A los 20 años (19, 23) todas las poetas nos parecemos.
Tenemos el pelo largo y teñimos los labios de rojo.
El pelo llegaba a la espalda, liso sin planchas ni peinar. Odiaba en rimmel combinado con las lentillas; prefería el color burdeos que sólo conseguía (y consigue) una barra de Christian Dior. Que tomaba prestada todas las veces a mi madre, ni siquiera era mía.
Con el tiempo y los disgustos, las cejas espesas se convirtieron en un remedo de Greta Garbo. Incluso hubo que pintarlas porque desaparecieron solas. Y con ellas, por qué no, también pintar las pestañas. Y sombra y eyeliner y fluídos color carne para borrar los surcos de las ojeras.
El pelo cada vez más corto. De mitad de la espalda a los hombros. De los hombros al filo de la barbilla. Después al filo de los labios. Y cada vez menos. Incluso un cogote afeitado al 2.
Conseguimos pasar el último tránsito de pereza.
El cabello pasa, de nuevo, el filo de los hombros. La última frontera.
Sólo tiene que crecer hasta los pies.
Sansón estaba en lo correcto con la fuerza vital y los cabellos.
En este retorno a la fiera salvaje ya no me pinto los ojos. Que se vea el cansancio de tantas horas perdidas, qué importa. Todavía no he conseguido el burdeos perfecto. Está dónde tiene que estar, ¿por qué dar tantas vueltas si sabemos dónde vamos?
Todo sigue igual.
Los escritores siguen dando vueltas a metáforas inútiles para explicar de dónde vienen las musas, entidades externas, inspiraciones amatorias. Y es falso, el amor (humano) romántico no existe y nunca ha existido. Es DESEO (corporal, hormonal y sexual que se unifica con características mentales). Desde los filósofos griegos están confundidos los hombres. Caridad, compasión, apego, éxtasis místico... son otros sentimientos.
Llevo 3 páginas y media de 10 entradas cada una de otro blog literario. Y mi alergia se cronifica. Demasiado acostumbrados a crear la realidad. La misma literatura parcial que enseñaban en el colegio.
Así que todo sigue igual.
Falta pisarse de nuevo el cabello.
(LISTA. Juan Cruz López. Átlas de una juventud en fuga)
Tenemos el pelo largo y teñimos los labios de rojo.
El pelo llegaba a la espalda, liso sin planchas ni peinar. Odiaba en rimmel combinado con las lentillas; prefería el color burdeos que sólo conseguía (y consigue) una barra de Christian Dior. Que tomaba prestada todas las veces a mi madre, ni siquiera era mía.
Con el tiempo y los disgustos, las cejas espesas se convirtieron en un remedo de Greta Garbo. Incluso hubo que pintarlas porque desaparecieron solas. Y con ellas, por qué no, también pintar las pestañas. Y sombra y eyeliner y fluídos color carne para borrar los surcos de las ojeras.
El pelo cada vez más corto. De mitad de la espalda a los hombros. De los hombros al filo de la barbilla. Después al filo de los labios. Y cada vez menos. Incluso un cogote afeitado al 2.
Conseguimos pasar el último tránsito de pereza.
El cabello pasa, de nuevo, el filo de los hombros. La última frontera.
Sólo tiene que crecer hasta los pies.
Sansón estaba en lo correcto con la fuerza vital y los cabellos.
En este retorno a la fiera salvaje ya no me pinto los ojos. Que se vea el cansancio de tantas horas perdidas, qué importa. Todavía no he conseguido el burdeos perfecto. Está dónde tiene que estar, ¿por qué dar tantas vueltas si sabemos dónde vamos?
Todo sigue igual.
Los escritores siguen dando vueltas a metáforas inútiles para explicar de dónde vienen las musas, entidades externas, inspiraciones amatorias. Y es falso, el amor (humano) romántico no existe y nunca ha existido. Es DESEO (corporal, hormonal y sexual que se unifica con características mentales). Desde los filósofos griegos están confundidos los hombres. Caridad, compasión, apego, éxtasis místico... son otros sentimientos.
Llevo 3 páginas y media de 10 entradas cada una de otro blog literario. Y mi alergia se cronifica. Demasiado acostumbrados a crear la realidad. La misma literatura parcial que enseñaban en el colegio.
Así que todo sigue igual.
Falta pisarse de nuevo el cabello.
Como quien hace la lista de la compra
yo anoto
la serie de fracasos
que me regaló el camino.
Como si rezara el rosario
de ocasiones perdidas
y puertas cerradas
con que me fui encontrando.
Hago una lista del dolor
y cuando acabo
he de tomarme una aspirina.
Todavía queda
mucho trecho que aguantar.
(LISTA. Juan Cruz López. Átlas de una juventud en fuga)
Gracias por la mención, Sara.
ResponderEliminarCuídate la alergia. Las aspirinas no funcionan para el mal de la literatura (ni siquiera para el mal de la mala literatura).
De nada.
ResponderEliminarEra un blog de críticas y reseñas y sólo escritores. Leer eso tan temprano no es bueno. Así esta alergía mía (la única) empeora. No tiene arreglo, supongo, nunca podrá llenarse el hueco temporal en que las mujeres carecían de alma reconocida.
Tengo que dejar estas lecturas mañaneras.