Ney ahora es un perro de bronce y está muerto.
Permanece donde siempre estaba, donde lo conocí la primera vez, en la plaza y en su horario comercial, acompañando a la dueña de la floristería. Como todos los perros, la primera vez se acercó amistosamente en cuanto lo miré a los ojos, aunque despacio por el peso de la edad, de su cabeza o de ambas cosas. La última vez fui yo quien tuvo que acercarse. Ya estaba enfermo. Iba de camino a por una impresora en la tienda de al lado, en horario comercial, y él seguía allí, en los alrededores de la tienda de flores.
El Ney de bronce tiene algo en sus proporciones que lo hace más pequeño que el real. Quizás un trasero más gordo y una cabeza más pequeña. Y fría. Su figura ya perenne me recuerda a todos esos perros que se acercan cada día, de manera inevitable. A todos esos pequeños encuentros, los mismos ojos de sorpresa, con otros centenares de seres: palomas, gaviotas, cormoranes, cuervos, más perritos amaestrados, mariposas, gatos callejeros, mirlos, petirrojos, babosas, un halcón peregrino. Todos como chispazos.
Dudo si alguien tiene un sentimiento parecido. No se trata de amor a los animales o a tu mascota, ni de ser vegano o vegetariano (con las plantas y árboles también ocurre) ni de ser de campo. Soy más urbanita que un trozo de cemento pero ya nací con esa curiosidad, con los ojos de la maravilla incorporados. Aún se recuerda en casa el tremendo escándalo fulgurante que monté con pocos años, cuando en un paseo en el verano del sur una cucaracha tuvo la mala fortuna de corretear por la acera, alguien gritó de asco y otro alguien dio un pisotón. Scratch. Me pareció aberrante hasta lo insoportable que se destruyera así a un bicho, sólo por un poco de asco, siendo una cucaracha en realidad el insecto más común e inofensivo que hay: no pican, no tienen veneno, no chupan la sangre, no transmiten ninguna enfermedad. Un piojo o un mosquito sí son, de facto, peligrosos de verdad. El delito de esa cucaracha sólo era uno: asco.
Dudo, de nuevo, que alguien lo comparta. Por muchos años, erradamente, creí que eso había que canalizarlo estudiando Veterinaria (para sanar animales) o Biología (para entender la vida), así me lo contaron. Pero nada tiene que ver con eso y fracasé en el intento de un título para esas cosas. La simple mirada provoca una conexión por el vaciado de la mente, con el Todo, que la Naturaleza te devuelva la mirada de los que no tienen el sufrimiento de etiquetas a sus espaldas porque, simplemente, son. Sin más.
También sucede con los bebés que son transportados en sus carritos, de paseo, algunos pasan cerca de Ney. Los observo con la misma curiosidad humilde; en todas las ocasiones, se echan a reír. Como si me conocieran de algo.
Y qué desazón tan extraña por toda esa gente con miedo respetuoso a la naturaleza o que no le gustan los animales. Entonces, tú qué te crees que eres sobre este planeta, exactamente.
Dudo si alguien tiene un sentimiento parecido. No se trata de amor a los animales o a tu mascota, ni de ser vegano o vegetariano (con las plantas y árboles también ocurre) ni de ser de campo. Soy más urbanita que un trozo de cemento pero ya nací con esa curiosidad, con los ojos de la maravilla incorporados. Aún se recuerda en casa el tremendo escándalo fulgurante que monté con pocos años, cuando en un paseo en el verano del sur una cucaracha tuvo la mala fortuna de corretear por la acera, alguien gritó de asco y otro alguien dio un pisotón. Scratch. Me pareció aberrante hasta lo insoportable que se destruyera así a un bicho, sólo por un poco de asco, siendo una cucaracha en realidad el insecto más común e inofensivo que hay: no pican, no tienen veneno, no chupan la sangre, no transmiten ninguna enfermedad. Un piojo o un mosquito sí son, de facto, peligrosos de verdad. El delito de esa cucaracha sólo era uno: asco.
Dudo, de nuevo, que alguien lo comparta. Por muchos años, erradamente, creí que eso había que canalizarlo estudiando Veterinaria (para sanar animales) o Biología (para entender la vida), así me lo contaron. Pero nada tiene que ver con eso y fracasé en el intento de un título para esas cosas. La simple mirada provoca una conexión por el vaciado de la mente, con el Todo, que la Naturaleza te devuelva la mirada de los que no tienen el sufrimiento de etiquetas a sus espaldas porque, simplemente, son. Sin más.
También sucede con los bebés que son transportados en sus carritos, de paseo, algunos pasan cerca de Ney. Los observo con la misma curiosidad humilde; en todas las ocasiones, se echan a reír. Como si me conocieran de algo.
Y qué desazón tan extraña por toda esa gente con miedo respetuoso a la naturaleza o que no le gustan los animales. Entonces, tú qué te crees que eres sobre este planeta, exactamente.
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