Durante la primavera del primer año en Periodismo imité la costumbre de mi novio, estudiante de tercero y prestamista de varios libros de simbolistas franceses (si tuviera que elegir una etiqueta, mi poesía se parece a esto, declaré al devolvérselos). Golden Virginia era la costumbre, un delicioso tabaco de liar, un placer inmenso tocar las hebras frescas y envolverlas en su papel y su filtro. Y muchísimo más barato, entonces, que el tabaco industrial de cajetillas.
Mi gusto chocó inmediatamente con los usos de la época, esa en la que aún podíamos fumar en las cafeterías. En las mañanas de universidad sólo recibía miradas de sorpresa, gestos reprobatorios o disparos de preguntas cuando liaba mis cigarrillos junto al café. Gestos de que me estaba fumando un porro delante de sus narices, qué desvergonzada, seguido de las explicaciones de rigor no, es tabaco de liar, sólo tabaco. En la cafetería de la universidad y en cualquier cafetería. Incluso en alguna terraza, preguntas impertinentes del dúo de policía local que hacía la ronda. Empecé a usar una pitillera metálica para acumular los cigarrillos ya liados de casa. Pero dio igual, seguían molestándome. Hasta que me harté y volví a los paquetes comerciales por la presión de grupo.
Entonces era algo exótico que sólo hacían los turistas ingleses, porque el tabaco allí ha estado siempre más caro. Hoy es habitual también aquí, se encuentra en cualquier estanco, cualquier marca. Nadie levanta ni un ceja inquisitorial en la calle, ni te interrumpe para saber si estás fumando esa droga. Ahora, en las temporadas de cambio, ya no necesito estar alerta por si alguien considera oportuno el intento de avergonzarme mientras lío tabaco.
El mismo sentido puedo aplicar a la Literatura. Durante años ha sido el eje de mi vida, un trabajo asumido como tal mientras el profesorado le restaba importancia o citaba un cuando seas mayor etéreo, vaya pasatiempo te has buscado o que primero van otras cosas. Hasta llegar al escarnio público, el de profesor que decide avergonzar ante toda la clase a la estudiante -siempre correcta y buena, hasta ese momento- rompiendo en pedazos -inmisericorde ante unas lágrimas desconsoladas- los folios del original en el que llevaba trabajando meses y que ese día estaba retocando, folios escondidos entre los ejercicios hechos. Qué importan los deberes terminados, es inadmisible que escribas tus cosas en vez de prestar atención a una lectura soporífera de apuntes.
A esa presión de grupo, más bien social, también sucumbí. Buscarse otras cosas que anteponer a la escritura, es mejor que busques cualquier otra cosa. Pero sin dejarla nunca, a pesar de todo. No es lo mismo, sin embargo, esconderte en tu casa para disfrutar con el tabaco de liar hasta que un día sales a la calle y ya es moda, y entonces se te olvidan todos los momentos incómodos, a la situación de esconderte en tu casa para seguir trabajando en cada libro de relatos, novela o poemario, sin dar muchas explicaciones fuera. La sensación es más grave, un constante lugar de excluído como entidad que aporta material a la cultura y la creación social, porque su voz está silenciada y no sale más allá de los folios que sólo lee uno porque no parecen interesarle a nadie. Estás desencajado de la vida y puesto como un parche en tu propia vida, por dedicarte a cualquier otra cosa.
Después de muchas vueltas que ahora no es momento de volver a contar, el año pasado se me ocurrió poner en práctica aquella máxima de que el fuego se combate con fuego. Igual que ya no hay rencor en tres apéndices extra -papel, filtros y bolsita de tabaco- también decreció el rencor con lo otro: era el momento de saldar mis cuentas pendientes con la Literatura para poder avanzar.
El libro de corte autobiográfico sigue en pie, tranquilos. A esos 15 lectores que han reservado (papel o digital) por el crowdfunding directo, tendrán el texto definitivo. 15 son igual de importantes que 1.500 o que millón y medio. No he estado trabajando en él de manera constante (así que no he invertido todos esos 8 meses continuos de 2016) sino que he tenido que enfrentarme a un proceso más doloroso de lo previsto, con unas terribles oscilaciones.
Pensaba, inocente, que podría mantener mi nueva posición reconciliada como creadora de una manera firme. El proyecto estaba claro desde el principio: la novela ficcional de terror, en la que un trasunto fantasmagórico de Emily Dickinson perseguía a los protagonistas, se había transformado en su puro esqueleto de relato autobiográfico estilo a los de Thomas Bernhard. Totalmente descartado el formato diarístico puro (unos diarios 1991-2016 me hubieran reventado el cerebro o supuesto 1000 páginas). Lo que empezó como una reconciliación agradable levantó, de nuevo, toda la polvareda rencorosa que creía olvidada. Cambios en el texto para virar hacia el tono quejumbroso de dar explicaciones, de justificarse. Para volver a cambiarlo otra vez al tono original. La idea no tenía la mínima gravedad; la fue adquiriendo a medida que interesaba a más gente. Un poco de pánico escénico, también.
En todo ese 2016 se han sucedido, además, otras coincidencias. Como el autor consagrado que saca también sus memorias y las califica, literalmente en entrevistas, del acto de saldar cuentas pendientes con la Literatura. Como que se mencione la corriente de literatura del yo, de autobiografías y diarios, supuesta moda de 2016. Como que estrenen una película sobre la vida de Emily Dickinson. Como acabar chocándome con un nuevo ilustrador preferido, por técnica y temas y para futuras portadas.
Dentro de este juego, aún mantengo otra acción rara que planeé, el envío del libro ya impreso (ayuda inestimable de la autopublicación bajo demanda de Amazon) a un listado de editoriales españolas, acompañado de mi currículo; no tanto como autora sino como maquetadora, diseñadora o correctora de textos, en un intento por salir de los trabajos miserables (menos de 600€/mes) de azafata o dependienta por horas para acercarme a los libros de manera frontal.
No os voy a dar la excusa de los exámenes finales de mi nueva carrera, ni el nuevo contrato de múltiples horas desquiciadas de promotora (cuando inicié el proyecto, estaba en paro). No es que me haya rascado el culo varios meses de verano, sin escribir nada. El proceso ha sido constante, lucha 24/7, en absoluta soledad. Los psicólogos licenciados o coachings en el apartado de artistas hechos polvo se estilan en USA, no aquí. Ningún sitio donde acudir fuera, he tenido que improvisar sobre la marcha los pasos de la terapia.
Lo cierto es que sigue siendo una idea descabellada, y por eso me gusta. Quiero que pienses en tu escritor o escritora favoritos, uno de larga carrera literaria y que también sacara algo tipo diarios, memorias o confesiones sobre su perspectiva del arte de escribir. Ahora imagina que ese autor o autora se ha dedicado toda su vida a ser fresador, o consiguió una plaza en las oposiciones de Correos, que no es tu autor, mientras escribía sus obras para dejarlas en un cajón porque no le daban dinero ni las enviaba a editorial alguna. Y de repente, saca sus diarios, memorias o confesiones contando sus experiencias como escritor. Sería raro, ¿verdad? Tipo ¿eh? ¿qué me estás contando? ¿quién eres tú?
Pues eso es este proyecto.
El árbol morado lleva 25 años floreciendo sin descanso. Este año tampoco será la excepción.
El libro de corte autobiográfico sigue en pie, tranquilos. A esos 15 lectores que han reservado (papel o digital) por el crowdfunding directo, tendrán el texto definitivo. 15 son igual de importantes que 1.500 o que millón y medio. No he estado trabajando en él de manera constante (así que no he invertido todos esos 8 meses continuos de 2016) sino que he tenido que enfrentarme a un proceso más doloroso de lo previsto, con unas terribles oscilaciones.
Pensaba, inocente, que podría mantener mi nueva posición reconciliada como creadora de una manera firme. El proyecto estaba claro desde el principio: la novela ficcional de terror, en la que un trasunto fantasmagórico de Emily Dickinson perseguía a los protagonistas, se había transformado en su puro esqueleto de relato autobiográfico estilo a los de Thomas Bernhard. Totalmente descartado el formato diarístico puro (unos diarios 1991-2016 me hubieran reventado el cerebro o supuesto 1000 páginas). Lo que empezó como una reconciliación agradable levantó, de nuevo, toda la polvareda rencorosa que creía olvidada. Cambios en el texto para virar hacia el tono quejumbroso de dar explicaciones, de justificarse. Para volver a cambiarlo otra vez al tono original. La idea no tenía la mínima gravedad; la fue adquiriendo a medida que interesaba a más gente. Un poco de pánico escénico, también.
En todo ese 2016 se han sucedido, además, otras coincidencias. Como el autor consagrado que saca también sus memorias y las califica, literalmente en entrevistas, del acto de saldar cuentas pendientes con la Literatura. Como que se mencione la corriente de literatura del yo, de autobiografías y diarios, supuesta moda de 2016. Como que estrenen una película sobre la vida de Emily Dickinson. Como acabar chocándome con un nuevo ilustrador preferido, por técnica y temas y para futuras portadas.
Dentro de este juego, aún mantengo otra acción rara que planeé, el envío del libro ya impreso (ayuda inestimable de la autopublicación bajo demanda de Amazon) a un listado de editoriales españolas, acompañado de mi currículo; no tanto como autora sino como maquetadora, diseñadora o correctora de textos, en un intento por salir de los trabajos miserables (menos de 600€/mes) de azafata o dependienta por horas para acercarme a los libros de manera frontal.
No os voy a dar la excusa de los exámenes finales de mi nueva carrera, ni el nuevo contrato de múltiples horas desquiciadas de promotora (cuando inicié el proyecto, estaba en paro). No es que me haya rascado el culo varios meses de verano, sin escribir nada. El proceso ha sido constante, lucha 24/7, en absoluta soledad. Los psicólogos licenciados o coachings en el apartado de artistas hechos polvo se estilan en USA, no aquí. Ningún sitio donde acudir fuera, he tenido que improvisar sobre la marcha los pasos de la terapia.
Lo cierto es que sigue siendo una idea descabellada, y por eso me gusta. Quiero que pienses en tu escritor o escritora favoritos, uno de larga carrera literaria y que también sacara algo tipo diarios, memorias o confesiones sobre su perspectiva del arte de escribir. Ahora imagina que ese autor o autora se ha dedicado toda su vida a ser fresador, o consiguió una plaza en las oposiciones de Correos, que no es tu autor, mientras escribía sus obras para dejarlas en un cajón porque no le daban dinero ni las enviaba a editorial alguna. Y de repente, saca sus diarios, memorias o confesiones contando sus experiencias como escritor. Sería raro, ¿verdad? Tipo ¿eh? ¿qué me estás contando? ¿quién eres tú?
Pues eso es este proyecto.
El árbol morado lleva 25 años floreciendo sin descanso. Este año tampoco será la excepción.
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