El bolígrafo que todavía escribe cuando se ha terminado la tinta... la sartén que pone otro plato cuando ya no hay más... la sangre que fluye en rombos, cargada de endorfinas... el aliento último para llegar a la cima del Nanga Parbat, cuando la bombona de oxígeno está vacía y nuestros dedos azules... el final de una frase, sin punto final, que es un final...
La niña envejecida y la vieja infantil.
La mujer violenta y el hombre que busca protección.
O poner la fecha de ayer en lo que he escrito hoy.
La verdadera meta de la existencia humana no puede hallarse en lo que se denomina autorrealización. Esta no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que cuanto más se esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la misma medida en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su vida, en esa misma medida se autorrealiza. En otras palabras, la autorrealización no puede alcanzarse cuando se considera 'un fin en sí misma', sino cuando se la toma como efecto secundario de la propia trascendencia.
(Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido)
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