Infinite

Hay esperanza absurda en las estrellas

El reloj marca y 57 y me relamo del gusto por la precisión; hay tiempo de sobra. Tres minutos. Ya estoy preparada al viejo estilo, con todos los sentidos alerta, como si fuera una cita periodística de antaño. Ese tic del reloj suizo, sueco en este caso, la errata que no he corregido todavía en el libro, no sé por qué: mirar el móvil -el reloj- cada 5 segundos, no cada 5 minutos.
He hecho palomitas y en la pantalla veo que activan, por fin, el streaming del Premio Nobel de Literatura. Más bien el encuadre de la puerta blanca de la Academia. Suena una campanilla cuando mi reloj cambia a las 13.00 exactas y aparece la portavoz.

Y dice: Svetlana Alexievich. Y aplaudo, no sé por qué, quizá porque me sonaba ya su candidatura en tanto artículo previo estos días, o porque sé que es periodista, que es bielorrusa, o porque sí me he leído al menos una de cosas (Voces de Chernóbil). O porque es una mujer y reportera, qué más quieren.

Suena justo el timbre del portal y me hago la sorda, con la adrenalina de la asimilación y un largo desfile de tropecientos enlaces en Twitter sobre Svetlana. Vuelve a sonar y decido darle al botón del telefonillo electrónico que abre el portal, puede ser el cartero (espero un paquete). Pero es un cartero vago, vuelve a sonar el mismo chirrido, por qué no sube, pregunto por el auricular qué quiere.

Que trae el paquete, sí, pero que baje a recogerlo. Cojones.

Medio en pijama, y sólo después de escribir el tuit que iba a escribir, decido bajar donde el cartero. Cartera, señora cartera. Nos encontramos a la mitad de las escaleras, piso 1 y medio, porque tiene la furgoneta en doble fila y prisa.

     —Traigo un paquete...
     —Disculpe que no abriera, es que justo decían el Nobel de Literatura a la una en punto.
     —¿Y quién ha ganado?
     —Svetlana Aleix... Alese... bueno, Svetlana. Una periodista bielorrusa.

Regreso a mi escritorio para terminar las palomitas y seguir leyendo cosas. Es difícil explicar el sentimiento de alegría diferida, ese que tanto escasea. Un mensaje coincidente en el tiempo, cuando llevo toda la mañana con otro artículo atascado. El ovillo lo forman, otra vez, las poses y mierdas, los expertos que hablan de "marca personal" y branding para escritores, el trabajo basura y lo que se es de verdad, la creatividad y el emprendimiento, la vida dónde fue.

Me había desviado en las últimas semanas, con la antigua perspectiva de por qué estoy en un trabajo tan absurdo, ah, sí, porque han rechazado esa candidatura como redactora y community manager en esa productora, etc. Y la respuesta fueron dos opiniones contrapuestas, a raíz del hecho novedoso y absurdo de una manicura: el comentario desafortunado de quien considera que no me pega tal cosa, ímplicito que no sabe que he sido siempre una niña elegante, implícito también en tercera línea que no soy una rata de biblioteca de su maldito club; el comentario de él, siempre tan certero, que me queda bien, implícito que ve más allá de lo que yo me permito ver y sabe que puedo, aunque yo apostate de mi propia capacidad. El primer comentario es de alguien que no me conoce, sólo ha visto la parte superficial; el segundo comentario es de alguien que sí me conoce.

Hasta ahora, tenía la mala costumbre de aferrarme a las opiniones del primer caso y no del segundo.

Esta mañana he vuelto a mi sitio: en ausencia de la preinscripción para otra licenciatura, me he apuntado en una decena de cursos online universitarios sobre literatura, psicología y coaching. También he trabajado de periodista, maquetando los artículos para la revista independiente que se lanza la próxima semana. Ha vuelto la facilidad -o la autotarea- de un post diario, una columna diaria; revisar si aceptaron o no lo que envié a Granta hace mil meses; apuntar las direcciones y requisitos de un par de agentes literarios que podrían estar tan locos como para querer representarme; calcular cómo haré para llegar a tiempo al recital poético de esta noche, porque me han cambiado el turno de trabajo para hoy por la tarde.

Ya no me pesa quitarme el pijama y perder cuatro horas en un centro comercial vendiendo mierda que no he pensado ni creado. Es una pausa activa mientras hago, pienso y diseño mis cosas. La tarea del ser humano es crear cosas.

Y lo celebro con palomitas.

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