El 3 de junio, que fue exactamente ayer, soy secuestrada por el potencial absurdo de no completar esta entrada, blogger no carga correctamente, y ni un comentario me da tiempo para otra fecha digna de un TT en Twitter, la muerte de Kafka (92 años atrás). No se me olvida pero no me gusta, prefiero el 3 de julio (133 cumpleaños).
Se repite el curioso patrón de 2013, con ese espacio entre un 3 de junio-julio y un libro en marcha de escritura apresurada, más un trabajo tonto de por medio.
Ayer viernes ya tenía resaca por una pulcra exactitud, 20 años, ni uno más ni menos, con una clase de teatro. Entonces, con 17 de edad, tenía el pelo cobrizo por el sol y me puse en manos de un peluquero para contrarrestar el naranja. En vez de tinte utilizó lo que en argot se llama matizador, siguiendo la teoría del color, uno azul. Quedó demasiado intenso y en vez de recuperar mi castaño, el pelo se convirtió en un gótico negro azabache. Fue la primera vez en mi vida que lo tuve así, en contra de la característica de serie. Exactamente lo que me ha ocurrido ahora, con un matizador azul profesional, pero utilizado en casa por mis manos ávidas de jugar al Quimicefa. Y la misma circunstancia de salir de teatro, volver a casa y proseguir el estudio de un examen donde van a preguntarme cómo funcionan las neuronas y por qué almacenan recuerdos.
Con ese pelo negro cuervo hice un ejercicio teatral redondo, entonces y hace dos días, y Chéjov o Stanislavski y su método y su pasión volvieron a ser mencionados. El profesor de ahora, sin embargo, repite otra cosa interesante: TIEMPO. El tiempo es lo único que tengo en mi vida.
Por eso el 3 de junio amanezco bañada en absurdo kafkiano en su máxima expresión. Elegí que hoy sábado no haría un viaje relámpago para la Feria del Libro de Madrid, aunque hubiera firmas buscadas (una), para así disponer de más tiempo en el estudio. El mismo 3 de junio me entero de que no una, sino dos, van a coincidir. Viaje perdido por partida doble.
Sin embargo, también voy a perder el tiempo aunque no haya viaje. He aceptado otra promoción basura de 6€/hora por estar de pie, que ya ha empezado (pensaba que la próxima semana). No sé bien por qué motivo inconsciente lo he hecho. Quizá sólo aprendo cuando se repite ese dolor agudo de estar en el sitio equivocado, con una tarea errónea entre manos. Si no es a base de esas pequeñas bofetadas, se me olvida. Con un cálculo somero, el precio por algo que sí es correcto (escribir un libro, el libro que tendría que salir mañana) es de 24€/hora.
Qué. Cuatro veces más.
Lo que niegas, te destruye. Ahora citado con orgullo y alegría, porque van a preguntarme sobre C. G. Jung también en otro examen (aunque le dediquen muy pocos párrafos en comparación con la estrella de Freud, estoy muy enfadada con los apuntes de ese tema).
Qué.
Esta exactitud milimétrica en la repetición de eventos es, como poco, alucinante.
Sincronicidad, que diría también Jung.
¿Querer ser testigo; personarse en esta causa y asistir al descenso de un mechón del pelo, (rojizo primigenio) que no se sostiene en el espacio misterioso entre el pliegue delicado del hélix y el craneo, sobre los ojos, negándote la enseñanza, en forma de apuntes, de Jung; conformaría una especie de redención?
ResponderEliminarLO QUÉ.
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