Dormía, se supone que dormía, en un campo de heliotropos o helianthus o helio algo, construido según fórmulas químicas. Extraña primavera onírica que se esfuma cuando toca encogerse hasta la mínima expresión, sobre la almohada, permanecer un rato ahí sin respirar.
Y estirarse después. Pero no lo suficiente como para alcanzar el fuego, en la otra punta de la mesa.
Sólo quiero levantarme y destilar
humo azul de mis cigarros.
Nunca utilizo cerillas, y si la caja nueva está más cerca que la otra opción es por su utilidad reciente para quemar papeles.
Nunca he sabido de memoria un solo verso escrito por mi mano, si no lo consulto antes en el papel. Por primera vez rebota uno deshilachado, la caja se escurre y cae dentro del vaso de café, por el lado de las cabezas de fósforo. Todas inservibles, qué hojas sueltas quemarán así.
Y deshilachada, otra línea suelta.
... y un lugar donde refugiarme cuando la música pare.
Se llamaba Humo. Ya no recuerdo más, aparte del tabaco que encendí mientras lo escribía en una cuartilla, y con un mechero, como tengo que hacer ahora.
Ni destruir los folios consigue el olvido. Qué peligroso entonces si la música también regresa. Por suerte, ya no quedan pianos sueltos en la habitación para que sangren mis uñas.
Y estirarse después. Pero no lo suficiente como para alcanzar el fuego, en la otra punta de la mesa.
Sólo quiero levantarme y destilar
humo azul de mis cigarros.
Nunca utilizo cerillas, y si la caja nueva está más cerca que la otra opción es por su utilidad reciente para quemar papeles.
Nunca he sabido de memoria un solo verso escrito por mi mano, si no lo consulto antes en el papel. Por primera vez rebota uno deshilachado, la caja se escurre y cae dentro del vaso de café, por el lado de las cabezas de fósforo. Todas inservibles, qué hojas sueltas quemarán así.
Y deshilachada, otra línea suelta.
... y un lugar donde refugiarme cuando la música pare.
Se llamaba Humo. Ya no recuerdo más, aparte del tabaco que encendí mientras lo escribía en una cuartilla, y con un mechero, como tengo que hacer ahora.
Ni destruir los folios consigue el olvido. Qué peligroso entonces si la música también regresa. Por suerte, ya no quedan pianos sueltos en la habitación para que sangren mis uñas.
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