Un punzante sonido se abre paso entre las sienes a la hora de siempre, pero ya no hay nada parecido a lo de ayer. Le sigue un estruendo deliberado, un aviso terrible, cuidado, es la alarma antiaérea. Bombardead todo, por favor. No quiero despertar. Ahora no, hoy no.
El pitido sigue, dentro y fuera de la habitación. Del sueño inconsciente Gertta salta a la consciencia enfurecida sin trozo intermedio. De un puñetazo se silencia el despertador, y con un salto de gato engancha las uñas a la cuerda de la persiana, ya es de día sin quererlo, vamos otra vez, pero aquello no sube. Otra vez empuja. Se rompió la noche anterior y no va a funcionar. La alarma del bombardeo entonces exhala los últimos gritos agudos y desaparece.
El pitido sigue, dentro y fuera de la habitación. Del sueño inconsciente Gertta salta a la consciencia enfurecida sin trozo intermedio. De un puñetazo se silencia el despertador, y con un salto de gato engancha las uñas a la cuerda de la persiana, ya es de día sin quererlo, vamos otra vez, pero aquello no sube. Otra vez empuja. Se rompió la noche anterior y no va a funcionar. La alarma del bombardeo entonces exhala los últimos gritos agudos y desaparece.
Gertta mira la pared vacía, la correa que no funciona, la persiana con leves rayas luminosas y sus manos que tampoco funcionan. Ha aparecido una nueva línea en la palma, de color rosado, que atraviesa en perpendicular esa línea del corazón tan gigante que le llega al dedo índice. Y la línea de la cabeza, también. La nueva línea no se equivoca: ya lo he perdido ambas cosas, qué importa.
Con pies arrastrados intenta asomarse a otra ventana para mirar la calle, la gente de carne y hueso, si se levantó nublado o no. Pero en realidad importa poco. Nadie sabe que está allí, el panadero sigue a sus cosas, el vecino del 5º cierra de un portazo y baja en el ascensor a los diez minutos que Gertta abra los ojos, como todos los días. La vecina del 2º en los próximos diez minutos sacará por la fuerza a su caniche maleducado y gritón, como si lo arrastrara al matadero.
¿Qué se hace en momentos así? ¿Podría permitirme una depresión? Todo ha sido un espejismo brillante, igual que su existencia con altibajos, porque la fuerza de la gravedad sigue en su sitio, la Vía Láctea y la galaxia entera, no ha habido cambios. ¿Es posible echar de menos a la zorra de Steinen? Por la ventana brilla una claridad demasiado blanca. Gertta no distingue si es el cielo no amanecido aún o que realmente está nublado. Esperar. Unos segundos, un par de minutos. La tierra seguirá girando para resolver la incógnita. Tres minutos. Diez. Quince. Se hace tarde para la oficina del paro, ya habrá colas. Pero no hay papeles que reunir ni presentar, en la oficialidad de un registro no ha estado haciendo nada. No tiene derecho a nada. El paquete de azúcar se está terminando, el de café tiene para tres cafeteras más, incluyendo la que preparo hoy.
¿Y ahora? Con terror Gertta recuerda que ha seguido esperando estas semanas, gastando papel y clics a “enviar mensaje”. Y no hubo respuesta en esos diez días laborables, ni cuatro de gilipollez. El paquete de tabaco conserva cuatro residentes y Gertta aspira el primero como si fuera alimento. Es posible que no haya más.
Y entonces, a punto de masticar el filtro, aparece una idea, la IDEA. Hay que extinguirlo todo, Matrix no se equivocaba, la realidad es muchísimo peor.
Decidió matarla para seguir con su vida.
Llevarla con la vecina no era suficiente.
Ni dejarla con los perros callejeros, los feos, los de los chinchorros, esos que seguro estaban enfermos y la protectora no atendía.
Ese día acababa todo.
Recogió lo necesario para no dejar pistas. Un billete perdido en un cajón le llevaría 5€ más lejos de su ruta habitual. Fue como otro paseo por el parque, otra vuelta. No dijo nada y se mostró obediente, enfundada en el cobertor habitual. Se dirigió al acantilado de la curva, vacío a esas horas (a lo lejos sólo estúpidos haciendo footing para reducir sus pellejos). El mar tenía olas más violentas que de costumbre, seguía nublado.
Sin remordimientos pero cegada en lágrimas, Gertta la empujó con todas sus fuerzas.
Desapareció en una parábola de medio segundo. Se la escuchó rebotar por las rocas y un ¡choff! final.
Ya estaba hecho. Tres años inútiles desaparecieron.
El borrador y todas las notas de su novela se hundieron bajo el agua.
Ahora sí, por fin: Matrix esperaba con los brazos abiertos.
Deduzco que la tercera parte es un peo. Juan ya no me dice que siga, jajaja. :)
ResponderEliminarHe tardado un mes (!) en leer la primera parte. Enmedio de uno de esos párrafos ha saltado otra idea, que enlaza con una cosa gorda que tengo entre manos.
Ahora no sé por dónde seguir. Debería haberlo leído antes.