Transcripción íntegra del texto no-pensado del 25 de enero. Pero de 2013.
Al encender la lámpara del escritorio ha explotado en varios trazos anaranjados, como naranja es la marca del papel de fumar que utilizo para llenar este vacío. El ritual del filtro, y el tabaco de liar, y seguir la línea recta, recuerda a cuando los cigarros no tenían sólo tabaco, cuando no había líneas que sobraran porque podían ser algo, alguna vez, cuando detrás de cada punto y seguido había un punto y seguido real.
Aquí no hay puntos seguidos útiles, porque después de muchos intentos se han convertido en una montaña inútil, tan inservible como la bombilla de los chinos que acaba de explotar sobre mi mano. ¿Me he quemado? Ni siquiera lo sé. No. El grito ha sido inútil, las chispas mínimas. Un poco de ceniza, o arena, algo quemado que no duele. Ya no hay repuesto para estas bombillas que prefiero, las “normales”, las que “brillan”, y no esas de bajo consumo que ni siquiera iluminan un trozo pequeño.
[…] He escrito la vida en un relato y es de vergüenza ajena / las explicaciones de por qué escribir, y no sirven / las críticas de “por qué más escritores” si ya hay suficientes, sin suficiente calidad / no lo entiendes, esto es una enfermedad.
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