Infinite

Acabar el Año Raro


Puerta de cierre al Año Raro, el año de los besos de encuentro, besos de despedida, besos de reencuentro, de los cigarrillos prestados y las cenizas, de odiar pasillos y amar gente y odiar gente. 

El Año Raro en el que hemos cotizado al Estado 9 de 12 meses, de los que 5 han sido trabajo de verdad y 4 de paro -después de 4 años, el Estado da algo-, pero suficiente para el logro de fijar otros proyectos aparte de la angustia, todos los proyectos que se estaban convirtiendo en una asquerosa gangrena. 

El Año en el que he leído menos pero escrito más que nunca, en el blog, para mí en privado y para los demás en público. Y lectores insistentes que suman más de 150 visitas aquí, una y otra vez. 

Si en 2013 aprendimos que la depresión no es sinónimo de tristeza, sino la ausencia total de energía para vivir, en 2014 hemos aprendido que la introversión en nada se parece a la timidez; que nos miran mal a los introvertidos en un mundo que chorrea información, que damos miedo porque necesitamos con urgencia un espacio donde no haya nadie que interrumpa, una cuota horaria donde no tener que hablar a la fuerza, no como todo esa otra gente amaestrada para charlar en cualquier encuentro, como si el silencio quemara.

Si ya había probado el horario (y la dieta) de Balzac, este año lo ha regido el horario de Kafka: trabajo mecánico, casi funcionarial, por la mañana. Y tarde-noche-madrugada para escribir todo lo enquistado. 


Ha sido el año de Alabanza, desde el primer segundo en que vi la portada y la fecha de publicación, ya estaba reservada en Amazon al minuto siguiente, la estábamos esperando, coño, con una frase como escueto resumen fue suficiente, porque Claudia, y no otro nombre, Claudia como en la novela que llevo escribiendo sin escribir durante dos años.

Mayo 2013
Y así hice recuento de los días que faltaban hasta que llegara el señor cartero, uno a uno, que no llegó a tiempo, y esa mañana cancelé el pedido y fui corriendo a varias librerías, que tampoco, y volví a casa para comprar el ebook y leerlo en dos días, al tercero regresar a la librería por una copia en papel y leerla otra vez. 

La sorna y la guasa de la espera ha sido respondida con el cambio en mi política personal de que no me interesaba enseñar mi careto en las redes sociales; de hecho, el motivo de dar la cara fue seguir hablando de Alabanza a selfie descubierta. A medida que otros sujetos terminaban de leerla (hasta un antiguo profesor de Máster, el de informativos, enseñó en Twitter su selfie-fotoportada, qué pequeño es el mundo) fue a más la presión de la sorna, guasa maledicente y guarrería, en privado, llegando a comentarios y actitudes bochornosas para gente ¿seria? del mundillo (hay que ser piojoso), mención a filiaciones sexuales inexistentes con Alberto Olmos, en un estúpido intento -machista, envidioso, gilipollas a secas- de que me avergonzara por mi propia opinión. Y ahí sí que no. Por si acaso, leí la novela otras dos veces más.


La respuesta simbólica (de poco sirve quejarse, si ya sabemos que la castufa literaria española es una pradera de buitres y nabos) fue diseñar mi propio logotipo de la novela y hacerme una camiseta con él. Por si no había quedado claro. 

Lo siento por vosotros: la coincidencia vital del momento de lectura, coincidencias estilísticas, coincidencia sobre coincidencia, la hacen una novela perfecta, aunque no lo sea para vosotros. Y que os jodan. La última gran coincidencia fue la presentación en mi ciudad natal (excusa para ver a los padres), una oferta en vuelos baratos y tener dinero ahorrado, además de ser justo la fecha en que tenía días libres en mi turno rotatorio de trabajo. Y allí que fuimos. En primera fila. Con la camiseta.




Ha sido el año de moverse hacia todas partes, de viajar en todas direcciones, una, la más importante, dos años después, en dirección a la mesa escritorio, con el teclado y el café. Hacía dos años que la historia de Claudia arrancaba un 22 de octubre a las 7.27 am. El 22 de octubre de 2014, a esa hora, la estaba escribiendo.

A libro por año, tocaba poesía esta vez, con el invento de Oleaje. Y de una lectura poética propia, como declamante. Y de otras lecturas, como público (¡Loopoesía es Amor!)

Y el Año de hacerse amiga de la Furia, es una compañera que no se va a marchar nunca. La Furia de tantos artículos y columnas mal escritas, hasta con faltas de ortografía (de la sintaxis ya ni hablemos) mientras mis piernas se perdían entre pasillos, transportando cajas, como si lo de periodista perteneciera a otra vida, siendo este blog mi único refugio para no morir de pena. Vergonzoso que paguen a más de uno por escribir artículos y lo hagan tan mal.


Todo este Año Raro de encuentros o reencuentros con gente rara (ja ja ja) de carne y hueso (entre muchos, el escritor Eduardo Laporte, Homo Minimus o Haplo Schaffer). 

Todo ha sido posible gracias a vosotros.

Sobrevivimos a 2014.



No hay comentarios