Infinite

Yanga-lore: te voy a gastar el nombre


Aquí hace frío, pero es agosto. Llueve en pleno verano. No hace frío en realidad, es mi piel erizada. Abro las páginas y estalla una alarma de coche en la ciudad dormida. Puta sincronía, qué susto.

El negro es el color de la renuncia y mi pelo está teñido reciente de negro. Y de punta.

Ahora hace calor. Se fue la tormenta de verano y el aire es una brisa caliente, enseño los dedos de los pies y vuela el algodón teñido de colores en la India.


A las 22.22 horas abro el editor de textos, otra vez, afianzo esta nueva manía-casualidad-tic-costumbre de todos los días.  
Se eriza el pelito de los brazos, rubio decolorado por el sol sobre fondo café con leche, culpa de tantas horas de estas semanas bajo el gran foco. Ni la brisa por la ventana me quita el frío.

He dejado a medias un gran comment sobre enfermedades y miserias, en un conocido blog. Aún con el uso de "Anónimo" he preferido cerrar la pestaña. En realidad no tengo ganas de opinar. Estoy derrotada.


En esta derrota por primera vez sería capaz de abandonar la apuesta. Descansar tranquila en mi ignorancia y más nunca, para nunca más ya abrir otro libro, pdf, e-puff! ni similar.

Una semana escuchando voces de los muertos. Una semana y pico, ya. 
Nunca he tenido una resaca tan terrible. 

Los libros se abren y se olvidan
Algunos tienen una digestión más larga.
Algunos son diferentes según cuándo los releas.
De algunos queda una idea general.

Pero nunca una semana. Nunca pesadillas. Nunca un renglón seguido que no soy capaz de leer, aunque sea de mi propia mano, porque me da náuseas y piel de gallina. Por supuesto, ni abrir cuatro días después páginas al azar y que parezca otro libro diferente, como si hubiera mutado silenciosamente mientras descansaba cerrado en tu escritorio.

La digestión más larga en años recientes han sido tres días y 21 de reposo.
Ahora llevo siete días y sin reposo posible.

Yanga-lore ha abierto algo que no puedo cerrar. O no sé cómo. Pensaba, ilusa, que Jon Bilbao como traductor tenía la culpa. Pensaba. Hasta que finalicé un par de capítulos de otro texto más reciente, en inglés original. Y no fui capaz de percibir en qué idioma estaba, ni tampoco importó.

Los engendros pestilentes regresaron y sólo hay pesadillas. Estoy derrotada: no quiero hablar de otros, no me interesa, me da igual, no quiero un blog nuevo que todo el mundo lea, reseñando a  otros y lo que otros hacen. Ya no lo aguanto más. Hasta hubo un momento semanal en que me cansé de este blog.

Qué me has hecho.
Estimada RAE: ¿cómo es el antónimo de Némesis, que no lo encuentro?

He entrado en fase crónica de la enfermedad literaria. Voy a morir.
De esto no me salva ni Bubok.




Calcada a boli. Se ve diferente por la torsión de la muñeca

4 comentarios

  1. El silencio es como la peste bubónica. Lo mismo alguien te marca el dintel del blog con el aspa roja de los apestados.

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  2. Todo arreglado.
    Vuelvo a tener el pelo rojizo.

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  3. Por cierto, la imagen de la gallina, el pollo o lo que sea eso, es lo más desagradable que he visto desde que soñé que metía la cabeza en las tripas de un caballo muerto en la I Guerra Mundial.

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