Infinite

Noites

Timba poética del Comando Esbardalle
Ocurrieron cosas.
Siempre ocurren cosas, pero esta vez ocurrió el algo un poco más fuerte. Los duendes correteando a su antojo, la magia de las conjunciones espontáneas, tiene muchos nombres. Cuando en la performance todo encaja sin haberlo ensayado porque se está creando en ese justo momento, aunque traigas los deberes hechos de casa; los músicos, cantantes, bailarines y actores saben de la chispa que hablo.

Es una chispa que embriaga de forma adictiva y por eso el artista sigue insistiendo en lo que hace aunque no vaya a ningún sitio, al cabo y al final, por encima de cualquier éxito, dinero, fama.

Es la misma chispa que se consigue con las letras, aunque sea en un proceso mucho más lento. El receptor sólo tiene que pasar por allí y que le caigan encima las notas; menos esfuerzo porcentual que con las líneas, donde tiene que ser consciente.

Y ocurrieron cosas.

Guitarra y percusión y recitados con distintas voces, ritmos, tonos e idiomas (tres, también una chica catalana de visita) y palmas y más ritmo.

Esa costumbre otra vez, mala como otra cualquiera, de agarrarme al timbal o cajón que se hayan traído esa noche como si me fuera la vida en ello, como si supiera (que no sé) pero en vez de dar palmas, prefiero aporrear con ritmo más sonoro y fuerte. Siempre la duda a mitad del recorrido de por qué nadie me frena, no tengo ni puñetera idea de tocar percusión sin un recitado de fondo.

Por si acaso, todos los sentidos puestos en la guitarra por un lado y las palabras por otro.

O puede que sólo fuera la cerveza, que no me gusta y me descalabra, pero en este puto país de la cañas y la ocasión social pedí una.

Llovía fuera. La falda larga de verano, empapada hasta casi las rodillas. Dos días lloviendo por la tormenta repentina de finales de agosto; dos días buscando las palabras para dedicarle a alguien temporalmente lejos, así algo nuevo en el recital y no hacer trampas.

Pero hice trampas, como en otras timbas. El sistema por el que pido al público que elija de manera aleatoria un número de página y leo de repente lo que salga ya no es útil; se repiten los mismos números y apenas queda leer el prólogo de Rubén...

Mi trampa fue pedir prestado un texto que quisieran oír con mi voz.

Y en primera fila estaba, escuchándome... puede que sólo fuera la cerveza.  




2 comentarios

  1. Es lo mejor del libro, el prólogo. :)

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    1. Ya ves...
      Y ahora que nadie lee, lo he intentado pero sólo he vendido 3 por Amazon.
      Cuánto te debo, prologuista (qué triste todo hahahá).

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