Infinite

Odiar por momentos

 State  of Emergency. Steven Meisel (2006)
Una sección completa, subperiódico de un periódico, se está conviertiendo en el depósito de todas las náuseas que caben en mi cabeza. Las náuseas en el estómago, figuradas o reales, tienen solución. Las del cerebro, no.

Para más jodienda, la marca corportativa es un odiado color magenta. Odio toda la gama del rosa, y el magenta se tolera porque no hay más remedio en la cuatricomía tecnológica CMYK. ¡Pero sigue siendo rosa! Precisamente elegí a mala leche un cuaderno rosa como icono de este blog, para que me resultara incómodo y no descansar nunca.

Decía que no paro de darle vueltas, a ver si es todo un fallo de prejuicios y de sesgos. A veces parece que sí. Otras, que no. Y unas terceras veces, me doy cuenta de que el prejuicio es muy difuso, porque no recuerdo el grupo mediático ni, sobre todo, los hilos políticos que había detrás. En tres minutos lo saco por el buscador, pero es que ahora no quiero mirarlo. Con toda probabilidad, antes de darle al clic estará abierta la décimoquinta pestaña del navegador y ya habré encontrado la información que omito.

Pero no, creo que no es ninguna consparanoia. Sé que se usa la fea palabra 'conspiranoia', pero considero que la correcta es la otra: más paranoia y menos conspiración. Si fuera línea editorial exclusiva de ese medio, aplaudiría con las orejas. Sin embargo, en TODOS los medios pasa igual. Y si el tema lo reducimos a lo importante en que me fijo (ESCRITORAS) ya no hay lugar a dudas. Y si lo reducimos aún más en escritoras/internet, paren las máquinas.

En todos los medios especializados, sea El País Cultura, sean magazines literarios online o blogs medio decentes, las escritoras siguen a remolque. Bien, seguro que las reseñas tienen su lógica, no hay excesos de mujeres de Nobel a las que mencionar, ni leyendas vivas o muertas que hayan marcado el devenir del arte literario. Bien, aceptamos pulpo.

Pero una y otra y otra vez se repite lo mismo: en las novedades, en las entrevistas. Si es un escritor, se cita primero lo que ha dicho él, de dónde le vino la inspiración para su trabajo (aunque fuera investigando los tarzanillos durante aquella borrachera en la que se volvió del revés y pudo mirar su trasero de frente). Si es una escritora, se cita lo bonita que es su mirada o lo bien que sonríe la jodía, y luego lo que otros han dicho/examinado/analizado de ella. Tiene que dar explicaciones aburridas de cuándo y cómo se le ocurrió hacer tal novela, no vale el porque sí y ya está.

Así es como se manipula la realidad.

Es decir, el articulista de turno puede reflexionar de la soledad, los dolores del cáncer, el miedo a la muerte o el viaje a no sé dónde, que está bien: habla por toda la humanidad. Es importante. Si lo hace una escritora, bueno, qué más da, su público objetivo son otras mujeres y no tiene ningún impacto sobre la comprensión de la raza humana en general.

No sé cuál es la realidad objetiva, porque allí fuera (y fuera de los circuitos comerciales) he descubierto centenares de mujeres escritoras y poetas que suplen el tremendo hoyo generacional: ni son viejas/abuelas ni madres acomodadas, ni superventas lánguidas. Pero centenares, eh. De las que no se habla. Y mejores (literaria y objetivamente) que los pesos pesados expertos en chupar titulares y bytes online.

Algo está muy mal, todavía, cuando el único modelo en el que, hasta ahora, he podido reflejarme (y van 22 años de búsqueda, que se dice pronto) es Franz Kafka, por circunstancias literarias y metaliterarias. Y eso que ni siquiera era una mujer ni yo tengo ínfulas transexuales;  y escribía en alemán, del que sólo he aprendido a decir das Grab.


Entended que por eso esté siempre cabreada. Y cada cierto tiempo, me da también por cargar contra tanto rabo flotante de Jot Down Magazine (en entrevistados y entrevistadores, para rizar la curva).

País de mierda.





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