Hasta hace muy poco, quizá cuatro meses, pensaba que todo el mundo al pasear se fijaba en el más mínimo detalle (desde los escaparates, el perfume de otros paseantes, las aceras, los colores de los coches, la luz natural, alguna matrícula curiosa, un pájaro que cruza) y de ahí surgía la figura del flâneur como investigador de las calles. También creía que cualquier persona, durante una velada en una cafetería, podía atender al relato que hablaba su interlocutor y responder en conversación animada, mientras revisaba los mensajes/notificaciones de todo tipo en el móvil y la última polémica con la que arden las redes, enterarse y reír con el chiste narrado en la mesa contigua a un volumen medio-alto, percibir un cambio de temperatura en el ambiente o el inicio de cierta canción en el hilo musical del local, fijarse en los detalles de quien entraba por la puerta o si ocurría algo tras lo ventanales con vistas a la calle, como el paso acelerado de un coche de bomberos. Todo a la vez, sin esfuerzo y sin perder la concentración de la animada charla con el amigo ni de los otros detalles enumerados.
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