Es fin de semana y hace frío y tengo todo el tiempo del mundo para estar un rato con el ordenador, etcétera. No sé si es excusa suficiente para exculparme del error cometido: leer una (otra) reseña de Ejército Enemigo, en Libertad Digital. Pero por qué. Por qué, por qué. Me había prometido dejar el tema. De hecho, esto es el borrador de un post que lleva guardado desde el 2 de diciembre, día (a la madrugada) en que terminé de leer esa maldita novela.
La editorial Mondadori dio a luz el libro al tiempo que yo le cogía el gusto a usar la red para literatura. Así que, por todas partes, encontré sobredosis de reseñas, críticas, y reseñas de EE. Acabé empapada con más de una decena de opiniones, tanto "oficiales" (de profesión: crítico literario) como de blogueros masters en reseñas literarias.
Con todas las recomendaciones y contra-recomendaciones salí a la calle (como ya conté aquí) a buscar por las librerías. Y no lo encontré. Pero decidí leer primero A bordo del naufragio. Y encontré después un pdf, a través de un enlace visto no sé dónde, con parte del primer capítulo de EE. Esas dos cosas, y NO LAS CRÍTICAS-RESEÑAS-NI NADA, me hicieron anotar la novela en la lista preferencial como posible regalo navideño, a la vista de mi inutilidad para encontrarla yo misma eligiendo librerías, y con un escaso potencial monetario para encargar el envío por internet en ese momento.
Hasta el 1 de diciembre, claro, que acabé en la Fnac para el Maratón Millás (lectura de sus articuentos esos). Y allí, en una estantería, a mala leche, al lado de un premio Planeta que ni miré, un montón de ejércitos enemigos. Me cago en mi puta madre. No, no, no.
Un tira y afloja pasando una y otra vez por la estantería, hasta el punto de hacer repaso a las tropas y mirar con verdadero detenimiento todos los estantes. Quién organiza esto, por favor, qué mal. Aquí, gastronomía y viajes. Allí, enmedio de la nada (lo de ambos lados no tenía nada que ver) un trozo de estantería con un cartel pequeñito poesía. Juan Ramón Jiménez, Machado, bla bla. Pessoa a ras de suelo, me crujen las rodillas. Y por allí, otra vez, nooooo, El mapa y el territorio. Libraco. Miro la portada, leo la contraportada, reviso la bio y abro al azar. Un diálogo estúpido de tres pares. Qué le ven, qué le ven. Lo devuelvo a la estantería sin mirar el final.
Un tira y afloja pasando una y otra vez por la estantería, hasta el punto de hacer repaso a las tropas y mirar con verdadero detenimiento todos los estantes. Quién organiza esto, por favor, qué mal. Aquí, gastronomía y viajes. Allí, enmedio de la nada (lo de ambos lados no tenía nada que ver) un trozo de estantería con un cartel pequeñito poesía. Juan Ramón Jiménez, Machado, bla bla. Pessoa a ras de suelo, me crujen las rodillas. Y por allí, otra vez, nooooo, El mapa y el territorio. Libraco. Miro la portada, leo la contraportada, reviso la bio y abro al azar. Un diálogo estúpido de tres pares. Qué le ven, qué le ven. Lo devuelvo a la estantería sin mirar el final.
Vuelvo una tercera vez por el pasillo en dirección de la salida. Y me iba. Lo juro que me iba. Y de repente estaba otra vez delante de EE, y del premio Planeta que no sé ni título ni autor. En el momento que lo toques, date por muerta.
Atracción-rechazo por haber leído tanto de un libro, y sólo un leve atisbo del mismo.
Atracción-rechazo por haber leído tanto de un libro, y sólo un leve atisbo del mismo.
Portada. Leo contraportada, cansina por que no recuerdo cuántas veces está ya leída por internet. La bio, primera solapa, bio que también me sé, aunque me extraña que Olmos no ponga una fotaca con su cara. Primer capítulo así por encima, reconozco todo lo del pdf. Busco el final. Hay un montón de páginas impresas post-final (todos los títulos de Mondadori) pero tengo el acierto (una proeza adquirida con años de duro entrenamiento) de aterrizar justo, justo en las páginas del final. Y leo Miguel. Borrar, borrar, debo haber leído la resolución de algún misterio y la he cagado. Ahora tengo que comprar el libro.
Y sí, lo compré y lo leí sin descanso durante toda la noche. Y resulta que había leído Miguel donde pone Manuel, menos mal. (Tranquilos, no es spoiler)
Desde ese momento, el cabreo se ha ido transformado en furia y la furia en ira. No estoy de acuerdo absolutamente con NINGUNA de las reseñas, ni malas ni buenas. Incluso la que se aproxima, le falta algo por mencionar.
Quizás es que he leído demasiado rápido, o que no entiendo nada, o... He vuelto a leer, una a una, todas las reseñas del cibermundo para asegurarme, todos los blogs, todos los artículos de revistas culturales que lo mencionan. Y sigo sin explicármelo.
Guiada por la extrañeza, escribí una serie de apuntes rápidos para trazar mi reseña propia, una más, qué más da, yo sí he tenido que gastarme los cuartos y la editoral no me ha regalado nada; siete páginas de apuntes de ideas, que se dice pronto. Al final, lo dejé aparcado para hacer la digestión.
Hasta hoy, que el enlace a una veinteava reseña me ha hecho saltar chispas.
No voy a disertar de todos los puntos clave que se han escrito hasta la náusea, porque entonces este post sería más largo que el blog entero.
Veamos una lista de otras cosas llamativas que me han interesado de la novela:
■ La frontera literaria: acabo de conocer a Olmos, como quien dice, a través de su primera novela y de la última. No sé cómo es a nivel personal. Desconozco por completo cuánto porcentaje del Olmos-persona es igual de asocial, onanista y cansado de la vida que Santiago Serrano (protagonista de EE) para poder contextualizar. El hecho es que tampoco me importa, a mi entender eso no suma ni resta puntos, a diferencia de los críticos que esbozan la posibilidad de una delgada línea divisoria.
Poniendo un tema muy manido como ejemplo, es lo típico de la primera menstruación de una chica. Si lo escribe un escritor, magnifíco. Si lo hace una escritora, se devalúa porque no tiene mérito literario, a ella le ha pasado. En ciertas reseñas y según qué tonos, parece que esa frontera debe ser endeble. Desde mi perspectiva, eso es indiferente. Lo que importa es que Santiago es así, y da igual si el autor que le ha parido es así o no, sigue teniendo la misma validez positiva.
■ El costumbrismo de un barrio de mierda: antes o después, toda reseña que he leído acaba mencionando al trío costumbrismo-Cela-Umbral para analizar ese pasaje donde Santiago explica su barrio ¿marginal? que odia de zapatillas de deporte sobre los cables eléctricos, inmigrantes y gitanos haciendo vida social. O ver un partido de fútbol en la tasca del mismo barrio. Que no lo niego. Pero el verdadero costumbrismo de la novela es muchísimo más global que eso. En redondo, toda la novela retrata la situación social de hipocresía, anclándose en los movimientos de carácter solidario (sí, la maldita vértebra de EE con su "la solidaridad ha fracasado" y todo eso). Y en pequeño, el costumbrismo de la novela es internet, internet, lo repito: Internet. Está en el propio trabajo de Santiago como publicista y encargado de mailmarketing. Está presente, sobre todo, en la tendencia voyeur de fisgar la vida de otras personas por la red, porque es otro de los temas que vertebra el argumento de principio a fin. Pero además, en un tercer apartado, resalto la descripción del uso (y abuso) de la herramienta Chatchinko y su derivación pornográfica mundial.
No hay que ser muy avispado para entender que, bajo ese nombre, Olmos habla del fenómeno de Chatroulette. Para quien no lo sepa (muchos hacedores de reseña, por lo visto) es un programa de chat que incluye retransmisión de webcam, al azar va conectando con otros usuarios de cualquier parte del mundo. Puedes ir saltando de usuario en usuario, y puedes enseñar a cámara lo que te de la gana. Ahí por supuesto, se extendió la costumbre mundial de pedir sexo y hacerse pajas en vivo, tríos, etc. Depravación total, oiga. Lo mismo que paso con el irc/mirc32, para ligar, cibersexo, y también algún momento divertido. Pero no es un chat de sexo, como decía el fulano crítico aquel.
Quien no haya usado Chatroullete, no le suene de nada o al menos haya visualizado los vídeos de Youtube con curiosidades varias (es mi caso), es decir, quien no haya visto por ejemplo la silla sola, no puede entender la genialidad de todo el capítulo y las disgresiones de Santiago. Aquí los críticos reseñadores ven porno. Yo veo costumbrismo, más que en el barrio de mierda.
Y por último:
■ Ese protagonista tan, tan maldito: Santiago es el mismo don nadie que un altísimo porcentaje de nosotros. Un asocial. Consciente de vivir en una farsa de sociedad maquillada por los medios, lo piensa, y lo dice, y se lo explica a quien quiera escucharlo (Daniel, su amigo asesinado). Cansado de vivir pero se deja arrastrar. No entiendo por qué se llevan las manos a la cabeza los críticos. Por qué lo llaman onanista. E incluso adicto al sexo, he leído en algún sitio. Es un retrato tipo (por lo del sexo y la actitud) que he visto en casi todos los hombres que he conocido. Claro, eso era con 20 años y no sé si pasados los 30 (Santiago debe tener 35) seguirán igual. Pero son entidades sociales realmente comunes, alienados y vacíos, incluso entre los de clase alta. O yo he tenido muy mala suerte de dar con la escoria. Lo cierto es que Santiago es el personaje más verídico y auténtico con el que me topo hace mucho. Además, si no fuera por los detalles biográficos que lo aclaran (y por el argumento literario que lo impide) pensaría que puede ser el protagonista de A bordo del naufragio de mayor.
Ahí es donde pregunto: ¿en qué mierda de mundo fantástico vivís? El gris, señores, se os olvida el gris. En el huracán mediático social, la gente parece vivir anestesiada entre lo alto/lo bajo, sin nada enmedio. O eres de la élite "famosa" y opulenta, los millonarios que aparecen en esos programas de la tv contando su vida de ricos, o artistas cargados de fans (cantantes); o eres de la escoria, en la calle, sin dinero, sin recursos, con problemas de drogas y otras adicciones, a cargo de cinco churumbeles que se mueren de hambre. Que también aparecen en la tv, en ese programa tan reality show que es Callejeros.
Enmedio, no hay nada. La gente de enmedio no protesta ni se plantea nada, están anestesiados pensando en conseguir un smartphone nuevo, su próxima pantalla de plasma más grande que la anterior para disimular su mediocridad...
El protagonista de EE encarna y vomita ese enmedio ignorado. Y parece que molesta, literariamente hablando. Los protas, aunque sean unos hijos de puta buscavidas detestables, deben tener un punto de alter héroe, borracho, mujeriego gracioso (pienso en algunos personajes "modernos" de Pérez-Reverte, arquetipos del "hijoputa" que describo). Pero este protagonista no, es mediocre a secas. Y muy real. Por eso es que los autores de esas reseñas que lo critican, deben haber tenido una vida espléndida gracias a la anestesia general. Qué suerte.
Son muchos más puntos, más incomprensibles todavía. Pero con esto, termino mi anti-reseña literaria de Ejército Enemigo, que más bien es una reseña de las reseñas escritas. Me dejo en el tintero reflexiones del sexo explícito de la novela, que me parece el menos explícito de todos los que he leído por presentarlo como actividad mecánica acción-reacción sin lujuria ninguna; de las disgresiones sobre la manipulación psicológica de la publicidad, aprendido, estudiado y comentado con una profesora que tuve en la carrera, y real; y del detalle del protagonista (igual que A bordo del naufragio) de leer una cosa donde pone otra, sin ser dislexia ni problema de compresión (a mí me ha pasado en la vida real, y sé por qué, ignoro si es el caso de esa característica literaria). Y por supuesto, no me voy a explayar con la trama, policiaca al final, imprevisible a-lo-Olmos (ahora para acá, ahora para allá, ahora reflexiono) tan imprevisible como la propia vida, pero que injustamente los "expertos" comparan con la falta de recursos de Olmos como escritor. Considero que es justo lo contrario.
Me ahorro también una larga reflexión escrita de otro de los temas, usado además para grandes titulares en entrevistas de promoción, lo de la solidaridad. Sólo añado: la solidaridad ya no existe; se ha manipulado hasta convertirla en culpa para sacar beneficios económicos nada solidarios. Ya lo sabía antes, pero Santiago viene para contárselo a quien no lo sepa. La misma culpa de la que se queja Santiago acaba por inyectarle su veneno, provocando sus andanzas y descalabros a lo largo del texto.
Leída la novela, la conclusión última es que los críticos pertenecen a otra generación. Y, si me apuran, a otro planeta. A ellos no volveré a leerlos con seriedad. A Olmos, sí.
Hasta hoy, que el enlace a una veinteava reseña me ha hecho saltar chispas.
No voy a disertar de todos los puntos clave que se han escrito hasta la náusea, porque entonces este post sería más largo que el blog entero.
Veamos una lista de otras cosas llamativas que me han interesado de la novela:
■ La frontera literaria: acabo de conocer a Olmos, como quien dice, a través de su primera novela y de la última. No sé cómo es a nivel personal. Desconozco por completo cuánto porcentaje del Olmos-persona es igual de asocial, onanista y cansado de la vida que Santiago Serrano (protagonista de EE) para poder contextualizar. El hecho es que tampoco me importa, a mi entender eso no suma ni resta puntos, a diferencia de los críticos que esbozan la posibilidad de una delgada línea divisoria.
Poniendo un tema muy manido como ejemplo, es lo típico de la primera menstruación de una chica. Si lo escribe un escritor, magnifíco. Si lo hace una escritora, se devalúa porque no tiene mérito literario, a ella le ha pasado. En ciertas reseñas y según qué tonos, parece que esa frontera debe ser endeble. Desde mi perspectiva, eso es indiferente. Lo que importa es que Santiago es así, y da igual si el autor que le ha parido es así o no, sigue teniendo la misma validez positiva.
■ El costumbrismo de un barrio de mierda: antes o después, toda reseña que he leído acaba mencionando al trío costumbrismo-Cela-Umbral para analizar ese pasaje donde Santiago explica su barrio ¿marginal? que odia de zapatillas de deporte sobre los cables eléctricos, inmigrantes y gitanos haciendo vida social. O ver un partido de fútbol en la tasca del mismo barrio. Que no lo niego. Pero el verdadero costumbrismo de la novela es muchísimo más global que eso. En redondo, toda la novela retrata la situación social de hipocresía, anclándose en los movimientos de carácter solidario (sí, la maldita vértebra de EE con su "la solidaridad ha fracasado" y todo eso). Y en pequeño, el costumbrismo de la novela es internet, internet, lo repito: Internet. Está en el propio trabajo de Santiago como publicista y encargado de mailmarketing. Está presente, sobre todo, en la tendencia voyeur de fisgar la vida de otras personas por la red, porque es otro de los temas que vertebra el argumento de principio a fin. Pero además, en un tercer apartado, resalto la descripción del uso (y abuso) de la herramienta Chatchinko y su derivación pornográfica mundial.
No hay que ser muy avispado para entender que, bajo ese nombre, Olmos habla del fenómeno de Chatroulette. Para quien no lo sepa (muchos hacedores de reseña, por lo visto) es un programa de chat que incluye retransmisión de webcam, al azar va conectando con otros usuarios de cualquier parte del mundo. Puedes ir saltando de usuario en usuario, y puedes enseñar a cámara lo que te de la gana. Ahí por supuesto, se extendió la costumbre mundial de pedir sexo y hacerse pajas en vivo, tríos, etc. Depravación total, oiga. Lo mismo que paso con el irc/mirc32, para ligar, cibersexo, y también algún momento divertido. Pero no es un chat de sexo, como decía el fulano crítico aquel.
Quien no haya usado Chatroullete, no le suene de nada o al menos haya visualizado los vídeos de Youtube con curiosidades varias (es mi caso), es decir, quien no haya visto por ejemplo la silla sola, no puede entender la genialidad de todo el capítulo y las disgresiones de Santiago. Aquí los críticos reseñadores ven porno. Yo veo costumbrismo, más que en el barrio de mierda.
Y por último:
■ Ese protagonista tan, tan maldito: Santiago es el mismo don nadie que un altísimo porcentaje de nosotros. Un asocial. Consciente de vivir en una farsa de sociedad maquillada por los medios, lo piensa, y lo dice, y se lo explica a quien quiera escucharlo (Daniel, su amigo asesinado). Cansado de vivir pero se deja arrastrar. No entiendo por qué se llevan las manos a la cabeza los críticos. Por qué lo llaman onanista. E incluso adicto al sexo, he leído en algún sitio. Es un retrato tipo (por lo del sexo y la actitud) que he visto en casi todos los hombres que he conocido. Claro, eso era con 20 años y no sé si pasados los 30 (Santiago debe tener 35) seguirán igual. Pero son entidades sociales realmente comunes, alienados y vacíos, incluso entre los de clase alta. O yo he tenido muy mala suerte de dar con la escoria. Lo cierto es que Santiago es el personaje más verídico y auténtico con el que me topo hace mucho. Además, si no fuera por los detalles biográficos que lo aclaran (y por el argumento literario que lo impide) pensaría que puede ser el protagonista de A bordo del naufragio de mayor.
Ahí es donde pregunto: ¿en qué mierda de mundo fantástico vivís? El gris, señores, se os olvida el gris. En el huracán mediático social, la gente parece vivir anestesiada entre lo alto/lo bajo, sin nada enmedio. O eres de la élite "famosa" y opulenta, los millonarios que aparecen en esos programas de la tv contando su vida de ricos, o artistas cargados de fans (cantantes); o eres de la escoria, en la calle, sin dinero, sin recursos, con problemas de drogas y otras adicciones, a cargo de cinco churumbeles que se mueren de hambre. Que también aparecen en la tv, en ese programa tan reality show que es Callejeros.
Enmedio, no hay nada. La gente de enmedio no protesta ni se plantea nada, están anestesiados pensando en conseguir un smartphone nuevo, su próxima pantalla de plasma más grande que la anterior para disimular su mediocridad...
El protagonista de EE encarna y vomita ese enmedio ignorado. Y parece que molesta, literariamente hablando. Los protas, aunque sean unos hijos de puta buscavidas detestables, deben tener un punto de alter héroe, borracho, mujeriego gracioso (pienso en algunos personajes "modernos" de Pérez-Reverte, arquetipos del "hijoputa" que describo). Pero este protagonista no, es mediocre a secas. Y muy real. Por eso es que los autores de esas reseñas que lo critican, deben haber tenido una vida espléndida gracias a la anestesia general. Qué suerte.
-------------------------------------------------------
Son muchos más puntos, más incomprensibles todavía. Pero con esto, termino mi anti-reseña literaria de Ejército Enemigo, que más bien es una reseña de las reseñas escritas. Me dejo en el tintero reflexiones del sexo explícito de la novela, que me parece el menos explícito de todos los que he leído por presentarlo como actividad mecánica acción-reacción sin lujuria ninguna; de las disgresiones sobre la manipulación psicológica de la publicidad, aprendido, estudiado y comentado con una profesora que tuve en la carrera, y real; y del detalle del protagonista (igual que A bordo del naufragio) de leer una cosa donde pone otra, sin ser dislexia ni problema de compresión (a mí me ha pasado en la vida real, y sé por qué, ignoro si es el caso de esa característica literaria). Y por supuesto, no me voy a explayar con la trama, policiaca al final, imprevisible a-lo-Olmos (ahora para acá, ahora para allá, ahora reflexiono) tan imprevisible como la propia vida, pero que injustamente los "expertos" comparan con la falta de recursos de Olmos como escritor. Considero que es justo lo contrario.
Me ahorro también una larga reflexión escrita de otro de los temas, usado además para grandes titulares en entrevistas de promoción, lo de la solidaridad. Sólo añado: la solidaridad ya no existe; se ha manipulado hasta convertirla en culpa para sacar beneficios económicos nada solidarios. Ya lo sabía antes, pero Santiago viene para contárselo a quien no lo sepa. La misma culpa de la que se queja Santiago acaba por inyectarle su veneno, provocando sus andanzas y descalabros a lo largo del texto.
Leída la novela, la conclusión última es que los críticos pertenecen a otra generación. Y, si me apuran, a otro planeta. A ellos no volveré a leerlos con seriedad. A Olmos, sí.
No hay comentarios