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Los 10 temas de los que nunca hablan los escritores pero siempre los cuento (y por eso me va tan mal)


Cada vez que Gabriella Campbell escribe un post, el efecto que provoca en mi cerebro es el mismo: los ojos del revés de puro gusto, floto libre como Heidi celebrando que Clarita consiguió levantarse de su silla de ruedas y, además, reciben la visita de la abuela del Titanic (sí, ahí en la montaña) que trae pastas para la merienda y viene acompañada de Simba el Rey León a un lado y la madre también resucitada de Bambi, al otro. El abuelito está con Niebla en el veterinario. Pedro no sé dónde está. La escena tiene un toque de filtro de Instagram con purpurina, cruza una mariposa, suenan violines y... y...

Y no exagero, no. ¿Crees que estoy exagerando? Pues no. Durante unos minutos el blog de Gabriella consigue sacarme de ese pozo asqueroso en el que siempre estoy metida, ese bajón perpetuo con respecto a la escritura que preside cada segundo de mi existencia desde hace demasiados años. Cuando lo leo, oye, parece que hiciéramos algo importante. Pero cuando la mugre sale a la superficie una se desespera, a ver, en la guía telefónica no aparece ningún psicólogo de urgencia especializado en artistas que no pueden parar de escribir, ni consejos para ir paso a paso en vez de arrancarte las pestañas porque no sabes cómo acceder al mundo editorial (¿¡dónde cojones está la puerta, que la van cambiando de sitio!?) y tampoco puedes a darte a la bebida para calmar la ansiedad, porque acabas escribiendo más páginas todavía pero con una caligrafía tan ilegible que luego es imposible corregir.

El hecho de estar constantemente jodida hace que me lo tome a broma, ja ja, no es para tanto, pero si es un drama de segunda, puedo hacer otras cosas de mientras y no pasa nada, me he acostumbrado. O no del todo. Hace un par de meses subieron a Menéame uno de sus posts de archivo, que ya leí en su momento. Hasta ahí, bien. Pero a alguien (a él) se le ocurrió enviarme el enlace de modo cariñoso y ahí me vine arriba, jijiji yo la conozco jijiji sé quién es jijiji conozco a una famosa, y por "conocer" me refiero a que ya la leía antes de su descubrimiento y que en alguna ocasión hemos cruzado tuits con respuesta y poco más. Tampoco voy a decir que es mi amiga, porque lo mismo aparece por aquí y me da un par de collejas que me colocan del revés. 

Ah, es que me recordó a ti, vuelve a decir, cariñoso.

Y drama.

Mi cara...
Voy a follarte igual, no tienes que ser un pelota de mierda. Y no te comas las tildes, que lloro

Con la tontería, estuve el resto de la mañana releyendo el blog, desencajada, mira que llamarme eso. A mí. Escritora. Qué poca vergüenza. Y compararme con Campbell. A mí. Que no tengo ni idea de lo que hablo. Es como si comparamos jugar a las cocinitas (supongo, no sé, siempre he jugado con balones, Pequeños Ponis y Playmobils, que no tienen cocina) y lo ponemos al nivel de los chefs que salen la televisión. Pues nada que ver. 

También pensé, en plena tormenta emocional, que algún día podría escribir mi versión de alguno de los temas, por reírnos todos del fango patético y en plan desahogo. Pero claro, hace dos meses el tema era importante aún y no me salía el humor por ningún sitio. Y ahora... ahora me importa todo un carajo y no escuece. O sí, pero me da la risa. 

Así que hoy es el día. Punto a punto, que os encantan las listas de cosas absurdas. Estas son los 10 temas de los que nunca hablamos los escritores pero de los que estoy hablando constantemente. Es que empiezo todo al revés, no sé cómo me las apaño.


1. De todo el esfuerzo y trabajo anterior

Si algo repito hasta ser pesada es el esfuerzo temporal: que si 25 años, que si desde 1991, que si desde hace 25 años... una y otra y otra vez. Lejos de darme potestad alguna, es una manera de echarme piedras entre lloriqueos o de justificar los exabruptos gratuitos con tanto taller literario; el hecho es que durante los primeros 12 años de escritora he estado escribiendo todos los días (TODOS) como mínimo tres - cinco páginas. Después de las correcciones, a veces se quedaban en cuatro, a veces una, a veces cinco. La siguiente década he bajado un poco el ritmo hasta casi hacerlo desaparecer, porque en los primeros 12 me comí los mocos (nada en ningún concurso literario). Para que luego te digan que si constancia, trabajo y bla, bla, bla. Si alguna vez consigo editorial, incluiré una cláusula específica por la que en cualquier nota de prensa esté forzosamente la expresión "primera novela publicada". De "primera novela" a secas nada, que tengo no sé cuántos libros ya antes. Ni que hubiera empezado ayer, hijos de puta.

2. De lo que vendemos en realidad

En alguna ocasión he comentado que el total de ingresos por los libros apenas llega a 12€. En realidad, 10, porque Casa del Libro no paga hasta que tengas un mínimo de royalties que no alcanzo ni pagándolos. De los ejemplares, algo he comentado pero las cifras finales son: 22 libros de uno (entre papel y digital) más unas 145 descargas en promoción temporal gratuita. Y del otro, pues 2 y exagero. Dooos (la poesía no vende, por qué no le hice caso a mi madre). Lo más gracioso es que en el período que obtuve esos 10€ fue lo único que conseguí, porque estaba en paro. Mi tumba será una piscina de billetes de 500, sí. Lo veo. De billetes fotocopiados.

3. De que no vivimos de escribir

El tema estrella por el que estoy totalmente obsesionada, pero al revés. Desde el principio nos dicen que no se vive de escribir, eso lo sabemos. En la primera etapa de escritora no importaba mucho porque mi trabajo consistía en "ser estudiante" y lo hacía bien. Ningún drama para escribir todos los días. Pero después, como supuesta adulta, ralentizando la escritura para esforzarse en ganar el pan, te encuentras como resultado que ni te puedes ganar el pan ni tampoco has escrito todo lo que podrías haber hecho si no te interrumpieran el hambre y la ansiedad por intentar ganarte el pan con cualquier otra cosa. Doble combo.

4. De las editoriales que sí se han portado bien con nosotros

Sí, por supuesto, Amazon se ha portado de puta madre, son unos genios. Jeff Bezos, quiero un hijo tuyo.
Aparte de esto, poco puedo decir. Ya lo dijo Casimiro Parker respondió muy rápido (que no estaban interesados) y de manera afectuosa, pero tampoco tenía verdadera intención en que esos poemarios antiguos se publicaran. Y ya está. (Sí, ya está, aquí está el nudo de la historia: como considero que no vale nada lo que escribo, no me he dirigido a editoriales. Si no vas a editoriales, cómo coño vas a publicar nada. Si no publicas, de qué te quejas entonces, tía pesada. Dejadme, es mi cabeza, ¿vale?).

5. De la mano que le ha metido el corrector a nuestros textos

No he tenido posibilidades de contratar a un corrector externo, así que no sé. Pero todo lo que me han dicho los lectores beta lo he tenido en cuenta, eh. Todo.

6. Del miedo

Pero si no hablo de otra cosa, maldita sea. Este blog es (era) un pozo que chorrea miedo y se sale por los bordes y nos inundamos todos. No hay otra cosa que miedo: ver que pasan los años por encima, que sigo con esa mala costumbre de escribir que no va a ninguna parte pero no puedo evitarla, que lo mismo he desperdiciado ya dos tercios de mi vida en hacer el tonto porque no sirve... También ese miedo, temporal, porque ojalá hubiera nacido 10 años después y hubiera tenido estas herramientas actuales para compartir con los lectores, en vez de estar encerrada en casa esperando concursos literarios como validación o revistas en papel (que no publicaban a menores de edad ni por equivocación).

7. De lo mal que nos ha sentado esa crítica

Sólo hubo una que me ha repateado los ovarios, pero encima no tiene culpa el chaval. Que no tenía estilo propio. El pobrecito qué va a saber dónde están los detalles concretos de mi estilo, si no ha leído toda la mierda que llevo 20 años produciendo. Aun así... si no sabes, ¿para qué hablas? ¿eh? ¿EH? Grrrf.

8. De la envidia

Envidia no es, quizá, el término que le pondría a la emoción. Rabia, puede. Tristeza con rabia mix. Algo así. Rabia de que algunos estén por todas partes, con sus pocos libros, su columna o sus espacios en medios sin ser periodistas, sólo porque estaban en el sitio adecuado conociendo a la gente adecuada. Con lo poco que me gusta tener que hacer la pelota a nadie. Ni trabajar moviendo cajas como si fuera una mula, en vez de en una redacción con su teclado. Sí, va a ser envidia. De la mala. Muy mala. Verde me estoy poniendo.

9. De las buenas ideas

Curada de espanto. Casi todo mi entorno sabe ya de qué va el nuevo proyecto, por ejemplo. En los últimos cinco años ya me ha ocurrido varias veces eso de tener una idea, empezar a desarrollarla y que aparezca algún libro con una historia similar, que no igual. Ya, siempre está el aportar otra perspectiva pero... para qué gastar el tiempo, oiga. Así que las ideas nuevas ya no me molesto en esconderlas. Seguro que a alguien, en alguna parte del mundo, se le está ocurriendo lo mismo y además tiene editorial para vomitarlo.

10. De aquello que realmente nos obsesiona

¡Otra cosa de la que no para de hablar! Relacionado totalmente con el punto 6. Si algo me ha obsesionado desde la primera línea que escribí en un ataque de inspiración, con 11 añitos, es acabar como Poe, Kafka o Dickinson. Es decir, sola, muerta del asco, pobre y sepultada bajo un montón de folios escritos durante toda una vida y a los que ningún editor ha hecho caso jamás. Y me he resistido y lo he intentado, que no se diga que hay pereza. Pero la cosa ahora progresa adecuadamente: ya tengo tres de cuatro. Me falta llenar la casa con un montón de gatos y no hacer ningún esfuerzo más por peinarme mientras sigo gastando folios o abriendo documentos de word y...


La casa, por el tejado. Y todavía me quedan tres años para acabar Psicología.

Esto no es serio. Jijiji.


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