Anoto, para la posteridad, este sentimiento nuevo que provoca el fallo en mi teclado de conexión USB con cable. No hace nada cuando enciendo el ordenador de sobremesa. No responde. Nada. Pruebo con un segundo teclado de conexión USB, inalámbrico ahora, que tengo por casa. Tampoco. El primero otra vez, mientras uso el atajo de teclado en pantalla, pongo la contraseña señalando una a una las letras con el ratón y abro el antivirus, por si acaso.
Durante largos minutos no consigo desentrañar el misterio del error específico, inusual también, porque cuando fallan estas cosas suele ser por otro sitio; la impotencia abasadora consigue que mis manos estén paralizadas y mi pestañeo adquiera el ritmo del de una estatua de bronce. Justo hoy, justo ahora, que necesito con urgencia revisar y corregir, este error.
El equilibrio ínfimo del día está roto si no puedo descansar en los cimientos. Despellejarme las manos en otro trabajo mal pagado es el pasaporte de facto para que esas mismas manos se curen sobre el teclado, sin paralizarse porque con las teclas no alcancen el rango de "trabajo". Pero una parálisis impuesta desde fuera es distinto; y no hay escapatoria, los documentos de Word no pueden corregirse ni editarse con bolígrafo.
Esta impotencia frente a algo ajeno, invisible, superior a uno mismo y por tanto inalcanzable para cambiarlo -sigue el pestañeo de bronce ante la danza del solucionador de problemas y del antivirus- es la misma sensación de pozo absurdo cuando supuestas mentes preclaras rellenan párrafos (por los que sí les pagan o están contratados) con reduccionismos infantiles que son hasta graciosos en los contextos donde los he oído previamente, a saber, individuo esperando la cola para mear en un bareto lleno a las 4.30 de la madrugada, cocido de alcohol y otros estupefacientes, pobrecito, va muy perjudicado, o a pleno mediodía en una cafetería respetable, pobrecito también, acumula una cuenta enorme en la que figura la palabra "carajillo" muchas veces y por eso vocifera para todos sus argumentos de parvulario. Que esas ideas se saquen a pasear desde un altavoz en la jerarquía de la escala humana, con la excusa de una firma y una cabecera de periódico, y por mucho que se adornen con perífrasis, es una vergüenza para la inteligencia.
De forma intermitente aparecen cada tanto columnistas/articulistas que destrozan el tema del feminismo, de la mujer y su papel social cada vez que se les ocurre abrir la boca. Es tan absurdo que provoca la risa. A estas alturas empiezo a dudar de que sean tan tontos o superficiales, cuando posiblemente la razón es que son unos vendidos para favorecer la polémica: más visitas al enlace, más enlaces en las redes, y qué me importa si me ponen verde mientras los community managers de la publicación están contentos por todas las visitas generadas y los cheques siguen llegando al bolsillo; siempre aparecerá, también, algún usuario que me de la razón con total sinceridad. Que todo es posible, Trump ha ganado las elecciones y no le ha hecho falta usar su fortuna de millonario para sobornar a nadie, le votaron de verdad.
Pero imaginemos, por un momento, que no es sólo estrategia comercial, sino que los argumentos del autor son reales. Intentemos no reírnos ni responder con humor irónico, intentemos no hacer bromas con palmaditas en la espalda como si fuera el borracho del bar.
Por supuesto (aunque haya ejemplos de actualidad más reciente) tengo en mente el artículo firmado por Javier Marías, Trabajo equitativo, talento azaroso, que desde el principio abre con la aclaración, grande, muy grande y antes que nada, de que es feminista, no vayas a pensar mal de la basura que voy a lanzarte. La idea resumida de la columna es el mismo argumento de drogadicto perjudicado que escuché en esas situaciones que puse antes de ejemplo, sin querer faltar a los drogadictos. A saber: si no hay más mujeres Premios Nobel, en sillones de la RAE, etcétera, por algo será, ¿no? Que lo mismo históricamente no hay ninguna buena en lo suyo. Para qué preocuparse las feministas, entonces, de escarbar en la historia, mejor hagan frente a algo tangible como tener un mismo trabajo pero cobrar menos que sus compañeros varones, no entiendo cómo algo tan evidente no se denuncia, con lo fácil que es.
Primero viene el absurdo reduccionismo de la meritocracia, idea que deberíamos deshechar de una vez por falsa. Es un concepto ideal y moral, como la Justicia, la Belleza o el Amor, así con mayúsculas. Vamos a cambiarla por Meritocracia. Es un ideal falso porque la jerarquía humana discurre contraria a las leyes darwinianas de la evolución, depende de la suerte, de las circunstancias y no siempre en exclusiva de las capacidades reales (aunque estemos arruinando el negocio de los coachings de pensamiento positivo). Los puestos de responsabilidad en la sociedad humana no son ocupados siempre por los más preparados ni capaces en la tarea que les toca. El azar es más potente que la evolución razonable, y ante el pánico por lo desconocido, inventamos el concepto salvador de meritrocracia. Miles de mentes torpes hacen más presión y ganan una guerra por número que una sola mente brillante, no por ser mejores. Se soprendería Marías de toda la gente, con tetas y ovarios, que superaron, superan y superarán las mediciones de inteligencia de Einstein, por poner un ejemplo icónico de mente brillante, o que la sobrepasen en capacidad creativa y de análisis, pero no han podido desarrollar nada de interés para la humanidad porque las circunstancias no se lo permitieron. Sustraer esas circunstancias envolventes durante siglos, lo que las feministas, perdón, ultrafeministas malas nombran tanto como patriarcado, es simplista hasta el límite del paroxismo y una ceguera selectiva hacia parte de la ecuación. Qué pronto nos olvidamos de Ortega y Gasset a pesar de haber trabajado con él, ¿eh? Realice tests de habilidades cognitivas para prevenir el Alzheimer por si acaso, sr. Marías.
Por supuesto, todas las olvidadas por la historia no eran fantásticas, igual que tampoco todos los olvidados, ni fueron extremadamente portentosos en su área. Pero sí es cierto que una mayor proporción de ellas han sido obligadas a desaparecer. La Historia no se escribe sola, la escriben.
En todo caso, vayamos al presente. Cómo es posible que en un mismo trabajo, contrato y horas, una empleada reciba menos dinero que un empleado sólo por ser mujer. Es que es clarísimo, cómo no se lucha contra esas cifras. Seguramente lo ve fácil porque considera que esas situaciones son como un escorpión, veneno en alto dispuesto para el ataque, al que se puede reaccionar a tiempo. Y no entiende que es un proceso lento y envolvente, disimulado, silencioso, como la pitón que debe enroscarse y girar y apretar. Habla porque nunca le ha pasado, da la impresión. Me gustaría saber cómo se combate un entramado retorcido que ataca por los flancos, o dónde está la casilla en Inspección de Trabajo para denunciar que me pagan menos porque la jefatura considera que mi trabajo vale menos por mi género. Le regalo un ejemplo de cómo funcionan estas cosas: un medio de comunicación, mismo contrato, mismas horas y sueldo para terminar un producto periodístico diario. Cada uno se encarga de una parte. Al principio bien, hasta que me veo en la obligación de trabajar dos y tres horas más para cumplimentar mi trabajo, por la ineptitud del compañero varón que no organiza bien su parte. Al ser interdependientes, no puedo dar un golpe en la mesa y marcharme a mi hora; entonces estaría despedida automáticamente por no terminar mi trabajo. Reunión con la directiva para arreglar el asunto y la solución es que asuma una parte más para que no haya sobreexceso de horas no pagadas. Todo correcto de nuevo, hasta que el compañero vuelve a desorganizarse a la perfección y otra vez dos y tres horas más trabajadas de gratis. La directiva que sí, que hablará del tema con el trabajador inepto. No cambian las cosas. Así que una reunión definitiva para solucionar el asunto, que es muy sencillo: o reorganización definitiva o se pagan las horas de más.
¿Se aventura a imaginar la respuesta? ¿Que era mi problema? ¿Que la empresa no podía pagar las horas por encima de contrato? Qué va. Un poco más retorcido. Tus horas no valen tanto como para pagarlas, si no te habrían llamado ya de un medio nacional para contratarte. Aparte de descubrir que nadie le había dado toque de atención ninguno al trabajador.
Ahora dígame en qué casilla de la denuncia puedo marcar: incumplimiento de contrato, no se abonan las horas trabajadas porque mi trabajo vale menos por tener tetas, dicho en ese comentario directo y otros posteriores, y a ver cómo lo demuestro porque no he grabado a la directiva soltando tales burradas. Pero es el motivo verdadero. Cómo no se me ocurre denunciar, con lo fácil que es, ¿verdad?
No, no existe esa casilla. Usted puede seguir en su torre de marfil, esparciendo los argumentos del borracho, que todo tiene soluciones fáciles y claras. Pero mientras le paguen la columna, habrá que rellenar con lo que sea, aunque sea reduccionismo infantil y superficialidad.
Recuerdo ahora eso que se ha llamado Ley de la solución simple:
(Por cierto, hay un error científico bastante grueso en su columna anterior sobre medicamentos, pero qué más da, ya está escrito, qué voy a saber yo de que el emperador va desnudo y nadie tiene los ovarios de decírselo).
El antivirus dice que todo está bien, el analizador de problemas no encuentra ninguno y dice que todo está en su sitio y conectado. Pero el teclado sigue muerto.
A la tercera ocasión que vuelvo a analizar, sin esperanzas, aparece el problema oculto: los controladores se han actualizado a USB 3.0 pero el conector del teclado era 2.0 y daba error. El propio sistema se actualiza para funcionar de nuevo.
Y cuántos necesitan actualizaciones para reconocer que el entorno, inexorablemente, ha cambiado.
Durante largos minutos no consigo desentrañar el misterio del error específico, inusual también, porque cuando fallan estas cosas suele ser por otro sitio; la impotencia abasadora consigue que mis manos estén paralizadas y mi pestañeo adquiera el ritmo del de una estatua de bronce. Justo hoy, justo ahora, que necesito con urgencia revisar y corregir, este error.
El equilibrio ínfimo del día está roto si no puedo descansar en los cimientos. Despellejarme las manos en otro trabajo mal pagado es el pasaporte de facto para que esas mismas manos se curen sobre el teclado, sin paralizarse porque con las teclas no alcancen el rango de "trabajo". Pero una parálisis impuesta desde fuera es distinto; y no hay escapatoria, los documentos de Word no pueden corregirse ni editarse con bolígrafo.
Esta impotencia frente a algo ajeno, invisible, superior a uno mismo y por tanto inalcanzable para cambiarlo -sigue el pestañeo de bronce ante la danza del solucionador de problemas y del antivirus- es la misma sensación de pozo absurdo cuando supuestas mentes preclaras rellenan párrafos (por los que sí les pagan o están contratados) con reduccionismos infantiles que son hasta graciosos en los contextos donde los he oído previamente, a saber, individuo esperando la cola para mear en un bareto lleno a las 4.30 de la madrugada, cocido de alcohol y otros estupefacientes, pobrecito, va muy perjudicado, o a pleno mediodía en una cafetería respetable, pobrecito también, acumula una cuenta enorme en la que figura la palabra "carajillo" muchas veces y por eso vocifera para todos sus argumentos de parvulario. Que esas ideas se saquen a pasear desde un altavoz en la jerarquía de la escala humana, con la excusa de una firma y una cabecera de periódico, y por mucho que se adornen con perífrasis, es una vergüenza para la inteligencia.
De forma intermitente aparecen cada tanto columnistas/articulistas que destrozan el tema del feminismo, de la mujer y su papel social cada vez que se les ocurre abrir la boca. Es tan absurdo que provoca la risa. A estas alturas empiezo a dudar de que sean tan tontos o superficiales, cuando posiblemente la razón es que son unos vendidos para favorecer la polémica: más visitas al enlace, más enlaces en las redes, y qué me importa si me ponen verde mientras los community managers de la publicación están contentos por todas las visitas generadas y los cheques siguen llegando al bolsillo; siempre aparecerá, también, algún usuario que me de la razón con total sinceridad. Que todo es posible, Trump ha ganado las elecciones y no le ha hecho falta usar su fortuna de millonario para sobornar a nadie, le votaron de verdad.
Pero imaginemos, por un momento, que no es sólo estrategia comercial, sino que los argumentos del autor son reales. Intentemos no reírnos ni responder con humor irónico, intentemos no hacer bromas con palmaditas en la espalda como si fuera el borracho del bar.
Por supuesto (aunque haya ejemplos de actualidad más reciente) tengo en mente el artículo firmado por Javier Marías, Trabajo equitativo, talento azaroso, que desde el principio abre con la aclaración, grande, muy grande y antes que nada, de que es feminista, no vayas a pensar mal de la basura que voy a lanzarte. La idea resumida de la columna es el mismo argumento de drogadicto perjudicado que escuché en esas situaciones que puse antes de ejemplo, sin querer faltar a los drogadictos. A saber: si no hay más mujeres Premios Nobel, en sillones de la RAE, etcétera, por algo será, ¿no? Que lo mismo históricamente no hay ninguna buena en lo suyo. Para qué preocuparse las feministas, entonces, de escarbar en la historia, mejor hagan frente a algo tangible como tener un mismo trabajo pero cobrar menos que sus compañeros varones, no entiendo cómo algo tan evidente no se denuncia, con lo fácil que es.
Primero viene el absurdo reduccionismo de la meritocracia, idea que deberíamos deshechar de una vez por falsa. Es un concepto ideal y moral, como la Justicia, la Belleza o el Amor, así con mayúsculas. Vamos a cambiarla por Meritocracia. Es un ideal falso porque la jerarquía humana discurre contraria a las leyes darwinianas de la evolución, depende de la suerte, de las circunstancias y no siempre en exclusiva de las capacidades reales (aunque estemos arruinando el negocio de los coachings de pensamiento positivo). Los puestos de responsabilidad en la sociedad humana no son ocupados siempre por los más preparados ni capaces en la tarea que les toca. El azar es más potente que la evolución razonable, y ante el pánico por lo desconocido, inventamos el concepto salvador de meritrocracia. Miles de mentes torpes hacen más presión y ganan una guerra por número que una sola mente brillante, no por ser mejores. Se soprendería Marías de toda la gente, con tetas y ovarios, que superaron, superan y superarán las mediciones de inteligencia de Einstein, por poner un ejemplo icónico de mente brillante, o que la sobrepasen en capacidad creativa y de análisis, pero no han podido desarrollar nada de interés para la humanidad porque las circunstancias no se lo permitieron. Sustraer esas circunstancias envolventes durante siglos, lo que las feministas, perdón, ultrafeministas malas nombran tanto como patriarcado, es simplista hasta el límite del paroxismo y una ceguera selectiva hacia parte de la ecuación. Qué pronto nos olvidamos de Ortega y Gasset a pesar de haber trabajado con él, ¿eh? Realice tests de habilidades cognitivas para prevenir el Alzheimer por si acaso, sr. Marías.
Por supuesto, todas las olvidadas por la historia no eran fantásticas, igual que tampoco todos los olvidados, ni fueron extremadamente portentosos en su área. Pero sí es cierto que una mayor proporción de ellas han sido obligadas a desaparecer. La Historia no se escribe sola, la escriben.
En todo caso, vayamos al presente. Cómo es posible que en un mismo trabajo, contrato y horas, una empleada reciba menos dinero que un empleado sólo por ser mujer. Es que es clarísimo, cómo no se lucha contra esas cifras. Seguramente lo ve fácil porque considera que esas situaciones son como un escorpión, veneno en alto dispuesto para el ataque, al que se puede reaccionar a tiempo. Y no entiende que es un proceso lento y envolvente, disimulado, silencioso, como la pitón que debe enroscarse y girar y apretar. Habla porque nunca le ha pasado, da la impresión. Me gustaría saber cómo se combate un entramado retorcido que ataca por los flancos, o dónde está la casilla en Inspección de Trabajo para denunciar que me pagan menos porque la jefatura considera que mi trabajo vale menos por mi género. Le regalo un ejemplo de cómo funcionan estas cosas: un medio de comunicación, mismo contrato, mismas horas y sueldo para terminar un producto periodístico diario. Cada uno se encarga de una parte. Al principio bien, hasta que me veo en la obligación de trabajar dos y tres horas más para cumplimentar mi trabajo, por la ineptitud del compañero varón que no organiza bien su parte. Al ser interdependientes, no puedo dar un golpe en la mesa y marcharme a mi hora; entonces estaría despedida automáticamente por no terminar mi trabajo. Reunión con la directiva para arreglar el asunto y la solución es que asuma una parte más para que no haya sobreexceso de horas no pagadas. Todo correcto de nuevo, hasta que el compañero vuelve a desorganizarse a la perfección y otra vez dos y tres horas más trabajadas de gratis. La directiva que sí, que hablará del tema con el trabajador inepto. No cambian las cosas. Así que una reunión definitiva para solucionar el asunto, que es muy sencillo: o reorganización definitiva o se pagan las horas de más.
¿Se aventura a imaginar la respuesta? ¿Que era mi problema? ¿Que la empresa no podía pagar las horas por encima de contrato? Qué va. Un poco más retorcido. Tus horas no valen tanto como para pagarlas, si no te habrían llamado ya de un medio nacional para contratarte. Aparte de descubrir que nadie le había dado toque de atención ninguno al trabajador.
Ahora dígame en qué casilla de la denuncia puedo marcar: incumplimiento de contrato, no se abonan las horas trabajadas porque mi trabajo vale menos por tener tetas, dicho en ese comentario directo y otros posteriores, y a ver cómo lo demuestro porque no he grabado a la directiva soltando tales burradas. Pero es el motivo verdadero. Cómo no se me ocurre denunciar, con lo fácil que es, ¿verdad?
No, no existe esa casilla. Usted puede seguir en su torre de marfil, esparciendo los argumentos del borracho, que todo tiene soluciones fáciles y claras. Pero mientras le paguen la columna, habrá que rellenar con lo que sea, aunque sea reduccionismo infantil y superficialidad.
Recuerdo ahora eso que se ha llamado Ley de la solución simple:
Si tienes una solución simple y evidente para un problema que sufren miles de personas en todo el mundo, es que no entiendes el problema.
(Por cierto, hay un error científico bastante grueso en su columna anterior sobre medicamentos, pero qué más da, ya está escrito, qué voy a saber yo de que el emperador va desnudo y nadie tiene los ovarios de decírselo).
El antivirus dice que todo está bien, el analizador de problemas no encuentra ninguno y dice que todo está en su sitio y conectado. Pero el teclado sigue muerto.
A la tercera ocasión que vuelvo a analizar, sin esperanzas, aparece el problema oculto: los controladores se han actualizado a USB 3.0 pero el conector del teclado era 2.0 y daba error. El propio sistema se actualiza para funcionar de nuevo.
Y cuántos necesitan actualizaciones para reconocer que el entorno, inexorablemente, ha cambiado.
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