Banksy |
El año pasado participé de manera involuntaria en esta ya instaurada tradición cultural española de rebajas comerciales sin ser periodo de rebajas, un adelanto de la glotonería navideña, también conocido como Black Friday. Entré en la jungla de individuos ansiosos porque necesitaba, necesitaba de verdad por el trabajo a la interperie como captadora en pleno invierno, una buena chaqueta para el frío y un par de botas que resistieran la lluvia. Y llamó mi atención, en las tiendas de ropa, tanto cartel de rebajas sólo por un día.
Este año las posiciones se han invertido. Sudo en las filas malignas de los que tientan con productos a los crédulos buscadores de gangas. Da igual que expliques 20 veces la letra pequeña, que en este comercio sólo son productos concretos, bien marcados, los que tienen un descuento especial; que no es absolutamente todo rebajado, como en las tiendas de ropa. Qué importa el precio, la compulsión hace que los clientes se lleven aparatos que no necesitaban ayer con tanta urgencia como los necesitan hoy, al tenerlos delante. Blak Fraidei, señor. Hasta las grandes cadenas se han sumado al apabullante bombardeo de hoy fraidei o nunca. Peor aún, más días: el pre- (jueves), el post- (sábado), el posPost-Black (ciber lunes) y el requetecontraplus (envío por correo gratis en las tiendas online).
En el avispero del día central me he despertado con mis reflexiones nocturnas muy presentes. Antes de dormirme recurrí a algunas páginas de El camino del artista, único texto que podría arrojar algo de luz para buscar una perspectiva distinta a esta situación absurda. Por la mañana tengo presente ese dolor tan anciano en mí del choque entre persona, trabajo físico y trabajo mental. Mental creativo, en particular, por llamarlo de algún modo.
Cómo explicarte ese desagradable agotamiento mental hasta el límite de sentirse morir o querer morir de inmediato, como para que una simple hora de trabajo te fulmine de manera absoluta y no puedas casi articular un músculo frente a 12 horas ininterrumpidas que, sin embargo, provocan mayor claridad mental y otorgan la capacidad de seguir otras 12 horas sin descanso. Y aquí junto los dos extremos que he experimentado en alguna ocasión de los últimos cinco años.
El agotamiento físico también influye, dices.
No, no es sólo eso. O no se trata de eso.
Es el prejuicio sobre el propio trabajo mental. El problema es ese dolor, te digo. Un rechazo a sentir lo que sientes, como si fueras un estúpido pijo blando que prefiere el trabajo sobre un escritorio a un trabajo de verdad. También es absurdo que una hora de mi tiempo valga 40€ empleando la técnica y lo mental (diseño gráfico, logos, corrección de textos) y en este sitio donde estoy son 6€/hora, siendo la misma persona con las mismas habilidades.
Aquí, sin embargo, sí reconozco mi parte de responsabilidad porque me he dejado aleccionar por el sistema, golpe a golpe. Los contratos fraudulentos, el trauma del falso autónomo y el discurso ya universal sobre la crisis conducen a una peligrosa inactividad. Porque no tienes marca, ni nombre, hay veinte como tú. O doscientos. O dos mil. De qué profesión liberal o encargos freelance me estás hablando, alma de cántaro. Sólo consigues cinco horas de trabajo con todo eso en un mes. Mejor más por menos, escupe el sistema. Mejor 70 horas al mes a 6€ que sólo 4 o 5 por 40.
Y ya, por supuesto, de escribir un libro tras otro ni hablemos. Por eso me maravilla la versión profesionalizada desde la cultura anglosajona al respecto de los trabajos de creación.
No tengo ni puñetera idea de cómo se llega a ese punto, te digo. En los manuales de mierda para ser escritor no lo cuentan nunca. En ningún lado te cuentan cómo hacerlo al revés: cómo frenar el impulso que te permitiría estar 10-12 horas escribiendo pero te impide sobrevivir a una hora preguntando a los clientes qué quieren, sin mayor desborde mental.
Los pasillos aligeran su carga un momento, a última hora, y tengo una pausa de cinco minutos. Me da tiempo a contarte una versión resumida de todo lo anterior. Sonrío avergonzada porque puede sonar superficial, no es eso, hombre, no es por la cifra, ya sé que hay gente en el mundo que gana 6€ pero al mes, o al año, o nada, y yo aquí pareciera que me quejo...
Es más constatar la existencia de esa pulsión y su naturaleza increíblemente autodestructiva. Elaboro un ejemplo rápido que denomino "el efecto del cóctel de marisco". Ea, ya tengo mi primera hipótesis psicológica de estudio. Con antelación ya sé que mi futura tesis doctoral versará sobre algún aspecto del campo creativo humano.
Termino la jornada.
A la salida enciendo un cigarrillo y miro al cielo negro. Y calculo. Por mi intervención directa, los clientes se han gastado un total de 2.100€ en aparatos. A mí me pagarán 30€ por esa tarde. Treinta-dos mil cien. Libre mercado.
Y no he parado en cinco horas de ir pasillo arriba y abajo, de mirar referencias al ordenador, ir al almacén, de poner la escalera y coger el robot de cocina que está ahí arriba, volver por el pasillo, ir a buscar un carrito, montar y desmontar aspiradores para enseñar los filtros, enchufarlos y desenchufarlos, destripar ténicamente hablando como funciona esa plancha y lo que hace el vapor en la ropa, recordar de 8 a 10 rostros y quién ha preguntado sobre qué, para volver con la respuesta y una sonrisa, mientras memorizo los otros 8 o 10 rostros que han preguntando otras tantas cosas cuando volvías con las respuestas anteriores.
No he parado un segundo, pero no me afecta el cansancio físico hoy.
Quizá porque hoy sí fue más trabajo mental.
En el avispero del día central me he despertado con mis reflexiones nocturnas muy presentes. Antes de dormirme recurrí a algunas páginas de El camino del artista, único texto que podría arrojar algo de luz para buscar una perspectiva distinta a esta situación absurda. Por la mañana tengo presente ese dolor tan anciano en mí del choque entre persona, trabajo físico y trabajo mental. Mental creativo, en particular, por llamarlo de algún modo.
Cómo explicarte ese desagradable agotamiento mental hasta el límite de sentirse morir o querer morir de inmediato, como para que una simple hora de trabajo te fulmine de manera absoluta y no puedas casi articular un músculo frente a 12 horas ininterrumpidas que, sin embargo, provocan mayor claridad mental y otorgan la capacidad de seguir otras 12 horas sin descanso. Y aquí junto los dos extremos que he experimentado en alguna ocasión de los últimos cinco años.
El agotamiento físico también influye, dices.
No, no es sólo eso. O no se trata de eso.
Es el prejuicio sobre el propio trabajo mental. El problema es ese dolor, te digo. Un rechazo a sentir lo que sientes, como si fueras un estúpido pijo blando que prefiere el trabajo sobre un escritorio a un trabajo de verdad. También es absurdo que una hora de mi tiempo valga 40€ empleando la técnica y lo mental (diseño gráfico, logos, corrección de textos) y en este sitio donde estoy son 6€/hora, siendo la misma persona con las mismas habilidades.
Aquí, sin embargo, sí reconozco mi parte de responsabilidad porque me he dejado aleccionar por el sistema, golpe a golpe. Los contratos fraudulentos, el trauma del falso autónomo y el discurso ya universal sobre la crisis conducen a una peligrosa inactividad. Porque no tienes marca, ni nombre, hay veinte como tú. O doscientos. O dos mil. De qué profesión liberal o encargos freelance me estás hablando, alma de cántaro. Sólo consigues cinco horas de trabajo con todo eso en un mes. Mejor más por menos, escupe el sistema. Mejor 70 horas al mes a 6€ que sólo 4 o 5 por 40.
Y ya, por supuesto, de escribir un libro tras otro ni hablemos. Por eso me maravilla la versión profesionalizada desde la cultura anglosajona al respecto de los trabajos de creación.
No tengo ni puñetera idea de cómo se llega a ese punto, te digo. En los manuales de mierda para ser escritor no lo cuentan nunca. En ningún lado te cuentan cómo hacerlo al revés: cómo frenar el impulso que te permitiría estar 10-12 horas escribiendo pero te impide sobrevivir a una hora preguntando a los clientes qué quieren, sin mayor desborde mental.
Los pasillos aligeran su carga un momento, a última hora, y tengo una pausa de cinco minutos. Me da tiempo a contarte una versión resumida de todo lo anterior. Sonrío avergonzada porque puede sonar superficial, no es eso, hombre, no es por la cifra, ya sé que hay gente en el mundo que gana 6€ pero al mes, o al año, o nada, y yo aquí pareciera que me quejo...
Es más constatar la existencia de esa pulsión y su naturaleza increíblemente autodestructiva. Elaboro un ejemplo rápido que denomino "el efecto del cóctel de marisco". Ea, ya tengo mi primera hipótesis psicológica de estudio. Con antelación ya sé que mi futura tesis doctoral versará sobre algún aspecto del campo creativo humano.
Termino la jornada.
A la salida enciendo un cigarrillo y miro al cielo negro. Y calculo. Por mi intervención directa, los clientes se han gastado un total de 2.100€ en aparatos. A mí me pagarán 30€ por esa tarde. Treinta-dos mil cien. Libre mercado.
Y no he parado en cinco horas de ir pasillo arriba y abajo, de mirar referencias al ordenador, ir al almacén, de poner la escalera y coger el robot de cocina que está ahí arriba, volver por el pasillo, ir a buscar un carrito, montar y desmontar aspiradores para enseñar los filtros, enchufarlos y desenchufarlos, destripar ténicamente hablando como funciona esa plancha y lo que hace el vapor en la ropa, recordar de 8 a 10 rostros y quién ha preguntado sobre qué, para volver con la respuesta y una sonrisa, mientras memorizo los otros 8 o 10 rostros que han preguntando otras tantas cosas cuando volvías con las respuestas anteriores.
No he parado un segundo, pero no me afecta el cansancio físico hoy.
Quizá porque hoy sí fue más trabajo mental.
“Mire, me pasaba ocho horas de pie en el restaurante, trabajando sin cesar, y cuando me iba, a lo sumo, lo hacía con cuatro o cinco fulas (CUC) en el bolsillo que me daban de propina. Y con mi salario oficial no podía contar, pues ¿quién vive en Cuba con 445 pesos cubanos al mes (unos 18 dólares)? Aquí en Águila, en un día, puedo ganar el triple de lo que me pagaban en un mes en el restaurante. Y sin matarme mucho, solo con tres o cuatro jugaditas que mate”, asevera Yaíma.
ResponderEliminarSusana es una mulata guantanamera que dejó a su hijo en su provincia natal, y vino a La Habana a tratar de levantar cabeza. Vive, junto a otras dos mujeres, en la casa de un chulo para el que trabajan. Cada una debe, por tanto, darle una parte del dinero que ganan luchando. Además, tienen la obligación añadida de acostarse con él.
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