Infinite

Destino y sublimación: el estado de escribir


Al refugiarme en mi escritorio, con el nuevo libro de Eduardo Laporte como tesoro, tengo un ataque de risilla tonta, muy tonta, porque no puedo creer lo que estoy viendo en la pantalla del ordernador que dejé encendido. La tabla, de cuyo cuerpo argumental conozco: va de un muchacho que la lía parda haciendo windsurf y se convierte en náufrago por un día, se refleja en el salvapantallas aleatorio de mi Windows 10. Ataque total de risa, que con las serendipias acabo por mearme encima.



Para quien no lo sepa, las imágenes son aleatorias y siempre distintas, según la decisión del propio sistema operativo. Ya he visto una ardilla, unas formas ondulantes con agua (¿lagos de sal?) y otras formas circulares con hojas, pero el surfero no se ha vuelto a repetir. 

Para esto sirven las redes sociales, para compartir de inmediato con el mundo mundial que no puedo creerme esta coincidencia de tres pares de ovarios, oiga mire usté. Se lo enseño a mi gata, que se acerca a cotillear por qué emito sonidos, pero tal como mira se da la vuelta y se larga, sin entender gran cosa.



Hay lugares en común de situaciones, luz y palabras. De las palabras rascando como la arena y de la luz y el calor del sur entre los pliegues del cabello. De épocas de investigación periodística y ese gozo, difícil de concretar para quien no sea su profesión, cuando te atienden y te hablan y te informan de cosas que desconocías, porque así uno de tus personajes podrá decir todo eso por escrito.

Tengo resaca de la lectura y de esa época, que concluyó en abrupto con una enfermedad pulmonar, como ahora. Este fin de semana regresé, dos días por delante sin horarios, para ser, para concluir en unas horas otro libro y darle vida gracias a las maravillas de Amazon y su autoedición. 

Cuenta la verdad. Sólo siéntate y cuenta la verdad desde el principio. Es lo único que se repite en este impulso que no me deja dormir. Para avanzar de ese estado, para transitar por el mismo círculo (el tiempo es circular) pero con la lección aprendida, sólo puedo sentarme a vomitar mi ajuste de cuentas con la Literatura y deshacerme de él, por fin. Materializar esa acción: me he rendido a pelear en contra, porque cuentan los actos y no sólo las palabras. 

En ese estado se cruzan las fascinantes serendipias con el libro que acabo de leer. Ya ni me sorprende, con el prólogo de ese surfista en pantalla plana.


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