Infinite

Y si existimos sólo para Google

Presentación de la novela de Belén Gopegui. A Coruña, noviembre 2017

La puñalada inicial llega demasiado pronto. Cuando mis manos aún siguen su proceso de congelación, por el frío de las callejuelas de piedra medieval que he atravesado en siete minutos y medio intentando llegar a tiempo. Cuando ni siquiera he encontrado acomodo en los tiesos bancales de madera, el bolso a un lado, silenciar el móvil, la bufanda que se escurre al suelo, la chaqueta, el gorro de lana que no sé dónde poner y el corazón que se me sale por la boca entre la asfixia.

Acudo a la presentación de Belen Gopegui casi por casualidad; un amigo envió la foto del recorte de prensa a media tarde, no me hubiera enterado de otra forma. El ciclo Letras de otoño de la Fundación Luis Seoane, con una charla distendida sobre el nuevo libro Quédate este día y esta noche conmigo. En el bolso, sin embargo, llevo una copia del anterior, y casi he pedido disculpas por ello. Porque he entrado en el edificio al estilo berserker destrozando una tienda de cristales Swarovski, Gopegui aparece esquinada, cerca de la segunda puerta donde será la charla, y saludo de frente como si la conociera de toda la vida, como si la conociera, con el aliento entrecortado, y le pido disculpas porque llevo su libro anterior en vez del nuevo (sin saber que dentro, sin darme cuenta hasta el final del acto que dentro, donde la charla, han colocado una mesa con todas sus obras) y si me lo puede firmar. Todo seguido. El valor que da la adrenalina, que da la carrera a trozos por las calles pétreas contra el reloj. Es la segunda vez en mi vida que la veo en carne y hueso; en la primera, observé en la distancia pero me dio vergüenza traspasar la barrera.

Con suavidad, como sólo saben hacer los introvertidos, frena el huracán helado que casi la atropella para explicar que la firma será después, si no me importa, que antes van fotografías protocolarias. De la prensa gráfica, imagino. Se distraen y posan y no puedo evitar ese lado paparazzi de los últimos años, comportarme como si los escritores vivos fueran estrellas del rock, o documentar la trastienda con una foto a quien hace una foto. En el último Coruña Mayúscula, festival indígena que se ha paralizado porque el impulsor se mudó para prosperar en Málaga (la tierra que me escupió, lo que es la vida) ya conseguí la cima del absurdo gráfico con una foto a alguien que hace una foto de alguien que hace una foto a un escritor. O algo parecido.

La puñalada llega demasiado pronto, justo cuando freno una pirueta de la bufanda en trayectoria descendente al suelo.

Ahí está, -lo dice el presentador- Gopegui cumple 25 años de carrera literaria, la cuenta empieza desde la publicación del primer libro, ahí está, relájate, eso sí es una carrera seria en el mundo donde vives, años y libros físicos, no tu paripé de 25 años, incluso ya 26 y medio para 27, de borradores estúpidos, relájate y ríe el chiste, es un chiste de humor negro lo tuyo, ese humor negro y ácido que tanto te gusta, tira a la mierda ese lastre simbólico.

A mi lado izquierdo está sentada la joven que identifico como joven escritora; coincidí con ella en la presentación de Celso Castro, hace unos meses. Creo que es escritora. A través de la bufanda rescatada del suelo observo una portada fascinante (porque alguna así iba a autoeditar), la radiografía de un tórax que o bien, aventuro, fuma o bien bronquitis. Y la etiqueta gráfica de un 'me gusta' de Instagram. Simple y sencilla, efectista; quiero leer por esa portada. Y el título impronunciable.

Ella en la solapa, con foto sonriente, escribe una dedicatoria, eso es, regalarle a Gopegui un ejemplar de tu libro, la puñalada se retuerce para hacer presión y liberar la carcajada de todo, eso es seriedad, ¿ves? lo tuyo es un chiste muy pero que muy gracioso. Como este fanzine-poemario de cuatro hojas, dos grapas y cartulina que llevas en el bolso. Últimamente siempre llevo una copia encima. Acomodo la bufanda en equilibrio sobre el banco, la chaqueta y el gorro de lana.


Google, en la novela de Belén.


Google. ¿Existen las puñaladas dulces? Al estilo de esas lágrimas que son producto de la alegría por sobrecogimiento de corazón, de la felicidad más pura. Esta puñalada es dulce como un bisturí del 0,9 que desahoga la presión dolorosa de un absceso.

¿Y si sólo existimos en Google? Tan modernos que nuestra identidad real es real en ese territorio cibernético pero en ningún otro. Tan moderno y tan matrix.

Si no fuera por el desarrollo tecnológico, estaría muerta. Hubiera olvidado por años mi verdadera identidad. Quizá hubiera olvidado cómo se escribe. Y que escribía. Tampoco hubiera encontrado ningún lector.

Suena como un crujido etéreo a la altura del esternón; ese sonido delicioso, conocido para algunos, cuando la piel se raja bajo la presión de la uñas en un poro, una espinilla o similar producto. Observo la curiosa representación de edades humanas: mayoritaria sala hasta los topes de lectores con un edad alrededor de 60 años. Jóvenes, la que está a mi lado y un par de chicos con barba, gafas de pasta y camisa de cuadros. Un gran vacío en medio. Quizá alguien más que roce mi edad, en medio, soy muy mala calculando edades.                

Eso es, Google. 

En realidad, todo es un chiste, no un drama. Qué descanso cambiarle el género.


A la conclusión del acto espero hasta el final del final, la última persona que se acerca a la mesa y nadie detrás de mí, para saludarla por fin en persona. Conocerla. Le cuento demasiadas cosas verborreicas. Que si cuando nos vimos la primera vez, dónde y cómo. Que si escribes. No, yo no. Que si claro que me suenas, leo tus cosas por Twitter. Microinfarto. Desde el cariño, la cero pretensión de más lectura y la sincera humildad como agradecimiento echo mano a una de las copias del bolso y se la regalo. Y tengo que dedicarla, encima ese honor, dedicando yo el qué a quién.

Regreso paseando por la simetría de las calles y el aire congelado. Crece la solidez de la piedra y su cuadratura, contrasta con la evaporación de la carga y la sublimación directa de mi cuerpo entero a medida que camino, se va disolviendo un peso de 25 años con agradecimiento y no con rencor, se elevan y esfuman como hace el humo, regresa la felicidad más pura que sigue intacta, esa felicidad que de una patada me transporta al punto exacto de 21 años atrás, no un recuerdo, ni una memoria, al mismo punto exacto de tiempo-espacio, por lo que se evapora todo el sufrimiento porque aún no ha ocurrido.

El Tiempo a escala subjetiva humana es circular.
¿Por qué nadie hace hincapié en ese secreto matemático?

Tiempo. Y espacio.
El espacio quizá sólo es la base de datos de Google. 

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