Hace muchos domingos que no era domingo. Incluso con su sol. Tengo que revisar las cifras una y otra vez para calcular las pocas entradas de 2016. ¿Qué pasó con aquel mayo de un post diario -o el intento de-? En 30 días nacieron más cosas que en todo un año.
Hace muchos domingos que no era domingo, sin nubes. Y contemplo el tránsito de una danza que sólo se permite con el horario de verano. Dormí agotada casi al horario infantil y por eso he despertado antes que la alarma despertador, cuando el cielo es azul marino por una parte y no todo negro. En la calle, con bar de moda, los echan a todos. Una santa compaña de jolgorio y gritos, canciones dispersas, conversaciones de volumen desatado, tumulto, una botella rota. De repente, el silencio. Desagüe brusco de alcoholizados con un minuto instantáneo de silencio, ni los pájaros que viven en el tejado de enfrente. Ni tráfico. Silencio. Hace mucho tiempo que no escuchaba el sonido del amanecer, la media hora siguiente.
Y estar despierto con antelación al horario marcado para el domingo, cuatro horas de ensayo.
Y la sensación que vuelve de abrir una columna. Estaba desaparecida.
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