Se me ha olvidado escribir.
Se me ha olvidado escribir.
No sé, no tengo ni idea, se me ha olvidado. Llevo dieciséis páginas y media sin saber qué estoy poniendo, sólo pretendía anotar una idea (una palabra, una frase, una, ya, stop) y cuando despierto, porque se me ha dormido una rodilla y quiero encenderme un cigarro, se me ha olvidado lo escrito.
Cuando se me olvida, dibujo.
Se parece a la portada de algo que he olvidado también.
El tiempo siempre da la razón. Esa frase, la odio. Ahora todos los dibujos automáticos incluyen, y también se me ha olvidado dibujar, un ojo y un reloj de arena. El tiempo... amanecer etílico en una playa y brazos, otra vez. Volver a Jim. Fumar en los bares. Fumar. En los bares. Se podía. Con un whisky (y Seven Up) en las manos. Jim. KinBar. Hay un tipo en la pantalla de esta red social que parece él.
O se llama igual. Amigos (¿amigos?) de ese remoto lugar del mundo adonde se fue; otro amigo que se llama igual que su hermano (con grafías modernas) pero sin dudarlo es su foto; y otro amigo que se llama igual que aquél de su infancia.
Todo encaja, sí que es él. Aunque no actualiza su Facebook desde hace dos años.
Y tengo que encontrarlo justo el día de la resaca. Dieciséis años colisionan como si fueran un minuto y su siguiente. Tan fácil. Y bolas de cristal que me hacen reír cuando vigilan sobre un whisky y la naturaleza se perfecciona si además canta Jim, que también era poeta; es la primera vez que he conseguido robar una, sacarla de la noche, cometer distopía inversa.
A través del café y del arañazo nuevo en el hombro no veo la respuesta a por qué le he encontrado esta mañana ni qué tecla he pulsado. KinBar ya es literatura, hace tiempo, ya es un personaje principal con vida propia, muy lejos de un pretendido trasunto suyo o intenciones mínimas de reflejarlo con bisturí. Qué importa el otro, aunque siga vivo.
Paso la lengua por el arañazo, a modo de recordatorio, pero no recuerdo cómo lo he descubierto hoy. Quizá porque a las bolas de cristal seguían los escalones de antiguas huellas de manera tajante, principio y final de todos los males; ese lugar donde el miedo se fue adhiriendo a las entrañas, a la piel, hasta hacer una segunda piel indistinguible. Huir y quedarse al mismo tiempo es una imposibilidad matemática, por eso hemos avanzado bien poco, ahogados en la trampa de conseguir lo imposible.
KinBar fue la excusa, que no el motivo, para continuar la pelea mortal con las palabras, fue otra pieza entre los escalones y las hojas. Puede que lo haya encontrado hoy porque tiene una copia del primer libro compilado a raíz de su propia sugerencia; una copia que no puedo (o podría) destruir. Y tiene el cuaderno, vaya regalo, ese de tapas forradas en tela de colores, estilo tibetano con rojos, dorados y verdes. Ese escrito a medias, toma, te toca rellenar cada dos hojas, hazlo como si no hubiera mañana. Acepto el juego de dejarme absorber por la ficción, decían sus ojos. Acepto jugar a que me importa la literatura tanto como a ti, el resumen.
Huir y permanecer. Al mismo tiempo. Jode la frase, pero estabas en lo cierto: el tiempo siempre da la razón. Se agotó el espacio para huir, la ruina literaria ya lo abarca todo. Lo más gracioso de la ruina literaria (esto es, escribir un libro tras otro sin que sean del todo "libros", porque no llegaron a otro sitio, porque no se tomó el camino adecuado, porque a nadie le importó, pero acabar uno y empezar otro sin poder parar) es que tampoco eres tú nada; y eso es un problema si toda la arquitectura del universo es literatura, excepto la lista de la compra (mejor siempre de memoria y no escribirla).
Como fuerza incontenible, su adjetivo lo dice todo; por algún sitio pegará un reventón.
Dejar de huir es dejar de quejarse.
Dejar de quejarse es abandonar el miedo.
Cuando la gente pierde el miedo, se vuelve peligrosa.
Se me ha olvidado escribir.
No sé, no tengo ni idea, se me ha olvidado. Llevo dieciséis páginas y media sin saber qué estoy poniendo, sólo pretendía anotar una idea (una palabra, una frase, una, ya, stop) y cuando despierto, porque se me ha dormido una rodilla y quiero encenderme un cigarro, se me ha olvidado lo escrito.
Cuando se me olvida, dibujo.
Se parece a la portada de algo que he olvidado también.
El tiempo siempre da la razón. Esa frase, la odio. Ahora todos los dibujos automáticos incluyen, y también se me ha olvidado dibujar, un ojo y un reloj de arena. El tiempo... amanecer etílico en una playa y brazos, otra vez. Volver a Jim. Fumar en los bares. Fumar. En los bares. Se podía. Con un whisky (y Seven Up) en las manos. Jim. KinBar. Hay un tipo en la pantalla de esta red social que parece él.
O se llama igual. Amigos (¿amigos?) de ese remoto lugar del mundo adonde se fue; otro amigo que se llama igual que su hermano (con grafías modernas) pero sin dudarlo es su foto; y otro amigo que se llama igual que aquél de su infancia.
Todo encaja, sí que es él. Aunque no actualiza su Facebook desde hace dos años.
Y tengo que encontrarlo justo el día de la resaca. Dieciséis años colisionan como si fueran un minuto y su siguiente. Tan fácil. Y bolas de cristal que me hacen reír cuando vigilan sobre un whisky y la naturaleza se perfecciona si además canta Jim, que también era poeta; es la primera vez que he conseguido robar una, sacarla de la noche, cometer distopía inversa.
A través del café y del arañazo nuevo en el hombro no veo la respuesta a por qué le he encontrado esta mañana ni qué tecla he pulsado. KinBar ya es literatura, hace tiempo, ya es un personaje principal con vida propia, muy lejos de un pretendido trasunto suyo o intenciones mínimas de reflejarlo con bisturí. Qué importa el otro, aunque siga vivo.
Paso la lengua por el arañazo, a modo de recordatorio, pero no recuerdo cómo lo he descubierto hoy. Quizá porque a las bolas de cristal seguían los escalones de antiguas huellas de manera tajante, principio y final de todos los males; ese lugar donde el miedo se fue adhiriendo a las entrañas, a la piel, hasta hacer una segunda piel indistinguible. Huir y quedarse al mismo tiempo es una imposibilidad matemática, por eso hemos avanzado bien poco, ahogados en la trampa de conseguir lo imposible.
KinBar fue la excusa, que no el motivo, para continuar la pelea mortal con las palabras, fue otra pieza entre los escalones y las hojas. Puede que lo haya encontrado hoy porque tiene una copia del primer libro compilado a raíz de su propia sugerencia; una copia que no puedo (o podría) destruir. Y tiene el cuaderno, vaya regalo, ese de tapas forradas en tela de colores, estilo tibetano con rojos, dorados y verdes. Ese escrito a medias, toma, te toca rellenar cada dos hojas, hazlo como si no hubiera mañana. Acepto el juego de dejarme absorber por la ficción, decían sus ojos. Acepto jugar a que me importa la literatura tanto como a ti, el resumen.
Huir y permanecer. Al mismo tiempo. Jode la frase, pero estabas en lo cierto: el tiempo siempre da la razón. Se agotó el espacio para huir, la ruina literaria ya lo abarca todo. Lo más gracioso de la ruina literaria (esto es, escribir un libro tras otro sin que sean del todo "libros", porque no llegaron a otro sitio, porque no se tomó el camino adecuado, porque a nadie le importó, pero acabar uno y empezar otro sin poder parar) es que tampoco eres tú nada; y eso es un problema si toda la arquitectura del universo es literatura, excepto la lista de la compra (mejor siempre de memoria y no escribirla).
Como fuerza incontenible, su adjetivo lo dice todo; por algún sitio pegará un reventón.
Dejar de huir es dejar de quejarse.
Dejar de quejarse es abandonar el miedo.
Cuando la gente pierde el miedo, se vuelve peligrosa.
Mientras tanto, las palabras siguen trabajando ellas solas,
como siempre han hecho.
Me gusta tu estilo... muy exótico.
ResponderEliminar¿Exótico? ......
EliminarSi... exótico, caótico, algo así como el Universo antes de Big Bang, materia oscura o por el estilo.
EliminarSoy amante de letras raras. Espero no recibir un arañazo a través del espacio sideral, por este comentario jeje
Ah, gracias.
EliminarHabía imaginado moais, papagayos o cocoteros con lo de "exótico". :-)
La rareza de esa herida ¿verdad? Arañazo insólito descubierto por azar a la tarde siguiente. Impenetrable. Pidiendo su lametón y su memoria.
ResponderEliminarUn día... un día?
Un día...
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