La cara de mirar al infinito ha sido hoy bastante importante cuando me he sentado, por fin, en el escritorio. Lo sé porque, después de unos minutos, me pinchaba la mandíbula debido al gesto inconsciente de oh, díos mío de-mi-vida-y-de-mi-corasao, pero esto qué cojones es. Nada de WTF! no, no, la frase en castellano, repetida en bucle.
Al buscar el informe diario de la promoción, en la carpeta también estaban las fichas tamaño cuartilla de todo el día. Ni un sólo hueco libre: anotaciones mezcladas con frases de aburrimiento, con listados de editoriales, con orden de capítulos, otras frases brillantes para añadir al análisis que aún se gesta sobre Kafka. Inconscientemente, además, una caligrafía similar a la odiada K. en ese manuscrito revisado la noche anterior. Y más anotaciones, frases, nombres.
En resumen, ante la mesa 8 horas de pie aguantadas a base de escribir. Una promoción en una tienda donde los dependientes triplicaban al número de usuarios. Un auténtico horror.
Sin embargo ha sido el más productivo en ventas. Quizás precisamente por no tener la cabeza ahí. Por importarme bastante poco si se interesaban o no por lo que les decía. Con total indiferencia, esto es lo que hay, si quiere lo compra y si no, a su casa, deje de molestarme que estoy escribiendo. Hoy es cuando he vendido más que nunca en esta labor azafatil, entre línea y línea, interrumpida con gran disgusto por algún despistado consumidor que acababa escuchando todo el discurso técnico.
Pero ahí estaba todo, en esas fichas grandes. El único papel disponible en casa, sin folios y sin libretas.
Ahí estaba mi victoria. Cuando ha dejado de importarme escribir o no es cuando he vuelto a ser yo misma. Todo el día escribiendo. Y de pie. Y sin ordenador. También acabo de descubrir que la famosa Creative Writing que llaman en USA no es lo que pensaba. No se refiere a la creatividad, de inspiración, sino al hecho de forzarse llueva o truene a escribir lo que sea, fluye fluye fluye.
Viene a ser la base de todo el libro aquel, El camino del artista, que compré hace hoy un año. Aparte de escribir 3 páginas, forzadas, a la misma hora, incluía un montón de ejercicios de un lirismo barato. Que fue esa parte la que me costó, casi, la vida. Lo de rellenar 3 páginas, chupado. Pero esforzarse en rídiculas tareas como de manual de autoayuda para escritores frustrados fue como abrirse de nuevo heridas mal cicatrizadas para extraer pus. Chorradas.
Hoy por fin tengo delante la prueba material de la recuperación.
Al principio, era infeliz hasta la náusea con el estigma de no poder escribir, que la "vida cotidiana" no consistiera sólo en eso y el desgaste físico en el curro me impidiera alzar el bolígrafo después, al llegar a casa y estar frente al escritorio.
Conclusión: si no puedo, con lo doloroso que es, lo dejo del todo y me olvido.
El hecho de intentar olvidar trajo más de lo mismo. Más melancolía, falta una pierna o algo así. Hasta que me crucé en varias sincronías con poetas, recién muertos y recién editados, y no quedo más remedio que volver (corrigiendo esta entrada, van y saludan personalmente porque sí, es que me huelen).
Desintoxicarse de ideas enquistadas no ha sido fácil. Tampoco dejar de lloriquear por estar limpiando cacas en servicios públicos en vez de sólo escribiendo. Escribir llueva o truene por el placer de hacerlo, porque sí, como antaño, sin que importe nada más.
Descubrir (y asimiliar) el estado carpetovetónico de laindustria chupapollas de la Literatura en España de 2012 tampoco ha sido cosa sencilla. Más o menos la digestión está hecha, sigo con mi camino trazado, ajeno y paralelo.
Me pregunto qué habría sido de todo ese proceso si no me hubiera expuesto a lo kamikaze por todo este blog, vergonzoso en algunos puntos que releo de vez en cuando, una mezcla igual de desesperante, exasperante y suicidante que los diarios de Kafka.
Ya ha dejado de importarme.
C'mon, empieza el juego.
Al buscar el informe diario de la promoción, en la carpeta también estaban las fichas tamaño cuartilla de todo el día. Ni un sólo hueco libre: anotaciones mezcladas con frases de aburrimiento, con listados de editoriales, con orden de capítulos, otras frases brillantes para añadir al análisis que aún se gesta sobre Kafka. Inconscientemente, además, una caligrafía similar a la odiada K. en ese manuscrito revisado la noche anterior. Y más anotaciones, frases, nombres.
En resumen, ante la mesa 8 horas de pie aguantadas a base de escribir. Una promoción en una tienda donde los dependientes triplicaban al número de usuarios. Un auténtico horror.
Sin embargo ha sido el más productivo en ventas. Quizás precisamente por no tener la cabeza ahí. Por importarme bastante poco si se interesaban o no por lo que les decía. Con total indiferencia, esto es lo que hay, si quiere lo compra y si no, a su casa, deje de molestarme que estoy escribiendo. Hoy es cuando he vendido más que nunca en esta labor azafatil, entre línea y línea, interrumpida con gran disgusto por algún despistado consumidor que acababa escuchando todo el discurso técnico.
Pero ahí estaba todo, en esas fichas grandes. El único papel disponible en casa, sin folios y sin libretas.
Ahí estaba mi victoria. Cuando ha dejado de importarme escribir o no es cuando he vuelto a ser yo misma. Todo el día escribiendo. Y de pie. Y sin ordenador. También acabo de descubrir que la famosa Creative Writing que llaman en USA no es lo que pensaba. No se refiere a la creatividad, de inspiración, sino al hecho de forzarse llueva o truene a escribir lo que sea, fluye fluye fluye.
Viene a ser la base de todo el libro aquel, El camino del artista, que compré hace hoy un año. Aparte de escribir 3 páginas, forzadas, a la misma hora, incluía un montón de ejercicios de un lirismo barato. Que fue esa parte la que me costó, casi, la vida. Lo de rellenar 3 páginas, chupado. Pero esforzarse en rídiculas tareas como de manual de autoayuda para escritores frustrados fue como abrirse de nuevo heridas mal cicatrizadas para extraer pus. Chorradas.
Hoy por fin tengo delante la prueba material de la recuperación.
Al principio, era infeliz hasta la náusea con el estigma de no poder escribir, que la "vida cotidiana" no consistiera sólo en eso y el desgaste físico en el curro me impidiera alzar el bolígrafo después, al llegar a casa y estar frente al escritorio.
Conclusión: si no puedo, con lo doloroso que es, lo dejo del todo y me olvido.
El hecho de intentar olvidar trajo más de lo mismo. Más melancolía, falta una pierna o algo así. Hasta que me crucé en varias sincronías con poetas, recién muertos y recién editados, y no quedo más remedio que volver (corrigiendo esta entrada, van y saludan personalmente porque sí, es que me huelen).
Desintoxicarse de ideas enquistadas no ha sido fácil. Tampoco dejar de lloriquear por estar limpiando cacas en servicios públicos en vez de sólo escribiendo. Escribir llueva o truene por el placer de hacerlo, porque sí, como antaño, sin que importe nada más.
Descubrir (y asimiliar) el estado carpetovetónico de la
Me pregunto qué habría sido de todo ese proceso si no me hubiera expuesto a lo kamikaze por todo este blog, vergonzoso en algunos puntos que releo de vez en cuando, una mezcla igual de desesperante, exasperante y suicidante que los diarios de Kafka.
Ya ha dejado de importarme.
C'mon, empieza el juego.
Valiente.
ResponderEliminarNo.
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