Infinite

Malditos cerebros (I)


Hasta hace muy poco, quizá cuatro meses, pensaba que todo el mundo al pasear se fijaba en el más mínimo detalle (desde los escaparates, el perfume de otros paseantes, las aceras, los colores de los coches, la luz natural, alguna matrícula curiosa, un pájaro que cruza) y de ahí surgía la figura del flâneur como investigador de las calles. También creía que cualquier persona, durante una velada en una cafetería, podía atender al relato que hablaba su interlocutor y responder en conversación animada, mientras revisaba los mensajes/notificaciones de todo tipo en el móvil y la última polémica con la que arden las redes, enterarse y reír con el chiste narrado en la mesa contigua a un volumen medio-alto, percibir un cambio de temperatura en el ambiente o el inicio de cierta canción en el hilo musical del local, fijarse en los detalles de quien entraba por la puerta o si ocurría algo tras lo ventanales con vistas a la calle, como el paso acelerado de un coche de bomberos. Todo a la vez, sin esfuerzo y sin perder la concentración de la animada charla con el amigo ni de los otros detalles enumerados.

Cruzar a Wonderland

Es difícil concretar el segundo exacto del paso que te precipita al abismo de Wonderland. Un tiempo paralelo a este, a medio camino entre el día de la Poesía y la Semana Santa, la brisa con sol que recuerda a las camisetas de manga corta bajo los jerseys, la alegría de la primavera retornada con la santidad de los inciensos. En ese lapso se produce el momento definitivo en el que cedes, sin darte cuenta. No lo recuerdo. Sin retorno ni conciencia del peligro, porque eso les ocurre a otros, tú no puedes estar ciega.

Aunque es de noche...

Aparece para llevarse por los aires todas las teorías sobre arte y sufrimiento. A la mierda. Explosión. Trozos.

Después de la tormenta



Viento
  lluvia
    nieve

Sol
  mar
    desierto. 
Uhm, no me saques fotos. 
No son fotos, es un relámpago. Sí, se acerca la tormenta. 

Llueve fuera. Alguna centella. 

Déjame descansar en el espacio entre tus brazos. Niego que no existan palabras suficientes para todo, porque todo puede decirse y expresarse. Sudor y dulzura. 

Fuera deja de llover y silencio. 

He encontrado el espacio donde la intensidad no permite las palabras -por primera vez.

Y si existimos sólo para Google

Presentación de la novela de Belén Gopegui. A Coruña, noviembre 2017