Qué queda de mí en mí
si me arrastra la corriente...
(Lee con música, si no te importa)
(Es lo que oigo en bucle mientras aporreo el teclado)
Durante un par de horas, apenas, u hora y media, hora y quince minutos, febrero ha regresado. Algo superior que me mete en el ojo del huracán, la opresión en su forma expresiva más alta. Y ahora qué hago. Recuerdo que ese ojo huracanado es el principio que te arrastra a la indefensión aprendida, proverbial, cómo iba a imaginarme siquiera que algo que cité sin venir a cuento en LVdH, teoría que me quedaba lejana, la estudio ya por tercera vez (tercera asignatura que menciona y pone foto de Seligman, qué simpático) y es el nombre de lo que me pasó por encima, aunque no quiera reconocerlo.
El problema es que sigo ahí. Necesito comprar mi libertad y no sé cómo. No lo sé de forma consciente. Si me lo preguntas, no tengo ni idea. Lo tenía más claro hace tres semanas, quizá producto de la fiebre y el catarro. Pero hoy (o en ese par de horas, hora y media, hora y quince minutos) las observo por el lado imposible, irrealizable. De repente soy una hormiga tratando de llevarse un coche a su colonia bajo tierra.
Puede que la culpa sea de un post serio en el que llevo trabajando una semana. De tanto refelxionar y corregirlo, pierde su sentido: en realidad no es un artículo, ni siquiera es un buen artículo, simplemente intento justificar mi experiencia que sólo le ocurre a autores extranjeros (en inglés) pero que en castellano no están. El impulso de escribir que puede destruirte la vida, sobre todo por el prejuicio en contra de la creatividad con el que he crecido; o llámalo sistema educativo al que echarle la culpa. Gritar que estoy sola y que estoy muy enfurecida por esa soledad.
Tanto dar vueltas que las 14 páginas de word (apretadas apretadísimas, interlineado simple, sin espacio entre párrafos) se desdibujan, ¿y si estoy gastando bytes para no llegar a conclusiones válidas? O sólo pretendo justificar que existieron, que existen (que existo yo, al menos) esa clase de personas con ese impulso desmedido (con origen en conexiones específicas entre partes concretas del cerebro, no lo cuento ahora porque estropearé la parte central de ese post en curso) pero que, a veces, no tienen la gran cosa publicada para justificar que les ocurra ese impulso una y otra vez, para justificar ese desvelo. Porque no saben. Porque les han enseñado que eso es un mito, o que sólo les ocurre a autores reconocidos y si no eres lo segundo, ¿cómo te sucede lo primero? No hay modelos en los que fijarse para empequeñecer la rareza.
Puede que sea la reflexión constante de estos temas. Puede que sea el próximo cumpleaños, ya, pasado mañana, y preguntarse cómo salir de aquí ahora que se me está acabando el tiempo. Porque sigo falseando los currículos, sigo mintiendo, borrando estudios que tengo, conocimientos que tengo, porque no interesan en esos trabajos cara al público.
En el ojo de febrero uno recuerda todo el tiempo que ha perdido y es irrecuperable. Dejarse arrastrar hacia la máquina, mendigar unas horas de alta, dejarse bebés muertos por el camino sólo por un futuro en el que no hay hueco.
Quizá he perdido el tiempo porque el planning estaba mal desde el principio: ay, si me lo hubieran dicho. Ay, cómo aprovechar tantas horas de otra manera y no enviando sobres a concursos literarios (ya adjudicados) para sólo conseguir que un poema salga publicado en un libro ajeno, bajo el nombre de otro y ni poder reclamar judicialmente por haber perdido el resguardo de correos. Ay, lo más importante: y si lo hubiera tomado en serio en vez de fingir que no pasaba nada.
Necesito comprar mi libertad y sigo sin saber cómo. Cómo salgo de aquí. Hace tres semanas pensaba, en un estado de benevolencia, ese venirse arriba insensato por la fiebre, que pondría todo en marcha, todo lo que sé hacer: un programa de radio (podcast) por Ivoox, un canal de Youtube, antes preparar el booktrailer, pedir ayuda, pediros ayuda para el durante escribo la novela nueva, y otro manual-ensayo-narración sobre asuntos neurológicos relacionados con la creatividad en la escritura (como desahogo más que otra cosa) y todo a ciegas, sin olvidar que tengo el plazo de un mes para la escritura de otro poemario o simulacro de, que esta vez el material nuevo sí lo quiere una editorial y es algo que llevo esperando 25 años que diga una editorial, oye mira, enséñame lo que tengas nuevo que quiero verlo, y todo eso que parecía sencillo y normal, expresarse, gritar que existo y que no sé hacer otra cosa aunque me dedique a mendigar trabajos estúpidos para poder comer, en los que utilizo mi cerebro a un 2% de su capacidad real para pensar, imaginar, planear, todo eso hacerlo porque quizá es el camino, deshacer el camino, nunca he creído en mí misma porque nunca nadie creyó en mi escritura y sin escritura lo demás no tiene sentido. Peor aún, tener que soportar el que considero el peor insulto dirigido a mí, el viejo truco de idiotas con pretensiones carnales que se valieron del interés por lo escrito en el blog y en general, como si eso diera puntos, como si no fuera coincidencia con el período de locura transitoria que sigue a toda relación larga que se acaba y te tiras a todo lo que se mueve, esos idiotas, que después de tirármelos dejaron de interesarse por mi escritura, a esos les sigo deseando una muerta lenta y dolorosa que seguramente tendrán por haber hecho el ridículo insultando mi inteligencia por el camino equivocado.
Y entonces, cuando en mitad de un bajón de febrero ya no funciona nada, no funcionan las animaciones de Youtube que muestran el tamaño real del planeta Tierra frente a otros cuerpos estelares, cuando no funcionan los vídeos de horrores humanos actuales y pasados, vídeos de guerra y bombardeos, cuando sigues preguntándote cómo con 37 años estás igual que con 17 (incluso volver a las clases de teatro y volver a las clases en la universidad) y ni siquiera has conseguido mantenerte como una adulta porque en ningún trabajo te han considerado adulta (en realidad, en los trabajos de mi propia tierra, así es la triste realidad: tú no lo tenías en cuenta, está correctamente disimulado pero el machismo campa a sus anchas por Andalucía y los propios ejecutores lo niegan como corresponde a estos tiempos políticamente correctos) y en los que te han considerado adulta no hay nada que rascar porque ni se necesitaban estudios, habilidades técnicas ni formacionales de todas las que coleccionas, entonces surge la ira, el enfado que es movimiento y no brazos quietos, el enfado contra la prosa adecuada y académica con vidas vacías y ningún concepto importante que las sustente detrás, la prosa correcta que llena las estanterías de libros, las entrevistas de escritores en activo y frases pomposas, la generación en que debería estar y no estoy. El enfurecimiento.
La vida ha sido una patada tras otra (en el hígado, en las piernas, en los pulmones) para colocarme contra el filo de la espada del que pretendía huir por considerarlo una rareza que a nadie más le ocurre (no español, al menos, no famoso español) y ese único camino es inmolarse contra la espada, aunque nadie pague, aunque a nadie le importe.
Sólo así consigo escapar del momentáneo bajón de febrero; este año ha durado un par de horas, hora y media, hora y quince minutos. Nada que ver con un mes completo.
Hemos ganado. Por poco.
(Es lo que oigo en bucle mientras aporreo el teclado)
Durante un par de horas, apenas, u hora y media, hora y quince minutos, febrero ha regresado. Algo superior que me mete en el ojo del huracán, la opresión en su forma expresiva más alta. Y ahora qué hago. Recuerdo que ese ojo huracanado es el principio que te arrastra a la indefensión aprendida, proverbial, cómo iba a imaginarme siquiera que algo que cité sin venir a cuento en LVdH, teoría que me quedaba lejana, la estudio ya por tercera vez (tercera asignatura que menciona y pone foto de Seligman, qué simpático) y es el nombre de lo que me pasó por encima, aunque no quiera reconocerlo.
El problema es que sigo ahí. Necesito comprar mi libertad y no sé cómo. No lo sé de forma consciente. Si me lo preguntas, no tengo ni idea. Lo tenía más claro hace tres semanas, quizá producto de la fiebre y el catarro. Pero hoy (o en ese par de horas, hora y media, hora y quince minutos) las observo por el lado imposible, irrealizable. De repente soy una hormiga tratando de llevarse un coche a su colonia bajo tierra.
Puede que la culpa sea de un post serio en el que llevo trabajando una semana. De tanto refelxionar y corregirlo, pierde su sentido: en realidad no es un artículo, ni siquiera es un buen artículo, simplemente intento justificar mi experiencia que sólo le ocurre a autores extranjeros (en inglés) pero que en castellano no están. El impulso de escribir que puede destruirte la vida, sobre todo por el prejuicio en contra de la creatividad con el que he crecido; o llámalo sistema educativo al que echarle la culpa. Gritar que estoy sola y que estoy muy enfurecida por esa soledad.
Tanto dar vueltas que las 14 páginas de word (apretadas apretadísimas, interlineado simple, sin espacio entre párrafos) se desdibujan, ¿y si estoy gastando bytes para no llegar a conclusiones válidas? O sólo pretendo justificar que existieron, que existen (que existo yo, al menos) esa clase de personas con ese impulso desmedido (con origen en conexiones específicas entre partes concretas del cerebro, no lo cuento ahora porque estropearé la parte central de ese post en curso) pero que, a veces, no tienen la gran cosa publicada para justificar que les ocurra ese impulso una y otra vez, para justificar ese desvelo. Porque no saben. Porque les han enseñado que eso es un mito, o que sólo les ocurre a autores reconocidos y si no eres lo segundo, ¿cómo te sucede lo primero? No hay modelos en los que fijarse para empequeñecer la rareza.
Puede que sea la reflexión constante de estos temas. Puede que sea el próximo cumpleaños, ya, pasado mañana, y preguntarse cómo salir de aquí ahora que se me está acabando el tiempo. Porque sigo falseando los currículos, sigo mintiendo, borrando estudios que tengo, conocimientos que tengo, porque no interesan en esos trabajos cara al público.
En el ojo de febrero uno recuerda todo el tiempo que ha perdido y es irrecuperable. Dejarse arrastrar hacia la máquina, mendigar unas horas de alta, dejarse bebés muertos por el camino sólo por un futuro en el que no hay hueco.
Quizá he perdido el tiempo porque el planning estaba mal desde el principio: ay, si me lo hubieran dicho. Ay, cómo aprovechar tantas horas de otra manera y no enviando sobres a concursos literarios (ya adjudicados) para sólo conseguir que un poema salga publicado en un libro ajeno, bajo el nombre de otro y ni poder reclamar judicialmente por haber perdido el resguardo de correos. Ay, lo más importante: y si lo hubiera tomado en serio en vez de fingir que no pasaba nada.
Necesito comprar mi libertad y sigo sin saber cómo. Cómo salgo de aquí. Hace tres semanas pensaba, en un estado de benevolencia, ese venirse arriba insensato por la fiebre, que pondría todo en marcha, todo lo que sé hacer: un programa de radio (podcast) por Ivoox, un canal de Youtube, antes preparar el booktrailer, pedir ayuda, pediros ayuda para el durante escribo la novela nueva, y otro manual-ensayo-narración sobre asuntos neurológicos relacionados con la creatividad en la escritura (como desahogo más que otra cosa) y todo a ciegas, sin olvidar que tengo el plazo de un mes para la escritura de otro poemario o simulacro de, que esta vez el material nuevo sí lo quiere una editorial y es algo que llevo esperando 25 años que diga una editorial, oye mira, enséñame lo que tengas nuevo que quiero verlo, y todo eso que parecía sencillo y normal, expresarse, gritar que existo y que no sé hacer otra cosa aunque me dedique a mendigar trabajos estúpidos para poder comer, en los que utilizo mi cerebro a un 2% de su capacidad real para pensar, imaginar, planear, todo eso hacerlo porque quizá es el camino, deshacer el camino, nunca he creído en mí misma porque nunca nadie creyó en mi escritura y sin escritura lo demás no tiene sentido. Peor aún, tener que soportar el que considero el peor insulto dirigido a mí, el viejo truco de idiotas con pretensiones carnales que se valieron del interés por lo escrito en el blog y en general, como si eso diera puntos, como si no fuera coincidencia con el período de locura transitoria que sigue a toda relación larga que se acaba y te tiras a todo lo que se mueve, esos idiotas, que después de tirármelos dejaron de interesarse por mi escritura, a esos les sigo deseando una muerta lenta y dolorosa que seguramente tendrán por haber hecho el ridículo insultando mi inteligencia por el camino equivocado.
Y entonces, cuando en mitad de un bajón de febrero ya no funciona nada, no funcionan las animaciones de Youtube que muestran el tamaño real del planeta Tierra frente a otros cuerpos estelares, cuando no funcionan los vídeos de horrores humanos actuales y pasados, vídeos de guerra y bombardeos, cuando sigues preguntándote cómo con 37 años estás igual que con 17 (incluso volver a las clases de teatro y volver a las clases en la universidad) y ni siquiera has conseguido mantenerte como una adulta porque en ningún trabajo te han considerado adulta (en realidad, en los trabajos de mi propia tierra, así es la triste realidad: tú no lo tenías en cuenta, está correctamente disimulado pero el machismo campa a sus anchas por Andalucía y los propios ejecutores lo niegan como corresponde a estos tiempos políticamente correctos) y en los que te han considerado adulta no hay nada que rascar porque ni se necesitaban estudios, habilidades técnicas ni formacionales de todas las que coleccionas, entonces surge la ira, el enfado que es movimiento y no brazos quietos, el enfado contra la prosa adecuada y académica con vidas vacías y ningún concepto importante que las sustente detrás, la prosa correcta que llena las estanterías de libros, las entrevistas de escritores en activo y frases pomposas, la generación en que debería estar y no estoy. El enfurecimiento.
La vida ha sido una patada tras otra (en el hígado, en las piernas, en los pulmones) para colocarme contra el filo de la espada del que pretendía huir por considerarlo una rareza que a nadie más le ocurre (no español, al menos, no famoso español) y ese único camino es inmolarse contra la espada, aunque nadie pague, aunque a nadie le importe.
Sólo así consigo escapar del momentáneo bajón de febrero; este año ha durado un par de horas, hora y media, hora y quince minutos. Nada que ver con un mes completo.
Hemos ganado. Por poco.
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