Infinite
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Al final de la grieta hay un mundo feliz en 1984_

Sí, he titulado esto así porque la cabeza no me da para más

Cruje, ¿no lo oyes?

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Lost in Pandemia


Han pasado 9 meses desde que un tinte no tocaba los remolinos de mi cabeza. Esto no tiene la más mínima importancia si no fuera por la sorpresa delante del espejo, un día de verano, porque no recuerdo en absoluto cuál era el tono exacto de mi cabeza al natural. Casi cuatro años (2017, 18, 19 y el principio de 2020 antes de). Cada tres semanas un tono distinto, del castaño al morado, del morado al verde, del verde al blanco y luego blanco plateado, otros morados con más porcentaje de rojo, gris plata, castaños y cobrizos varios pero todos de bote. ¿Y el mío de verdad, cómo era?

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Diario de la pandemia: resistencia a la hilera de obviedades

En tiempo real: no se esperaba menos de una catástrofe que nos abofeteara a mano abierta en esta época de redes sociales. Y eso hemos tenido, el minuto a minuto desde los primeros días para vencer la irrealidad audiovisual que nos modela, verdadera marca de nuestra generación, esto es, ese lapso desde que llega la información repentina hasta que la asimilas por completo, digerida y separada de una película de Hollywood aunque te alcance por las mismas pantallas. El guion de Contagio (2011) se parece increíblemente a la realidad de este abril, con  H1N1 y SARS y uno nuevo que es el protagonista oculto de la cinta, y murciélagos que baten las alas en China, cierres de ciudades y mejor lávate las manos, mantén una distancia de seguridad y no te toques la cara. Vaya previsión la de los guionistas. Incluso el mapa que aparece en el metraje es idéntico al que vemos actualizado cada hora a través de la Universidad Johns Hopkins. Y aún antes, como broma macabra, videojuegos (Pandemic versión cutre flash y su evolución Plague Inc) donde asumes el control de un virus con el objetivo de contagiar y destruir a todo el planeta.

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El año del pensamiento mágico

No sé si he escrito menos que nunca en el blog y por eso me he despistado, o primero me despisté y por eso he abandonado esta casa, cuando antes era el único lugar posible. Incluso he mandado a la carpeta de borradores despublicados una serie correlativa de posts (acción nunca antes vista aquí) porque no era su lugar ni momento. Pero regreso, como viejos amigos que se encuentran y reconocen después de viajar por todo el mundo.
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Lo que arde [identidad digital o verdadera, seudónimos y el asco de enseñar en Instagram]


Tú lo sabes. Yo lo sé. Lo sabemos todos, claro. Quizá lo sé demasiado porque he metido los dedos en publicidad y márketing. Pero me resisto una y otra vez a hacer eso, aunque parezca inevitable, tendencia, moda. Tienes que cuidar eso. Podrías hacerte un perfil serio. Etcétera.

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La crisis de los 40


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Apropiarse del espacio que siempre fue... por el camino raro


Una semana antes de cumplir los 40 años está impreso, táctil, con sus solapas ensuciables, mi primer libro vía editorial. Uuuy. Por los pelos obtengo esa etiqueta consuetudinaria del mundillo literario que dice escritora/poeta joven (menor de 40). La semana antes cuenta dentro de plazo, ¿verdad? Con su ISBN de España, no de Amazon. Y su depósito legal en los olivos de Jaén. Nada de fotocopias ni grapas, lejos de talleres europeos de factura umbría empaquetando autoedición.
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El camino torcido del burro

No sé hasta qué punto puede ser una astenia otoñal. Las astenias, por tradición, me dan durante febrero, justo todo el mes anterior a mi cumpleaños. O hasta qué punto tiene que ver con el artículo al que le doy vueltas una y otra vez de forma diaria, la parte siguiente de Mi verdadera historia ~ Malditos cerebros. Porque está quedando demasiado largo para las prisas actuales, aunque corte, resuma y vuelva a resumir hasta lo imprescindible. Porque significa masticar el relato completo de ese período amorfo que -ahora puedo nombrar con certeza absoluta- fue un episodio depresivo mayor y no la simple tontería de paso todo febrero un poco baja de ánimos hasta que llega mi cumpleaños el 28. Quizá es miedo a quedarme corta para que se entienda la gravedad del asunto pero con la posibilidad, sin caer en la magufada, de otra serie de motivos por los que salí adelante, sola, negándome a intervención alguna de mis próximos compañeros de profesión y relacionados -psicólogos y psiquiatras-. Quizá son dudas por toda esa gente que me ha conocido en la versión 2017 en la calle, y se pregunten quién es esta, que me la han cambiado del todo, alguien ajeno a lo que era durante el relato en cuestión.

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La extrañeza tiene un por qué ~ Malditos cerebros (II)

Imagina una persona intolerante a la lactosa y alérgica al gluten, pero que no lo sabe. Durante la infancia aparecen marcadores en un examen rutinario, pero según los analistas es una tontería y no repercutirá en modo alguno sobre su vida cotidiana. La vida que rodea a esa persona es muy fácil, porque de todas las múltiples direcciones existentes, todo se enfoca hacia una: ser futuro participante en concursos de Comedores de Tartas con Nata. También flota en el ambiente un halo extraño de lejanía, aunque el desarrollo para formarse en ese camino sea más o menos apacible. Durante la adolescencia, el halo se vuelve sólido en algunos puntos, la persona se siente incómoda porque el futuro no pueden ser sólo las tartas con nata; un nuevo examen apunta la presencia de intolerancia y alergia, de nuevo los analistas aconsejan que se ignore. No es para tanto ya que está a punto de concluir su formación en Concursante y nunca tuvo problemas graves con ello. Siga el esquema de vida proyectada.

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El choque frontal

Por motivos diversos llevo semana y media rodeada de libros con olor a polvo, caca de ácaros y centenares de huellas húmedas, primero en un espacio pulcro y ordenado de compra-venta, después en otro acumulativo al filo del síndrome de Diógenes. En el segundo tuve que mirar, tocar y recolocar montañas que derrumbarían los nervios de un bibliotecario decente; revistas con tetas de los años 70 junto a libros escolares de cuando mis abuelos eran críos y Franco joven, seguidos portada contra lomo de una edición de La metamorfosis anoréxica (ejemplar más delgado que las libretas de 80 páginas que gasto como diarios) u otra edición cualquiera de Un mundo feliz, de Huxley, al lado de un ejemplar -modernísimo en comparación con las anotaciones a lápiz de caligrafía antigua- de los primeros cien de Errata Naturae

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Cruzar a Wonderland

Es difícil concretar el segundo exacto del paso que te precipita al abismo de Wonderland. Un tiempo paralelo a este, a medio camino entre el día de la Poesía y la Semana Santa, la brisa con sol que recuerda a las camisetas de manga corta bajo los jerseys, la alegría de la primavera retornada con la santidad de los inciensos. En ese lapso se produce el momento definitivo en el que cedes, sin darte cuenta. No lo recuerdo. Sin retorno ni conciencia del peligro, porque eso les ocurre a otros, tú no puedes estar ciega.
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Y si existimos sólo para Google

Presentación de la novela de Belén Gopegui. A Coruña, noviembre 2017
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Y ahora qué...

Mi fuerza de trabajo es débil. No importa que me divierta el ejercicio físico, tampoco la disciplina y el sacrificio de horas de Ballet reventándose los pies hasta hacerlos sangrar. No importa levantar 180º las propias extremidades con la fuerza combinada de cartílagos y tendones, porque transportar con la misma disposición heroica palés de objetos que quintuplican mi peso y altura no ha servido para renovar ningún contrato. Sólo para que alguien gritara no tienes creatividad.

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Querido diario (I): de colores, la ira sagrada y machistas antimachistas



Querido diario:
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Huir de la mediocridad gris: la negación revolucionaria


Todos piensan esta semana en una cuestión de estado tan importante como que se rompa el Estado, y desearía también analizar sobre política o fabricar algún artículo pero la actualidad que me roba la atención es otra; una preocupación unipersonal referida a los platos de comida, si al ponerlos sobre mi mesa estarán llenos o vacíos, porque de las ofertas recientes en una ya podría estar de alta, ay, voces amables, es algo.
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El estallido de la Sombra

Resulta agotador que el lunes sea un lunes con todas sus dimensiones. Horario de salir temprano como el resto, cuando las calles acaban de ponerse en su sitio. Frío de golpe, terapia de choque sin posibilidad de síndromes postvacacionales: inmersión de cabeza. En movimiento antes de las ocho de la mañana, con un día nublado de discreta llovizna. Ayer sol y verano, hoy amanece como si fuera un noviembre que habla de recogimiento, concentración y otoños.
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Soledades, identidades

Es curiosa la frecuencia con la que oigo cierta frase, "ser escritor es una profesión muy solitaria". Solitaria, ¿respecto a qué? ¿se diferencia en algo de otras actividades donde también y siempre trabajas solo? La gente que emite esa sentencia, ¿necesita en serio compañeros de oficina?
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21 días

Dicen las malas lenguas, lo habéis escuchado seguro en alguna parte, que se tardan 21 días en cambiar un hábito. El precepto así resumido quiere apoyarse en distintas investigaciones sobre neuroquímica del cerebro y cómo nuestra máquina perturbadora fija y da esplendor, con las interacciones, señales y recompensas, a determinados patrones de conducta que alcanzan el estatus de rutina habitual. También es un mito producto del resumen: fue el Dr. Maxwell Maltz, cirujano plástico, quien expuso en su obra Psycho Cybernetics de 1960 que sus pacientes tardaban mínimo 21 jornadas hasta que la sensación fantasma de un miembro amputado desaparecía o hasta que se acostumbraban a su nueva imagen en el espejo. Como mínimo, dijo, aunque el reduccionismo marcó 21. La investigadora Phillipa Llay ha comprobado que la media  son 66 días.

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Hacia los domingos de verano

Hace muchos domingos que no era domingo. Incluso con su sol. Tengo que revisar las cifras una y otra vez para calcular las pocas entradas de 2016. ¿Qué pasó con aquel mayo de un post diario -o el intento de-? En 30 días nacieron más cosas que en todo un año.
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Bernardiano suena bien como adjetivo


He escrito 8 libros. Es más de lo que han hecho algunos que hoy pueden poner en su tarjeta de visita o en la casilla profesional "escritor", "poeta". Cuento sólo aquellos libros que considero definitivos; si calculara con la edición de las colecciones de relatos, 2 libros más. O la edición de los diarios literarios, hasta 3 libros más. Pero 8. Serán 9 con el que voy a publicar. ¿Importa alguno? En absoluto.

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