El segundo título de este post (escrito, sin embargo, en primer lugar) era algo así como Todo es sobre el poder y el control, o el descontrol, el descontrol con precisión milimétrica que atrapo en esa foto de arriba durante la cuarta ocasión en que sucede; cuatro ya son marabunta, cuatro días en los que sin mediar trastorno alguno del sueño (ni ruidos, ni malas digestiones, ni necesidad obligada, ni un desvelo momentáneo que se arregla con un paseo hasta el baño para después regresar al ronquido) mi cuerpo decidió que las 5.30 de la mañana era buena hora para despertarse.
A la cuarta ocasión, domingo, antes de la calada que terminaría el cigarrillo de turno, suelto los bolígrafos para capturar ese momento. El mismo que se ha repetido durante toda la semana.
Lo usual es esforzarse por un esquema de trabajo o, como mínimo, una elección consciente. Es lo que pone en cualquier sitio, una planificación, un esfuerzo, repito el concepto de nuevo, esfuerzo, incluso una decisión, ser consciente repito también, para crear las circunstancias propicias y las condiciones ambientales, acordarse del horario, incluso mejorar la dieta y un poco de ejercicio para no tener el cuerpo como una alcayata, y entonces uno puede sentarse sin interrupción a escribir y corregir, porque las ganas se domestican igual que los animales de zoológico y la inspiración es un elefante de circo amaestrado.
Y no he hecho nada de eso.
Tras una pelea absurda con la impresora, los cables, puertos USB que van y vienen, cartuchos resecos de tinta y controladores que Windows 10 ignora de repente conseguí 50 folios menos, llenos de líneas. Las copias anteriores han sufrido el destino de la hoguera (los folios blancos de 80 gr. con colonia de baño tipo Nenuco, puro alcohol, prenden que da gusto) así que necesitaba ver (huecos, muchos huecos donde anotar cosas de forma desordenada y aleatoria, algo que los programas de texto a ordenador están lejos de imitar) la estructura de la versión más reciente.
Por algún sitio hay que empezar, de una vez, a esforzarse por el horario. De forma inhumana he marcado septiembre como fecha para esta ##@! ¿novela? por utilizar el truco de unos plazos de entrega y la sensación de que se está haciendo algo, incluso la repelente acción, inédita, de verbalizarlo a otro ser humano, estoy trabajando en una novela. Esta semana es la segunda vez que he dicho tal frase (la primera ocasión fue a principios de 2015, cuando el mismo texto estaba vivo) y ahora también ha sido como respuesta a una pregunta directa, no salió de mí.
Es curioso el efecto de tres simples palabras, estoy trabajando en (...), que no he dicho en los 24 años que cumplo desde que empecé a escribir obra tras obra, como si no tuviera importancia. Escribo... cosas... es lo máximo que he llegado a decir en voz alta.
Pero no he hecho nada específico, ni consciente, para despertarme a esa hora. Sólo acordarme de que un día de estos debería fijar un horario para lo de septiembre. Y abrir un espacio en Neupic e ir elaborando mentalmente el primer artículo. Trataba (y tratará) de la angustia vital del hombre moderno, las absurdas cifras de Rajoy y el empleo y cómo el sistema puede destruir por completo la individualidad de cada uno. Porque la pobreza en el empleo acaba dando pobreza de alma y una ajenidad infinita sobre la propia vida; el zarandeo constante de las empresas te arrastra hasta ser una masa informe que respira y poco más, incapaz de plantearse estudios de mercado para poner ideas en marcha.
Quizá por el runrún constante en torno al artículo ha ocurrido otro hecho inesperado: la primera vez que soy maleducada con una empresa. Esto es, ciscarse en la madre del encargado-barra-jefe, decirle con todas las letras que su mala gestión es, en efecto, una gestión de mierda, que se entretenga en putear a sus progenitores (aquí en igualdad absoluta, padre y madre, a elegir, juntos o por separado) mejor que hacerme perder el tiempo. Y no me ha importado. En vez de ser diplomática (no vaya a ser que pierda oportunidades para contrataciones futuras).
Y es que el momento de epifanía que narraba en el otro macropost continúa en activo y a toda máquina; cuando dije basta ya, dar un zarpazo en la mesa no metafórico, el cenicero volando y el café desparramado, así de sencillo, no, basta, no me da la gana, he intentado seguir el método normal y no me funciona, tengo que cambiarlo aunque ni idea de cómo. Normal es formarse, adquirir experiencia, aguantas jefes estúpidos, irregularidades y puteos, becariados, te esfuerzas, haces méritos y finalmente, prosperas porque has encontrado una oportunidad buenísima y tu propio hueco. A mi hermano pequeño, más metido en la crisis económica que yo cuando aún terminaba sus estudios, le ha funcionado y me alegro una barbaridad. A mí no me ha funcionado, en claro retroceso desde redacciones de periódicos por meses hasta almacenes de centros comerciales, por horas, en los que no es necesario escribir nada pero siempre me las apaño para llevar un trozo de papel y bolígrafo y simular que apunto existencias de producto cuando anoto en realidad frases o ideas; y el resto de lo necesario para mis facturas, la colaboración solidaria de mis progenitores.
A esa tara desagradable (casi 40 y mantenida como adolescente) le di la vuelta desde principios del verano; ya que soy experta en los últimos años en que me seleccionen para trabajos precarios, porque de los otros nunca llaman, no tendría dificultad aparente en encontrar otro a media jornada y la otra media dedicarla a los proyectos del listado de proyectos, con absoluta disciplina. Nada de esperar a que mejore la cosa, ni sentirse culpable por desperdiciar tiempo en una cosa artística que no es un trabajo de verdad.
Así me levanté un día con la determinación de que tendría empleo la semana siguiente, sin saber cómo, y el cómo fue un encuentro fortuíto por la calle. En el mismo sector de promotora-comercial, que depende de los números que consigas vender. Cuando he empezado a quedarme sin fuerzas porque las cifras no salían, a poner más empeño energético y olvidar que tuviera que escribir nada, de repente me han llamado de otras tres promociones. Tres. Ni siquiera en los años pre-crisis se ha superpuesto la posibilidad de cuatro trabajos, del tipo que fueran. Dos como mucho, cuando estaba de becaria en una televisión (con oficina) y en una revista (pero de artículo semanal, en mi casa, sin horario de oficina). Pero no cuatro.
Cuando no salió en el que estaba, en menos de una semana tenía el siguiente papeleo para vender una marca de tabaco. Sólo que las condiciones finales no eran las que el encargado aseguró al principio, aparte de un desplazamiento ida-vuelta de 100 kilómetros innecesarios hasta una aldea donde Darth Vader perdió el mechero, porque el planning estaba mal y no se le ocurrió avisar.
Y de repente, la perorata más ácida que he escuchado en mi vida. Digo escuchado porque aún no me creo que fuera capaz de marcar el teléfono de dicho responsable y decirle que era un auténtico irresponsable, y que si su madre y su padre y sus abuelos, si me apuran. El lunes a primera hora (esto fue el sábado) me llamaron de otra promoción. Para empezar este miércoles. Tres días en el paro, nada más, he batido mi propio récord.
Mientras tanto, a pesar de domir a la hora de siempre, a las 5.30 estaba en pie sin proponérmelo. Un día, un segundo día, al siguiente perder el bolígrafo rojo pensando que no ocurriría otro despertar a deshora y tener que utilizar uno lila, y otro día... Increíble porque soy de ese tipo de gente que necesita un tiempo para que el cerebro espabile y ser persona por las mañanas. Con la simpleza más absoluta, me he puesto en marcha como si fuera un cacharro electrónico al que le das al botón y ya está a pleno rendimiento. Y sólo tenía ganas de releer el texto, en esa hora que precede al amanecer, o mientras amanece, porque el texto está vivo otra vez; en el centenar de lecturas anteriores algo fallaba, pero no sabía qué. Y en estas mañanas, de repente, es sencillísimo saber qué no encajaba del todo. Una vez que arregle eso puedo continuar la narración por donde la dejé, antes no. Pero tenía planeado elaborar un horario de trabajo, algún día de estos; no que ocurriera sin más.
Lo siento por los negacionistas de la mística de la escritura, pero esto es raro de cojones. Fumo igual, me alimento con lo mismo, sigo atenta a los análisis de ADN que hacen en CSI. Pero me despierto con una energía que hace años (pero casi una década) no tenía, sin un solo pinzamiento en ninguna parte, sin molestias, ni tosecilla por tabaco ni lagañas, sin despertador. Sin cansancio.
Y no he hecho nada de eso.
Tras una pelea absurda con la impresora, los cables, puertos USB que van y vienen, cartuchos resecos de tinta y controladores que Windows 10 ignora de repente conseguí 50 folios menos, llenos de líneas. Las copias anteriores han sufrido el destino de la hoguera (los folios blancos de 80 gr. con colonia de baño tipo Nenuco, puro alcohol, prenden que da gusto) así que necesitaba ver (huecos, muchos huecos donde anotar cosas de forma desordenada y aleatoria, algo que los programas de texto a ordenador están lejos de imitar) la estructura de la versión más reciente.
Por algún sitio hay que empezar, de una vez, a esforzarse por el horario. De forma inhumana he marcado septiembre como fecha para esta ##@! ¿novela? por utilizar el truco de unos plazos de entrega y la sensación de que se está haciendo algo, incluso la repelente acción, inédita, de verbalizarlo a otro ser humano, estoy trabajando en una novela. Esta semana es la segunda vez que he dicho tal frase (la primera ocasión fue a principios de 2015, cuando el mismo texto estaba vivo) y ahora también ha sido como respuesta a una pregunta directa, no salió de mí.
Es curioso el efecto de tres simples palabras, estoy trabajando en (...), que no he dicho en los 24 años que cumplo desde que empecé a escribir obra tras obra, como si no tuviera importancia. Escribo... cosas... es lo máximo que he llegado a decir en voz alta.
Pero no he hecho nada específico, ni consciente, para despertarme a esa hora. Sólo acordarme de que un día de estos debería fijar un horario para lo de septiembre. Y abrir un espacio en Neupic e ir elaborando mentalmente el primer artículo. Trataba (y tratará) de la angustia vital del hombre moderno, las absurdas cifras de Rajoy y el empleo y cómo el sistema puede destruir por completo la individualidad de cada uno. Porque la pobreza en el empleo acaba dando pobreza de alma y una ajenidad infinita sobre la propia vida; el zarandeo constante de las empresas te arrastra hasta ser una masa informe que respira y poco más, incapaz de plantearse estudios de mercado para poner ideas en marcha.
Quizá por el runrún constante en torno al artículo ha ocurrido otro hecho inesperado: la primera vez que soy maleducada con una empresa. Esto es, ciscarse en la madre del encargado-barra-jefe, decirle con todas las letras que su mala gestión es, en efecto, una gestión de mierda, que se entretenga en putear a sus progenitores (aquí en igualdad absoluta, padre y madre, a elegir, juntos o por separado) mejor que hacerme perder el tiempo. Y no me ha importado. En vez de ser diplomática (no vaya a ser que pierda oportunidades para contrataciones futuras).
Y es que el momento de epifanía que narraba en el otro macropost continúa en activo y a toda máquina; cuando dije basta ya, dar un zarpazo en la mesa no metafórico, el cenicero volando y el café desparramado, así de sencillo, no, basta, no me da la gana, he intentado seguir el método normal y no me funciona, tengo que cambiarlo aunque ni idea de cómo. Normal es formarse, adquirir experiencia, aguantas jefes estúpidos, irregularidades y puteos, becariados, te esfuerzas, haces méritos y finalmente, prosperas porque has encontrado una oportunidad buenísima y tu propio hueco. A mi hermano pequeño, más metido en la crisis económica que yo cuando aún terminaba sus estudios, le ha funcionado y me alegro una barbaridad. A mí no me ha funcionado, en claro retroceso desde redacciones de periódicos por meses hasta almacenes de centros comerciales, por horas, en los que no es necesario escribir nada pero siempre me las apaño para llevar un trozo de papel y bolígrafo y simular que apunto existencias de producto cuando anoto en realidad frases o ideas; y el resto de lo necesario para mis facturas, la colaboración solidaria de mis progenitores.
A esa tara desagradable (casi 40 y mantenida como adolescente) le di la vuelta desde principios del verano; ya que soy experta en los últimos años en que me seleccionen para trabajos precarios, porque de los otros nunca llaman, no tendría dificultad aparente en encontrar otro a media jornada y la otra media dedicarla a los proyectos del listado de proyectos, con absoluta disciplina. Nada de esperar a que mejore la cosa, ni sentirse culpable por desperdiciar tiempo en una cosa artística que no es un trabajo de verdad.
Así me levanté un día con la determinación de que tendría empleo la semana siguiente, sin saber cómo, y el cómo fue un encuentro fortuíto por la calle. En el mismo sector de promotora-comercial, que depende de los números que consigas vender. Cuando he empezado a quedarme sin fuerzas porque las cifras no salían, a poner más empeño energético y olvidar que tuviera que escribir nada, de repente me han llamado de otras tres promociones. Tres. Ni siquiera en los años pre-crisis se ha superpuesto la posibilidad de cuatro trabajos, del tipo que fueran. Dos como mucho, cuando estaba de becaria en una televisión (con oficina) y en una revista (pero de artículo semanal, en mi casa, sin horario de oficina). Pero no cuatro.
Cuando no salió en el que estaba, en menos de una semana tenía el siguiente papeleo para vender una marca de tabaco. Sólo que las condiciones finales no eran las que el encargado aseguró al principio, aparte de un desplazamiento ida-vuelta de 100 kilómetros innecesarios hasta una aldea donde Darth Vader perdió el mechero, porque el planning estaba mal y no se le ocurrió avisar.
Y de repente, la perorata más ácida que he escuchado en mi vida. Digo escuchado porque aún no me creo que fuera capaz de marcar el teléfono de dicho responsable y decirle que era un auténtico irresponsable, y que si su madre y su padre y sus abuelos, si me apuran. El lunes a primera hora (esto fue el sábado) me llamaron de otra promoción. Para empezar este miércoles. Tres días en el paro, nada más, he batido mi propio récord.
Mientras tanto, a pesar de domir a la hora de siempre, a las 5.30 estaba en pie sin proponérmelo. Un día, un segundo día, al siguiente perder el bolígrafo rojo pensando que no ocurriría otro despertar a deshora y tener que utilizar uno lila, y otro día... Increíble porque soy de ese tipo de gente que necesita un tiempo para que el cerebro espabile y ser persona por las mañanas. Con la simpleza más absoluta, me he puesto en marcha como si fuera un cacharro electrónico al que le das al botón y ya está a pleno rendimiento. Y sólo tenía ganas de releer el texto, en esa hora que precede al amanecer, o mientras amanece, porque el texto está vivo otra vez; en el centenar de lecturas anteriores algo fallaba, pero no sabía qué. Y en estas mañanas, de repente, es sencillísimo saber qué no encajaba del todo. Una vez que arregle eso puedo continuar la narración por donde la dejé, antes no. Pero tenía planeado elaborar un horario de trabajo, algún día de estos; no que ocurriera sin más.
Lo siento por los negacionistas de la mística de la escritura, pero esto es raro de cojones. Fumo igual, me alimento con lo mismo, sigo atenta a los análisis de ADN que hacen en CSI. Pero me despierto con una energía que hace años (pero casi una década) no tenía, sin un solo pinzamiento en ninguna parte, sin molestias, ni tosecilla por tabaco ni lagañas, sin despertador. Sin cansancio.
Todo se basa en el poder y el control (o descontrol) sobre la propia vida. Aunque no sepa de qué región oculta está surgiendo.
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