, de intensidad variable. Tiene motivación personal de producir una obra tras otra y, además, no puede evitarlo, con independencia de si ha conseguido compromisos editoriales o no.  

Es evidente que ambos tipos se entrecruzan en su trayectoria. Hay que saber dominar las técnicas de escritura, construcción de personajes, trama, diálogos, gramática, semántica, etcétera, del mismo modo que es necesario que "surjan" las ideas susceptibles de ser escritas. En ambos casos, el esfuerzo es una condición ineludible: horas para trazar una línea tras otra, horas para corregir, horas para reescribir. 

Sin embargo, compaginar el tipo 2 (ignorado en el sistema educativo, en talleres y manuales) con la actual industria editorial agresiva es comprar todas las papeletas para el desastre.

LAS MUSAS EN ACCIÓN: EJEMPLO

Ideas se nos ocurren a todos. Todo el rato. Ideas susceptibles de ser una novela, un relato o un poema. Quizá te sientas un día y las escribes. Quizá no. O puede que consideres tan genial una ocurrencia como para apuntarlo, por si se olvida, en el primer trozo de papel que encuentres. Lo típico de una servilleta de bar; o el socorrido bloc de notas del smartphone. 

No es eso de lo que estamos hablando, el proceso es mucho más estresante.

Piensa en una película que hayas visto. Ponte en la situación de que te encuentras con un amigo y se la vas a contar, escena por escena. Mientras lo hagas, irás recordando las imágenes. Puede que algún detalle se te escape o no lo recuerdes bien, y tengas que rectificar la narración sobre la marcha.

Estar atrapado por las Musas es la misma jodida cosa. De repente, es como si recordaras una película. Los personajes hacen cosas ellos solos. Tienen diálogos geniales. Hacen tonterías. Te enfadas y sufres con ellos porque han cometido una gilipollez en tal situación, cuando tú hubieras hecho otra cosa. La única diferencia es que hace falta más tiempo para contar la película,  y sobre todo, más energía, para sentarte a escribir todo lo que ves lo más aproximado posible. Hasta que no te sientes y lo escribas, de la manera que sea, no te dejarán descansar.

(Inciso: esta labor poco o nada tiene que ver con la emulación de lecturas previas que se hayan hecho).

Muy resumido, ese es el proceso. La necesidad de terminar puede ser tan fuerte como para sentarse en un escritorio y no levantar el culo hasta que se concluya.
Y la extrañeza que produce recordar todo el tiempo algo que, en realidad, desconoces por completo.

LUGARES COMUNES QUE DEBERÍAN DESAPARECER

Hay muchísimos artículos de relleno en revistas literarias sobre el gran lugar común que es el tiempo. De cómo este o aquel escritor terminó su novela en dos días sin parar, en una semana, como si fuera alguna hazaña extraordinaria. En realidad, es lo más corriente. Porque además no sabemos (nunca nos cuentan) cuánto fue el trabajo posterior de corregir y reescribir, qué indicaciones dio el editor, o que porcentaje virgen de lo que se escribió en tres días de colapso es lo que terminó publicado. 

Otro gran lugar común es el de la destrucción de originales (ejemplo). El peso de la tradición, sostenido con fiereza por la crítica institucional contemporánea, niega toda posibilidad a esquemas creativos y se fundamenta en autores que utilizan referencias de otros autores, siempre y todas las veces. Unido al sistema educativo, provoca en el individuo un sentimiento de culpa, vergüenza e incluso baja autoestima, incapaz de darle valor a los textos que le cuestan las pestañas. Por tanto, no hay nada anómalo en intentar ocultarlo, destruirlo o negarse a publicarlo.

Cosas que pasan. La "tradición" también se utiliza para defender el Toro de la Vega.


Y quedan muchas más cosas en el tintero, pero tengo que hacer un interruptus y  seguir otro día.

La conclusión que os puedo dar, ahora, totalmente agotada, es sencilla:


Me cago en las putas Musas y en toda su puta familia





2 comentarios

  1. Mira lo que dice Estefanía González sobre las musas reales (en los comentarios):
    http://fragmentodeinterior.blogspot.com.es/2012/11/desmontando-la-maga.html

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