Infinite
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Lost in Pandemia


Han pasado 9 meses desde que un tinte no tocaba los remolinos de mi cabeza. Esto no tiene la más mínima importancia si no fuera por la sorpresa delante del espejo, un día de verano, porque no recuerdo en absoluto cuál era el tono exacto de mi cabeza al natural. Casi cuatro años (2017, 18, 19 y el principio de 2020 antes de). Cada tres semanas un tono distinto, del castaño al morado, del morado al verde, del verde al blanco y luego blanco plateado, otros morados con más porcentaje de rojo, gris plata, castaños y cobrizos varios pero todos de bote. ¿Y el mío de verdad, cómo era?

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Salir del exterior para regresar a la mente, salir de la mente para regresar a la calle


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Bailad, malditos -capítulo 700-

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Murzim


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Aunque es de noche...

Aparece para llevarse por los aires todas las teorías sobre arte y sufrimiento. A la mierda. Explosión. Trozos.

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Otro febrero, otro

Una alfombra de césped llena de pulgas. 
Esta sensación previa, este despertar, otra noche de danzar sobre la alfombra.
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Hoy


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Medianoche (Insomnio nocturno II)


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Insmonio nocturno (I)


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Mágoa


Soy hipersensible por dentro y por fuera pero ya no me avergüenzo. 
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Poesía ilustrada




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Fraude {surrender}


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Green


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21 días

Dicen las malas lenguas, lo habéis escuchado seguro en alguna parte, que se tardan 21 días en cambiar un hábito. El precepto así resumido quiere apoyarse en distintas investigaciones sobre neuroquímica del cerebro y cómo nuestra máquina perturbadora fija y da esplendor, con las interacciones, señales y recompensas, a determinados patrones de conducta que alcanzan el estatus de rutina habitual. También es un mito producto del resumen: fue el Dr. Maxwell Maltz, cirujano plástico, quien expuso en su obra Psycho Cybernetics de 1960 que sus pacientes tardaban mínimo 21 jornadas hasta que la sensación fantasma de un miembro amputado desaparecía o hasta que se acostumbraban a su nueva imagen en el espejo. Como mínimo, dijo, aunque el reduccionismo marcó 21. La investigadora Phillipa Llay ha comprobado que la media  son 66 días.

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Nueve

Toda una noche. Esto era un juego. Toda la noche completa. Ya no lo recuerdas porque nadie lo recuerda, cuando hablaban las horas como minutos. 

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Desmadejando los hilos rojos y 20 coronas checas

Los ilusos, como nosotros, pensamos que el simple hecho de escribir un montón de entradas sobre un cambio de vida o decirlo en voz alta provocará que las circunstancias sean diferentes de un día para otro. Porque sí, lo harán ellas solas. Igual que cuando decides dejar de fumar y esperas que, por ciencia infusa, tu cuerpo abandone la intoxicación adictiva sin protestar y no interfiera en el proceso y todo sea sencillo. Eso no ocurre salvo contadísimas excepciones (como que se te quite el mono de nicotina porque tus pulmones deciden una bronquitis y basta ya).

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El sueño del viajero (II)


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El día en que descubrí que soy pobre _ La sociedad del Mundo Feliz

El día en que descubrí que soy totalmente pobre no estaba haciendo nada especial. Mi cabeza, de hecho, se relajaba en la falta de concentración durante una pausa de estudio. Descanso permitido para comer algo en el salón, frente a la tele. Con el mando a distancia salto de un número a otro, de un canal a otro, increíble desgana. Hasta la palabra zapping ha pasado de moda. Y no voy a mentir, ya no es habitual estar ahí sentada, mirando nada elegido que puedas poner en pausa o revisionar, ni nada elegido minuto a minuto. Veo más internet que televisión.

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Por qué vuestra eternidad es imposible pero yo sí seré Kafka

Pienso en un muslo de pollo. Seguro que os ha pasado. Seguro que os pasó antes de ser estrictamente modernos y vegetarianos no orientales. Pienso en un pollo al chilindrón, por ejemplo. Todo está guisado en su punto hasta que llegas cerca del hueso. Hay una vena incrustada, violácea, rodeada de carne un poco rosada. Y aunque seas asiduo al steak tartar, a comerte un par de albóndigas o tres antes de freírlas, a la carne cruda en resumen -pero no chorreante-, ese pedazo, esa incongruencia cercana al hueso que desentona con el guiso completo, no puedes parar de roerla aunque sea con cierto desagrado. Tus dientes arañan el hueso. No es una alita sabor barbacoa que chuperreteas con gusto, como otras; planea una leve sensación de asco, ese sabor metálico a crudo y vena violeta que no deberían estar ahí. 
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