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La extrañeza tiene un por qué ~ Malditos cerebros (II)

Imagina una persona intolerante a la lactosa y alérgica al gluten, pero que no lo sabe. Durante la infancia aparecen marcadores en un examen rutinario, pero según los analistas es una tontería y no repercutirá en modo alguno sobre su vida cotidiana. La vida que rodea a esa persona es muy fácil, porque de todas las múltiples direcciones existentes, todo se enfoca hacia una: ser futuro participante en concursos de Comedores de Tartas con Nata. También flota en el ambiente un halo extraño de lejanía, aunque el desarrollo para formarse en ese camino sea más o menos apacible. Durante la adolescencia, el halo se vuelve sólido en algunos puntos, la persona se siente incómoda porque el futuro no pueden ser sólo las tartas con nata; un nuevo examen apunta la presencia de intolerancia y alergia, de nuevo los analistas aconsejan que se ignore. No es para tanto ya que está a punto de concluir su formación en Concursante y nunca tuvo problemas graves con ello. Siga el esquema de vida proyectada.

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Medianoche (Insomnio nocturno II)


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La luna de los desastres


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El día en que descubrí que soy pobre _ La sociedad del Mundo Feliz

El día en que descubrí que soy totalmente pobre no estaba haciendo nada especial. Mi cabeza, de hecho, se relajaba en la falta de concentración durante una pausa de estudio. Descanso permitido para comer algo en el salón, frente a la tele. Con el mando a distancia salto de un número a otro, de un canal a otro, increíble desgana. Hasta la palabra zapping ha pasado de moda. Y no voy a mentir, ya no es habitual estar ahí sentada, mirando nada elegido que puedas poner en pausa o revisionar, ni nada elegido minuto a minuto. Veo más internet que televisión.

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Las 6.30 a.m. y aquí, relatando


Los períodos de reposo forzado nunca han sido lo mío. Por eso me vine abajo al tercer día. Si al tercer día es tiempo legendario de resurrección, al tercer día mío fui consciente de la disolución. El cuarto sería igual, y aún más, estaba reflexionando todo esto durante el quinto día. Sin darme cuenta, pasó la semana. Me eché a perder, sin retorno. La costumbre se había asentado, repentina, como si desde el principio de los tiempos hubiera sido lo más normal de mi conducta; tan familiar era la sensación que producía en todas las células. Así de absurdo: si te levantas un día y en el espejo eres de un tono de piel mucho más oscuro y lo asumes: sí, siempre he sido negro, no hay nada extraño aquí, por qué tendría que gritar horrorizado. Así de absurda era mi situación ante la  inmovilidad. Ayudó mucho la somnolencia que rodeó las cosas como una tela de araña: empecé a no distinguir la semi-inconsciencia de las horas firmes, los minutos despiertos, el sentido claro al reloj. Una especie de neblina que me ocultaba todo, como si fuera un sueño. Esa somnolencia fue producto o fue la causa (no podría distinguirlo) de que aceptara mi nueva situación como si fuera antigua, como si en mi naturaleza no hubiera existido jamás el movimiento ni la prisa, la vitalidad ni las ganas de moverse a la velocidad más alta. Acepté que era un ser inactivo como si nunca me hubiera interesado el mundo, sólo porque me obligaban a estar encerrado en casa, sin la posibilidad de dar el mínimo paseo hasta la puerta y traspasarla.
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Nada salió


Nada salió como estaba previsto. Y eso no era bueno.
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Under (2)



El sol de noviembre todavía pica, con 15 minutos de insistencia. El aire, sin embargo, tiene el tono gélido y húmedo que adelanta el invierno. Ha estado lloviendo toda la noche. El fuerte viento arrastra al horizonte las nubes de tormenta que quedan.
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El último lugar común (Musas II)


La infancia no es ningún territorio perdido por el hombre.

De la infancia a la juventud sólo hay un día y unas pocas hormonas. Apenas cambia gran cosa: está ese compañero de clase, el de ayer, al que llamabas "noviete" y sólo imaginabas tomando de la mano o en el acto de compartir su bocadillo del recreo. Al otro día, sin más, hay manos entrelazadas y también bocadillos y también te lo imaginas cansado por las agujetas (ambos) tras una noche de follarle salvajemente.
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Under


El escupitajo tiene la precisión de una mira telescópica. En el exacto centro del mármol rojo, la única losa entera que sobrevive cerca de nuestras sillas.
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Café Noir


Estaba allí aquel poeta de nombre extraño, uno de esos nombres complicados que se escribe de una manera y se pronuncia de otra, el de la tilde invisible que es necesario haber oído antes.

Estaba allí aquel poeta, con un cigarrillo nuevo entre los labios. Incendió el filtro naranja y respiró la parte blanca.

— Qué. Fumo como quiero. No soy yo a quien buscas. Aquel.
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Febrero maldito

Cada febrero me pregunto si soy de carne y hueso. Me deprime el deprimirme por ciertas cosas. Y sí, lo he escrito bien. Cada año cambia, desde hace exactamente una década. Algunos años, es más intenso. Otros, estoy tan ocupada que nadie se entera de que es febrero, ni siquiera yo.
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Curry, jengibre y anís

Por las mañanas pido siempre un café para llevar, en uno de estos vasos de plástico con tapa. Me dan también un sobre, con poco azúcar y un palo blanco que sirve de cuchara-removedor.

El líquido que llaman café está malo malísimo, pero lo sigo pidiendo todos los días, a veces sin abrir la boca porque ya lo tienen preparado en la barra cuando me ven entrar.
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Un relato de domingo

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Los reporteros han recogido sus cacharros y ya se han largado. Vuelvo al cuarto para observar la estantería. Es un auténtico asombro, cómo he podido escribir tanto, les decía a cámara. La frase me araña de sorpresa al pronunciarla, la frase tiembla en mis ojos ahora que estoy completamente a solas.
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Das Grab (parte III alternativa)

*Das Grab , versión alternativa de La doble barrera III (J. H. IV)
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El bicho rojo

No querrías estar en su pellejo. No, no querrías, de verdad que no.
No te gustaría cambiar de sitio.
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La niña y la ciudad

by Evan Kafka
Pasar la noche en una tras otra hora, sin que de tiempo apenas al gorgoteo del café: no hay tiempo. Ni cansancio. La calculadora encaja la estantería brillante y el recibidor con el gran espejo. La alfombra luminosa arrastra el mismo polvo que he visto en el parque.
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La doble barrera III (J.H. IV)

Un punzante sonido se abre paso entre las sienes a la hora de siempre, pero ya no hay nada parecido a lo de ayer. Le sigue un estruendo deliberado, un aviso terrible, cuidado, es la alarma antiaérea. Bombardead todo, por favor. No quiero despertar. Ahora no, hoy no.
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La doble barrera II (John Hawkes III)

Anotaciones para quien lo lea ahora, por ejemplo Juan (Cruz López):
El experimento sigue, con más retraso de lo habitual. Esta pausa es, sin embargo, puro fraude. Puede que este trozo no continúe nada; todavía no he sido capaz de leer la parte uno. Sé que hay olor a lejía, por una lectura oblicua de la primera frase. También he leído la última, porque coronaba el principio de una hoja en blanco en el documento original. Del resto, no tengo ni puñetera idea. Incluso he cambiado Gerttra, por Gerta o Gertta, usando CTRL+F para no tener que revisar nada. Así se ha escrito la parte 2, a ciegas. Cagada. (Pero me divierto bastante)
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La doble barrera (John Hawkes II)

Anodino, difuminado y simple. Ha costado verdaderos esfuerzos encontrar más información sobre John Hawkes (el novelista) porque todo lo ocupa John Hawkes (el actor). Del Hawkes de carne y hueso. Profesor universitario durante décadas y asmático. Y poco más. Por fin un loco normal, POR FIN. Ni cuernos, ni puteríos, ni sífilis, ni alcoholismo, alucinógenos o suicidio. Quizás era muy discreto para esas cosas o que no hubo nada de eso. Creo que la solución es muy sencilla,  todos los niños con problemas crónicos de pulmón acabamos con una imaginación suprahumana; al fin y al cabo, ¿no era que los yonkis también utilizaban los jarabes para la tos? Así empiezan las pesadillas. Es una teoría personal.

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Cumbres del Nanga Parbat, la noche de azul


- ¿Hueles eso?
- ¿A porro?
- No, idiota, esa colonia.
- No huelo a nada en realidad.
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