Infinite

Mano, pincel, bolígrafo

Ay qué dolor
La #semana 2# ha sido un auténtico fracaso. Desparramada por el suelo y arrastrándome por las esquinas, en su sentido más literal. Y eso me alegra, porque más bajo no puedo caer. 


Han vuelto los horarios desordenados, la falta de concentración y el no escribir una sola línea al día de la historia en curso. Ya ni novela podía llamarla esta semana, menuda basura. 

Creo que la gente que abandona los gimnasios hace algo similar: la excusa de las agujetas del día siguiente y después el tiempo de curación y reposo, que acaba por convertirse en el tiempo de abandono. 

Tengo la excusa de la menstruación dislocada, que siempre altera sus propias normas dentro de las normas. Y que si dura cuatro días y medio (por ejemplo), está sujeta a todas las tonterías que se han hecho durante el mes, como una dieta sana o demasiado deporte. De repente son sólo tres días de regla, porque el primero se da mucha prisa, más parecido a la matanza del cerdo en Fregenal de la Sierra que a eso que anuncian cantando y bailando las señoritas de Evax.

Después del paréntesis con un estado leve de despiste, toca regresar a la normalidad. Pero. Hay un pero, claro, que dos días después regresa para el cumplimiento cuadriculado del día y medio que falta. Mira que son años y nunca me acuerdo, que si baja una hormona, sube otra, la serotonina por aquí, la dopamina por allá y todo eso. En resumen, que el resultado se paga carísimo, aparte de más espinillas gratis (casi 40 años y siguen saliendo espinillas, putas hormonas) y que no se está un poco despistada sino total y absolutamente ida. El efecto secundario es un estado de mini-depresión clínica reconcentrada, nada tiene sentido, el mundo es un asco, no me entiende nadie y no soy capaz de seguir escribiendo esta mierda porque no me salen las palabras, y porque además es una mierda que ni a mí me gusta.

Intentar lo contrario es darse un hostión con dos párrafos (8 míseras líneas) que suenan a estropajo. Y reescribirlas sin parar, quizás si las arreglo puedo seguir la historia por donde la dejé...  

Y por supuesto no. En dos párrafos he escrito, borrado y reescrito más palabras que en toda la #semana 1# junta. 

Lo bueno de convivir con las hormonas durante tantos años es que puedes ser un espectador; aunque tengas ganas casi-reales de ahorcarte, sabes que no son verdad ni son tú, sino un descontrol que aleatoriamente han decidido los ovarios como oferta del mes y te ha tocado.

Hago otra cosas.

Robert Greene habla en su conferencia con los hombros encogidos, casi como si estuviera pidiendo perdón a la audiencia o se escondiera detrás de sus gafas. Menciona lo mismo de puntos conectados, como el ya-harto-famoso-discurso-Stanford de Steve Jobs. Y me meo -risa- porque en la libreta del año pasado, misma fecha (5·oct·2013) había anotado: cuándo coño me van a conectar los puntos de toda mi experiencia acumulada, eso que dice Jobs.

Greene menciona lo otro tan típico de recordar aquellas cosas innatas desde el principio de los tiempos, antes de que nadie interfiriera.


Fantaseo entonces con la posibilidad de que estoy equivocada por completo, que lo de escribir no es lo mío. Porque al principio de todo fue el dibujo. Cuando se me metió entre ceja y ceja que quería pintar bien caballos, pero de los auténticos, con todos sus músculos y sus cosas, no tipo Pequeño Poni de dibujos animados. Aprendí por mi cuenta con manuales profesionales de lápiz y carboncillo, repitiendo hasta la extenuación (que no llegaba nunca, el cansancio). En el colegio siempre tuve la asignatura de dibujo y con toda sencillez elegía los ejercicios más difíciles; como un trismestre dedicado a hacer copias de obras del Prado, que me fui de cabeza a por el Entierro del Conde de Orgaz de El Greco. La profesora consideró que me había vuelto loca y era muy complicado, así que me encasquetó El caballero de la mano en el pecho. Cuando lo terminé, antes de tiempo, la profesora ya me dejó experimentar con otras opciones rebuscadas, como la horripilante Anunciación


Cuando me defendía más o menos con el carboncillo y el lápiz, me interesé por el óleo. Al lado de mi antigua casa estuvo muchos años (y sigue) el taller de un pintor, donde daba clases. Desde la calle siempre olía a aceite de linaza. Los alumnos pintaban perspectivas, jarrones y todo eso, lo mismo que había estado haciendo por mi cuenta con el lápiz. Y me pareció aburrido, así que conseguí todos los cacharros (y un bote de aceite de linaza para mí sola) y simplemente experimentaba con lo lienzos durante horas. 


Imagina, que me he confudido y no valgo para escribir. Que no hay cosa más sencilla y divertida que traspasar a papel las líneas que ves delante de tus ojos. Hago la prueba con lo primero que tengo delante y sí, sale amorfo. Es un amorfo relativo, porque con el bolígrafo no puedo corregir la esquina demasiado larga. Que no se me ha olvidado dibujar, todavía. 


Recuerdo entonces esa otra manía de añadir dibujos a todos y cada uno de los poemas de un libro, por el exclusivo placer de hacer los trazos.

O tampoco, ya que fantaseamos, al principio también estuvo la música. Que sigo sin tener ni idea de solfeo avanzado, que las canciones en el piano me las invento y las notas en la guitarra se me están olvidando de no usarlas. 

Pruebo por entretenerme con lo único que tengo a mano, un editor de música. Claro, así cualquiera. También haría discos si tuviera el equipo que se gasta Skrillex. 

Sale esto: Octubre - Test


Todo eso en vez de escribir con el horario que tenía previsto. 

Imagina por un momento que me he confundido; que me estoy empeñando en algo que sólo se diferencia de lo anterior porque he gastado el triple de horas, tanto de aprendizaje como de entretenimiento para pasar el rato. Que lo de escribir no es lo mío.

Y entonces vuelvo al estado primigenio. Qué bonito es que llegue la iluminación tirada por los suelos y agotada, sin peinar y desangrándome. Igual que nunca he abandonado un gimnasio (las dos veces que me apunté) porque la realidad es que disfrutaba dando saltos, y no importaba si me escogían para la compañía de danza o no, y justo por la falta de presión es cuando funcionaba la cosa, con la escritura ocurre de la misma manera: no puedo dejar de hacerlo durante horas y días enteros, siempre y cuando transcriba lo que realmente quiero poner y no lo que los expertos van diciendo que es bueno o se vende.


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