He leído el tres mil millonésimo artículo sobre miedo a la página en blanco. Siempre pico, siempre acabo leyendo la misma basura. Es un tema que aparece, antes o después, en los sitios literarios o relacionados, y genera la misma inquietud por su planteamiento único sobre la cuestión.
La creatividad aplicada a la escritura está rodeada de mitos sobre el propio concepto de inspiración, las vidas de los grandes novelistas o su sistema de trabajo. Manuales, talleres y expertos ignoran la otra cara de la moneda; está ahí, pero no se ve ni se habla de ella, como la cara oculta de la luna.
Todo el material que cae en mis manos provoca la misma reacción de enfado, con distintas gradaciones que van desde el leve qué coraje hasta la ira más profunda. Todo el material que he leído/escuchado durante dos décadas (libros, manuales, psicólogos) ha sido completamente inútil y desacertado. Hasta hace poco no he conseguido encontrar otro planteamieno diferente, expresado en un libro. Veinte años, un sólo libro con otra idea. UNO. Bueno, por algo se empieza. Y después, las declaraciones de una escritora. Bueno, ya son DOS, no está mal. Significa que a alguien más le pasa.
El artículo en cuestión, esta vez, contiene una flagrante mentira:
Esto es falso. Incluso el llamado "bloqueo" (quedarse en blanco por falta de ideas) también es falso. ¿Y cómo hago afirmaciones tan categóricas? Porque creo que he encontrado el único tema en el que soy una experta: en 20 (ya 23) años de escritura literaria, jamás ha ocurrido tal cosa. Ni siquiera al principio. Ni a mitad. Ni ahora.
Pero en vez de aúllar en una esquina, como hago siempre, le doy la vuelta al asunto para intentar descomponer qué o cómo es el proceso que he seguido de manera constante. Pocas veces he reflexionado sobre ello, por ser el modo natural de hacer las cosas... y creer que a los cerebros de todos los demás también les ocurría de la misma manera.
Bien es cierto que muchas horas de escritura han sido por placer. Pero también han existido otras muchas horas de escritura forzada, con el trabajo en prensa escrita o con guiones para programas de radio o televisión. Bajo ninguna circunstancia ha habido problemas de creatividad.
Aquí es donde operan los grandes mitos, a los que se echa mano constantemente. La inspiración a la hora de escribir no es un paréntesis temporal que empieza y se acaba, y que ocurre de vez en cuando dándote un mágico golpe en la espinilla. La gran frase que la inspiración te pille trabajando no es una gran frase en absoluto, porque la inspiración siempre está ahí. Es un estado mental concreto, para el que tampoco es necesario hacer nada en especial ni seguir rituales estrambóticos, sólo dejarse llevar. Lo único necesario es aprender a manejar ese estado, para que no interfiera con la vida cotidiana o con los momentos en que no se está escribiendo (o no se puede, si vas conduciendo por ejemplo).
Ningún profesor de taller literario sabe enseñar eso. Tampoco los manuales para escritores hablan del tema.
Simplemente, hay que no-hacer nada. Y a este individuo con la capacidad para el estado voluntario de inspiración vamos a llamarle Escriba Wu Wei.
El Escriba Wu wei es aquel que no hace nada para generar o forzar la creación de ideas: es un simple receptáculo, poroso, que las palabras pueden atravesar con total libertad.
Imaginemos un inmenso árbol, de hoja caduca y además en otoño. Como el de arriba, más o menos. Cada hoja es una idea. El Escriba Wu Wei sólo tiene que pasar por allí y le caerán las hojas encima. Puede hacer lo que le plazca: sentarse bajo el árbol, mirar las hojas, estar atento a otra cosa. Pasar rápido o dormirse debajo. Tener fiebre o estar dormido. Todas las veces, sin excepción, alguna hoja caerá cerca de él o incluso encima. Porque es otoño y las hojas no paran de caer al suelo.
En cualquier manual al uso, el aspirante a escritor tiene que hacer algo: cimbrear el tronco para que caigan las hojas, soplar, idear un sistema de cuerdas y anclajes para subir a las primeras ramas y golpearlas, etcétera. Cualquier cosa, menos estar quieto, con la absoluta certeza de que las hojas van a caer.
No hay estrés alguno: recordemos que es un otoño infinito. Las hojas pueden caer cerca, pero no lo suficiente como para cogerlas al vuelo. O pueden caer encima de sus manos y, tras examinarlas, dejarlas en el suelo sin más y esperar a la siguiente.
En todo momento el Escriba Wu Wei mantiene su pequeña cuota de voluntad: puede tomar o abandonar esas palabras para siempre. Pueden interesarle, pero dejarlas para un momento posterior, porque cuando le ha llegado esa hoja tiene que desplazarse a otro sitio del parque.
A veces no hay elección. La hoja rojiza-amarillenta ha caído de tal manera que le ha dado en pleno ojo y no puede ignorarla. Hasta le ha hecho sangre, con el filo. No le queda más remedio al Escriba Wu Wei que hacer caso a esas palabras y a ninguna otra, durante el tiempo que haga falta. Ahí desaparece el libre albedrío. Porque tengo una mala noticia que darte, esos momentos también ocurren, no son un mito, le pueden pasar a cualquiera: tienes que quedarte toda una noche en vela para escribir esa obra de teatro, o dos días sin levantarte a comer, para terminar ese poemario, o cinco días seguidos encerrado en casa hasta el punto final de un texto.
Y se puede intentar escapar, alejarse del árbol o huir del parque, pero es inútil. La hoja caída no sólo ha hecho un pequeño rasguño, sino que se ha incrustado en pleno ojo y es necesario sacarla de ahí. No hay escapatoria, es inevitable.
Aquí caemos en el error del mito que nos han contado: que una obra sea escrita así no significa que no se haya corregido, ni que sólo esté al alcance de unos pocos autores que escribieron una genialidad a la primera. Quizá eso que nos ha llegado no es tal cual se escribió, palabra por palabra, porque ha sufrido tres mil correcciones del editor o del autor antes de ver la luz, aunque el esqueleto principal sí fuera el resultado de horas continuadas y obsesivas de escritura.
He utilizado las palabras árbol y parque como metáforas de un estado mental, que por supuesto nada tiene que ver con lugares físicos (ni una habitación propia, ni rutinas de escritor ni nada parecido). El árbol es la propia vida, el día a día normal. No hay que hacer grandes cosas, necesariamente. En cualquier esquina hay un detalle que es una hoja, desde un conversación ajena escuchada en un bar hasta una pegatina colocada en un cubo de basura. Cualquier cosa puede producir un texto, cualquier tipo de texto (desde un poema a una historia de ciencia ficción o el post para un blog). La vida es Literatura por completo. Y el peor consejo que puede darse a un Escriba Wu Wei es que lleve una pequeña libreta encima para ir anotando ideas, porque entonces se parará a escribir cada 5 minutos.
¿Qué son las hojas del árbol? ¿Por qué están ahí? ¿Y por qué es otoño?
Esas son las típicas preguntas cuya respuesta no sirve, en realidad, para nada.
La creatividad aplicada a la escritura está rodeada de mitos sobre el propio concepto de inspiración, las vidas de los grandes novelistas o su sistema de trabajo. Manuales, talleres y expertos ignoran la otra cara de la moneda; está ahí, pero no se ve ni se habla de ella, como la cara oculta de la luna.
Todo el material que cae en mis manos provoca la misma reacción de enfado, con distintas gradaciones que van desde el leve qué coraje hasta la ira más profunda. Todo el material que he leído/escuchado durante dos décadas (libros, manuales, psicólogos) ha sido completamente inútil y desacertado. Hasta hace poco no he conseguido encontrar otro planteamieno diferente, expresado en un libro. Veinte años, un sólo libro con otra idea. UNO. Bueno, por algo se empieza. Y después, las declaraciones de una escritora. Bueno, ya son DOS, no está mal. Significa que a alguien más le pasa.
El artículo en cuestión, esta vez, contiene una flagrante mentira:
El miedo a la página en blanco lo siente todo el mundo.
Esto es falso. Incluso el llamado "bloqueo" (quedarse en blanco por falta de ideas) también es falso. ¿Y cómo hago afirmaciones tan categóricas? Porque creo que he encontrado el único tema en el que soy una experta: en 20 (ya 23) años de escritura literaria, jamás ha ocurrido tal cosa. Ni siquiera al principio. Ni a mitad. Ni ahora.
Pero en vez de aúllar en una esquina, como hago siempre, le doy la vuelta al asunto para intentar descomponer qué o cómo es el proceso que he seguido de manera constante. Pocas veces he reflexionado sobre ello, por ser el modo natural de hacer las cosas... y creer que a los cerebros de todos los demás también les ocurría de la misma manera.
Bien es cierto que muchas horas de escritura han sido por placer. Pero también han existido otras muchas horas de escritura forzada, con el trabajo en prensa escrita o con guiones para programas de radio o televisión. Bajo ninguna circunstancia ha habido problemas de creatividad.
Aquí es donde operan los grandes mitos, a los que se echa mano constantemente. La inspiración a la hora de escribir no es un paréntesis temporal que empieza y se acaba, y que ocurre de vez en cuando dándote un mágico golpe en la espinilla. La gran frase que la inspiración te pille trabajando no es una gran frase en absoluto, porque la inspiración siempre está ahí. Es un estado mental concreto, para el que tampoco es necesario hacer nada en especial ni seguir rituales estrambóticos, sólo dejarse llevar. Lo único necesario es aprender a manejar ese estado, para que no interfiera con la vida cotidiana o con los momentos en que no se está escribiendo (o no se puede, si vas conduciendo por ejemplo).
Ningún profesor de taller literario sabe enseñar eso. Tampoco los manuales para escritores hablan del tema.
Simplemente, hay que no-hacer nada. Y a este individuo con la capacidad para el estado voluntario de inspiración vamos a llamarle Escriba Wu Wei.
El Escriba Wu Wei
Las palabrejas Wu wei son un préstamo del chino y define unos de los principios básicos de la filosofía taoísta, el principio de no-acción. La no-acción se refiere a fluir sin interferir, muy lejos de la inacción (el cruzarse de brazos).El Escriba Wu wei es aquel que no hace nada para generar o forzar la creación de ideas: es un simple receptáculo, poroso, que las palabras pueden atravesar con total libertad.
Imaginemos un inmenso árbol, de hoja caduca y además en otoño. Como el de arriba, más o menos. Cada hoja es una idea. El Escriba Wu Wei sólo tiene que pasar por allí y le caerán las hojas encima. Puede hacer lo que le plazca: sentarse bajo el árbol, mirar las hojas, estar atento a otra cosa. Pasar rápido o dormirse debajo. Tener fiebre o estar dormido. Todas las veces, sin excepción, alguna hoja caerá cerca de él o incluso encima. Porque es otoño y las hojas no paran de caer al suelo.
En cualquier manual al uso, el aspirante a escritor tiene que hacer algo: cimbrear el tronco para que caigan las hojas, soplar, idear un sistema de cuerdas y anclajes para subir a las primeras ramas y golpearlas, etcétera. Cualquier cosa, menos estar quieto, con la absoluta certeza de que las hojas van a caer.
No hay estrés alguno: recordemos que es un otoño infinito. Las hojas pueden caer cerca, pero no lo suficiente como para cogerlas al vuelo. O pueden caer encima de sus manos y, tras examinarlas, dejarlas en el suelo sin más y esperar a la siguiente.
¿Y cómo se elige una idea?
También sin hacer nada. Porque, de repente, una de esas ideas se abre sola como una flor. Sin esfuerzo alguno empieza a desplegarse, y se convierte en los primeros versos (si es un poema) o el primer párrafo, si es otro tipo de texto (sea un relato, el principio de una novela o un post). Y sigue creciendo sin esfuerzo; quizá se convierta en dos o cuatro párrafos, incluso en un poema entero.En todo momento el Escriba Wu Wei mantiene su pequeña cuota de voluntad: puede tomar o abandonar esas palabras para siempre. Pueden interesarle, pero dejarlas para un momento posterior, porque cuando le ha llegado esa hoja tiene que desplazarse a otro sitio del parque.
A veces no hay elección. La hoja rojiza-amarillenta ha caído de tal manera que le ha dado en pleno ojo y no puede ignorarla. Hasta le ha hecho sangre, con el filo. No le queda más remedio al Escriba Wu Wei que hacer caso a esas palabras y a ninguna otra, durante el tiempo que haga falta. Ahí desaparece el libre albedrío. Porque tengo una mala noticia que darte, esos momentos también ocurren, no son un mito, le pueden pasar a cualquiera: tienes que quedarte toda una noche en vela para escribir esa obra de teatro, o dos días sin levantarte a comer, para terminar ese poemario, o cinco días seguidos encerrado en casa hasta el punto final de un texto.
Y se puede intentar escapar, alejarse del árbol o huir del parque, pero es inútil. La hoja caída no sólo ha hecho un pequeño rasguño, sino que se ha incrustado en pleno ojo y es necesario sacarla de ahí. No hay escapatoria, es inevitable.
Aquí caemos en el error del mito que nos han contado: que una obra sea escrita así no significa que no se haya corregido, ni que sólo esté al alcance de unos pocos autores que escribieron una genialidad a la primera. Quizá eso que nos ha llegado no es tal cual se escribió, palabra por palabra, porque ha sufrido tres mil correcciones del editor o del autor antes de ver la luz, aunque el esqueleto principal sí fuera el resultado de horas continuadas y obsesivas de escritura.
Encerrarse en el trastero: el bloqueo voluntario
El Escriba Wu wei también sufre de bloqueo de escritor, pero es una condición que depende por completo de su voluntad. Decide que así sea, por el tiempo que sea. Suele ocurrir por circunstancias externas y adversas, como un entorno cotidiano que no permite el modo contemplativo de visitas al árbol, o la falta de certezas sobre la validez de esas hojas desarrolladas.He utilizado las palabras árbol y parque como metáforas de un estado mental, que por supuesto nada tiene que ver con lugares físicos (ni una habitación propia, ni rutinas de escritor ni nada parecido). El árbol es la propia vida, el día a día normal. No hay que hacer grandes cosas, necesariamente. En cualquier esquina hay un detalle que es una hoja, desde un conversación ajena escuchada en un bar hasta una pegatina colocada en un cubo de basura. Cualquier cosa puede producir un texto, cualquier tipo de texto (desde un poema a una historia de ciencia ficción o el post para un blog). La vida es Literatura por completo. Y el peor consejo que puede darse a un Escriba Wu Wei es que lleve una pequeña libreta encima para ir anotando ideas, porque entonces se parará a escribir cada 5 minutos.
¿Qué son las hojas del árbol? ¿Por qué están ahí? ¿Y por qué es otoño?
Esas son las típicas preguntas cuya respuesta no sirve, en realidad, para nada.
Al hilo de este tema, mi reivindicación ya es muy antigua y la inserté como quien no quiere la cosa en el primer libro impreso (gracias a los favores de la auto-maquetación). La página (par) de separación entre capítulos, una página que debería ir en blanco, lleva en trozos el lema que termina al final:
{NO}
{EXISTE}
{LA}
{PÁGINA}
{EN}
{BLANCO}
{NO EXISTE LA PÁGINA EN BLANCO}
Os puedo asegurar que no, no existe.
Os puedo asegurar que no, no existe.
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