Infinite

Sin cansancio

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Los horrores del Black Friday

Banksy

El año pasado participé de manera involuntaria en esta ya instaurada tradición cultural española de rebajas comerciales sin ser periodo de rebajas, un adelanto de la glotonería navideña, también conocido como Black Friday. Entré en la jungla de individuos ansiosos porque necesitaba, necesitaba de verdad por el trabajo a la interperie como captadora en pleno invierno, una buena chaqueta para el frío y un par de botas que resistieran la lluvia. Y llamó mi atención, en las tiendas de ropa, tanto cartel de rebajas sólo por un día.

M


No llames pereza a la incapacidad para empezar. Llámalo miedo.
   Miedo es el verdadero nombre de lo que aflige al artista bloqueado. Puede ser miedo al fracaso o miedo al éxito. Lo más frecuente es que sea miedo al abandono. Este miedo hunde sus raíces en la realidad infantil. La mayoría de los artistas bloqueados intentaron convertirse en artistas en contra de los mejores deseos de sus padres, o bien en contra del juicio de sus padres. Para un niño esto supone un gran conflicto. Enfrentarte abiertamente a los valores de tus padres significa que será mejor que sepas lo que te haces. Si tanto daño vas a hacer a tus padres, será mejor que seas un gran artista...
      Los padres se muestran dolidos cuando sus hijos se rebelan y, normalmente, declararse artista es visto por ellos como un acto de rebelión. Por desgracia, esa visión de que la vida de un artista es una mera rebelión adolescente suele permanecer, provocando que cuaqluier actividad artística acarree el riesgo de separación y pérdida de los seres queridos. Como los artistas siguen anhelando sus objetivos creativos, se sienten culpables. Esta culpa exige que se marquen como objetivo inmediato el ser grandes artistas, para así justificar esa rebelión.

Bailoteo existencial (4)


Es otro noviembre precioso y raro. Otra vez.

No tengo un post "bailoteo existencial 3" porque estaba tan ocupada escribiendo 1.666 palabras diarias que no me acordé de la tradición. Pero fue.

Si este me he acordado ha sido por acumulación de datos y dos días con dos canciones concretas, totalmente opuestas. Por despertar con el alba y sentir las notas de una de ellas atravesando mi media conciencia (¿dejé puesta la lista de reproducción?) y esa espera adormilada mientras sube el café. Por el desarrollo de otro artículo que se va desinflando, se enquista, acaba por ser una idiotez que suena a blablabla, pfú pfú, ja, ja, al ritmo de la segunda. Cómo resumir que los convencionalismos sociales casi me destrozan, al cabo, por tragarlos a la fuerza en contra de mi propio ser y casi transformarme en una rana hervida del todo.

Las 6.30 a.m. y aquí, relatando


Los períodos de reposo forzado nunca han sido lo mío. Por eso me vine abajo al tercer día. Si al tercer día es tiempo legendario de resurrección, al tercer día mío fui consciente de la disolución. El cuarto sería igual, y aún más, estaba reflexionando todo esto durante el quinto día. Sin darme cuenta, pasó la semana. Me eché a perder, sin retorno. La costumbre se había asentado, repentina, como si desde el principio de los tiempos hubiera sido lo más normal de mi conducta; tan familiar era la sensación que producía en todas las células. Así de absurdo: si te levantas un día y en el espejo eres de un tono de piel mucho más oscuro y lo asumes: sí, siempre he sido negro, no hay nada extraño aquí, por qué tendría que gritar horrorizado. Así de absurda era mi situación ante la  inmovilidad. Ayudó mucho la somnolencia que rodeó las cosas como una tela de araña: empecé a no distinguir la semi-inconsciencia de las horas firmes, los minutos despiertos, el sentido claro al reloj. Una especie de neblina que me ocultaba todo, como si fuera un sueño. Esa somnolencia fue producto o fue la causa (no podría distinguirlo) de que aceptara mi nueva situación como si fuera antigua, como si en mi naturaleza no hubiera existido jamás el movimiento ni la prisa, la vitalidad ni las ganas de moverse a la velocidad más alta. Acepté que era un ser inactivo como si nunca me hubiera interesado el mundo, sólo porque me obligaban a estar encerrado en casa, sin la posibilidad de dar el mínimo paseo hasta la puerta y traspasarla.