En un minuto más está el infinito de la estrella,
tumbados en el techo contamos el cinturón de Orión
y otras 27 en total, sumando las que no se ven
con las farolas naranjas.
Ayer estuve perdiendo el tiempo con dibujos y esquemas, para explicar en una entrada el dolor intercostal del proceso creativo, tan diferente a lo que me han contado hasta ahora, y con el nunca estaré del todo de acuerdo. Las explicaciones no sé para quién eran, quizás para mí, quizás para justificar que la presión en las costillas se produce al ver tanto libro nuevo que sube y baja, las mismas firmas en cada artículo. Qué facilidad y qué auténtico pánico a la espera. Calculo que el proceso iniciado para la publicación del libro va a durar un año, como poco, pero lo que me da dolor de cabeza es qué hacer durante. Que es insoportable.
La primera vez que presenté palabras fue a medio correr, dentro de un sobre tamaño folio y con un bocata de salchichón en la otra mano. Dos poemas en Courier New, hechos en máquina de escribir electrónica. Ordenadores no, todavía nos enseñaban MS-DOS en las clases de informática y la máquina era mejor que la impresora. Estaban firmados por Sirenn Sideny (lo de los seudónimos con S viene de lejos).
Señor Juez, yo no quería, se lo juro por lo más sagrado.
Lo más sagrado de usted, porque para mí es la Palabra.
Señor Juez, yo no quería: sangrar por cada página que alguien pasa
y no es de un libro mío. No quería.