Danzad, malditos |
(1) Sobre junio
El blog ha cumplido cuatro años. Parece que fue ayer no lo voy a decir, porque en absoluto existe cercanía. La diferencia entre aquellas manos que tecleaban los primeros posts y las de ahora es tan abismal que casi muero del susto en la comparativa.
Quizá son las condiciones ambientales, evocatorias, el calor del incipiente verano, los primeros rayos de sol en la playa y la piel tostada, la luz, el paro y el vacío, el puñetero fútbol. Por eso he recordado la fecha, no por la fecha sola.
La primera frase del primero decía:
Yo confieso ante Dios Internet Todopoderoso, y ante vosotros blogger-hermanos, que he pecado mucho de ser un animal contradictorio.
Seguía una pequeña explicación de por qué llevaba desde 2003 con la web literaria-personal abandonada.
Soy un animal que se contradice en la forma, pero nunca en el fondo. Semanas atrás dije de repente en una charla privada -con el alma en la boca- otra frase: no sé si quiero meterme en este mundillo. El mundo editorial es un asco, pero no hay otro camino. Hoy me contradigo, y qué pasaría si, pero pensemos en lo profesional, ¿sería profesional decir la verdad? Sería divertido en las entrevistas vengarse con frialdad. Ya lo he comentado antes en alguna parte, de puntillas, pero este blog empezó con su gran choque.
Una tarde como esta, con el mismo sol cálido pero desde otra ventana, se me ocurrió poner una estrofa entera en Google. Para ver qué me encontraba, supongo. Todos nos buscamos en Google. Por si quedaba rastro de algo.
Encontré un pdf. Una muestra parcial de un poemario, un autor de fama moderada, con sus varios libros de poesía, antologías, algún premio. Esos versos estaban ahí, bajo el mismo título, de principio a fin. Una coma cambiada en conjunto, no más. El siguiente poema, título parecido, la misma idea y desarrollo, con cuidado de sustituir algunos adjetivos claves por sus sinónimos.
Ay, Google. Cabrón. El poemario estaba fechado en 2006. Wikipedia confirmó que el autor había sido jurado en varias ediciones de un premio literario, en el que había participado con esos poemas en 2003.
Y ahora qué. Dónde la balanza literaria, quizá eran las únicas líneas salvables de un poemario -el mío- basura en conjunto. Tampoco podía hacer nada, cómo iba a demostrar la cosa si no encontraba el resguardo del envío certificado por correos a ese concurso. Ni lo guardé, en realidad. Y de un texto inédito, además. Y sin ser nadie. Y sin dinero, además, para abogados. Qué hago. Poetas españolitos.
Opté por el desestimiento de derecho. Por la ira (creativa). Si mi poema había sido publicado en una editorial sin mi consentimiento, era tan sencillo como escribir otro centenar más con la calidad de ese. El 8 de junio me compré una libreta nueva y la llevé conmigo hasta septiembre, a todas partes. Sonaba el Mundial de Fútbol y los gritos de victoria enfebrecida por todo el barrio cuando le daba vueltas al poema numerado como 141, detalle tonto incrustado a fuego. Este año se repite el Mundial, en otro sitio y con una libreta a medio terminar.
Y qué pasaría si...
Qué rollo con el joven escritor que escribe sobre escribir el primer libro, con el ansia de fama, sexos, riqueza o inmortalidad, qué aburrido, es más sencillo que todo eso: me falta el adjetivo, escritor publicado; porque el sentido de lo que escribo es para ser leído, de lo contrario pierde toda su función. Como dejar un coche parado en el garaje y que no transporte a nadie, ¿qué sentido tiene la existencia de ese coche? ¿Para qué carajo sirve?
Pues lo mismo. Qué sentido tiene mi existencia si no, si he consumido dos terceras partes vitales en esa tarea (y fingiendo que no me importa hacerlo, desistiendo).
¿Para qué llevo escribiendo burradas tantos años? ¿Corrigiendo, terminando libros? Con que tuvieran un único lector, sólo uno, que leyera todo lo que lleve un punto final, sería suficiente. Que se preocupen otros por otras cifras.
Y qué pasaría, realmente, si...
Sólo se me ocurre danzar hasta caer inconsciente.
Y qué pasaría si...
Qué rollo con el joven escritor que escribe sobre escribir el primer libro, con el ansia de fama, sexos, riqueza o inmortalidad, qué aburrido, es más sencillo que todo eso: me falta el adjetivo, escritor publicado; porque el sentido de lo que escribo es para ser leído, de lo contrario pierde toda su función. Como dejar un coche parado en el garaje y que no transporte a nadie, ¿qué sentido tiene la existencia de ese coche? ¿Para qué carajo sirve?
Pues lo mismo. Qué sentido tiene mi existencia si no, si he consumido dos terceras partes vitales en esa tarea (y fingiendo que no me importa hacerlo, desistiendo).
¿Para qué llevo escribiendo burradas tantos años? ¿Corrigiendo, terminando libros? Con que tuvieran un único lector, sólo uno, que leyera todo lo que lleve un punto final, sería suficiente. Que se preocupen otros por otras cifras.
Y qué pasaría, realmente, si...
Sólo se me ocurre danzar hasta caer inconsciente.
Hay que ser un (grandísimo hijo de la gran puta) para hacerte eso. Pero tu reacción es admirable. Y lo digo porque con este carácter levantisco, y abiertamente tabernario, que tengo, yo lo habría hecho peor.
ResponderEliminarApunte mental: Ser indio, poema 141.
Con dinero para abogados, en ese momento también lo hubiera hecho mucho peor...
EliminarBah, hay tiempo para partirle la cara, quién quiere un abogado.
Reiremos todos. :D