Infinite

No me vendas humo: Un entrenamiento para cambiar de vida (I)

Quedan 101 euros en mi cuenta para el resto del mes -y esto pasa el 11 de febrero-, después incluso de un ingreso de 10 euros (hay que estar loco) por la venta anticipada de mi próximo libro (reloco) de alguien que pasaba por aquí y ha decidido sumarse como nuevo lector del coño de la Bernarda (loquísimo). Aparece en la televisión, apenas dos minutos, un vendehumos tatuado que responde al nombre de Josef Ajram, conocido por argumentos con la profundidad de un charco pero estandarte de una actitud exterior que alcanza la fosa de las Marianas, nivelando el engaño general.

Que a veces estás en el sitio correcto y en el momento adecuado, pero te sigues comiendo un mojón, Josef. Al resto de mortales nos suele pasar.

Aprieto los dientes mientras reviso la basurilla de Infojobs, que activé en mitad de la semana de exámenes. Cinco candidaturas de golpe, al día siguiente me descartan en dos. De copywriter y redactora web. Sí que corren. Reviso aterrorizada las otras de azafata-stand-promotora, por si he cometido el error de la inercia: los herededores reformados del marketing basura andan sueltos por la ciudad, con otro nombre. En el peor de los casos ya tengo disponibilidad para una cámara oculta pasatiempo. Pero no he cometido ese error atencional. 

Despierto con una agenda de cosas, sitios a los que ir, ofertas que mirar, varias páginas de un libro, del otro, un post seriado para la semana (I, II, etc.) y un par de vídeos. Todo en una lista ordenada alcanza más de media página. Caigo en la cuenta, aún con el café en la boca, de un detalle sin importancia: es domingo. Domingo y todo cerrado. Cara de estupor con la que observo una de mis paredes blancas, en shock temporal. Es-domingo-y-no-lunes, dónde vas. 

Pienso de nuevo en la celeridad con la que me han tirado abajo las candidaturas de lo mío. Juro conservar la inercia para el resto de semana. Y en parte sí. Me piden una corrección ortotipográfica (texto) y diseño-presentación de un documento de 21 páginas. Algo es algo. Otro día, una demo de locución de un texto para valorar si les sirve el tono de mi voz. Es el espejismo del portal de freelance, peleando y ofertando por una mezcla de trabajos. Es el espejismo de controlar lo que hago y venderlo a su precio real, no apenas 5 euros la hora. Un oasis con su espejismo que refresque esas ideas: las habilidades que tanto me costó aprender sirven para algo.

Asisto incluso a una Jam Session a la que iba de oyente y acabo micrófono en mano, leyendo la primera mierda que conseguí encontrar por el blog gracias al móvil. La conductora del evento diserta sobre lo bien que tratan a poetas y escritores en España: acaban en la cárcel, exiliados, en un manicomio o con un tiro en la cabeza. Hasta que no se mueren, no se les reconoce. A veces, ni eso, nunca.

Rumio las palabras a la vuelta, el árbol morado está presente todos los días en este proceso de corrección-reescritura, tanto lo mareo que quiero que todo el mundo lo sepa y ando con mi cabeza de color morado por la calle.

Flaqueo con tantas cosas por hacer. Ni post, ni vídeo, sólo corregir. Y si todos los días escribo de 3-6 páginas en el diario sin dificultad, un diario que pretendo publicar también cuando febrero se muera, esta semana se resume en página y media para 7 días. He perdido 21 páginas por el camino. No me salen las palabras del culo porque muero de la rabia, caigo en la duda. 

Y la duda trae destrucción en vez de corrección. Busco la manera exacta de explicar cómo es negar la Literatura, esperar y sudar buscando otro modo de vida, para que un día se levante el velo y compruebes que todo esfuerzo ha sido inútil; no hay trabajos ganapán que den sustento. Si la huida de tantos años tenía como sentido no morirse de hambre con la Literatura pero igual acabas con hambre, sólo queda girar la mirada al sitio que sí tiene importancia. A ver qué pasa. El humo estaba en pensar que otras cosas eran las importantes.

Lo intenté (pero flojito) en la primavera-verano de 2015. 
Este febrero, otra vez, pero llega la primera caída. 

Ya me he recuperado. Se tardan 21 días en adquirir un nuevo hábito.
Muy poco tiempo para disolver 21 años de silencio.




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