Infinite

El Principio

Exhaustos llegamos al post número 30, al intento de post número 30 para que sea redondo el fin de año. Son las 20 horas. Por fin en casa después de un horroroso día de esclavitud entre pasillos de la tienda. Fuera 3º C. Las estufas y el ordenador en marcha. El horno también está prendido. Quiero completar unos últimos párrafos para exorcizar este cansancio, para olvidarme de la amargura del día.

La prisa que me entra en las últimas horas del año es difícil traducirla a palabras incluso para mí,  porque es una mezcla de cosas que no deberían mezclarse. El dolor de cabeza y ojos por un entorno de constante agresividad (luces azules fluorescentes, tan dañinas para los ojos miopes, ruido, posibles compradores de altavoces gigantes o mesas de DJ que ponen horteradas a máxima potencia) se atenúa porque la pantalla que miro ahora es mi ordenador. Este es el sitio de donde soy, pero no estoy aquí. Este es el sitio al que pertenezco, pero no lo poseo. No estar es como una puñalada repetida cien veces en cada uno de los espacios intercostales, hasta el fondo. 

En las cifras del mes (ahora que aprietan los objetivos) figuran que he vendido un total de 6.700€ de aparatos. Todo ello "figura" en documentos que he elaborado porque sólo quedaba el artículo de exposición o por reservas. Si sumamos todo lo demás (directamente en mano del cliente) más de 8.000€ en un mes. De eso, recibiré 529€. En el cansancio de estas horas previas a Nochevieja me duele la ceguera inconsciente: el empeño en el dolor, en la carrera, la sonrisa y la eficiencia, en hacer caso y trabajar enferma y con fiebre, no aumenta mucho más de 500 o 600. Poco importa el adjetivo -ista que se le ponga al sistema, estoy cansada del constante lugar equivocado.

Exhausta llego a la silla, con dolores físicos y del alma, que se evaporan en cuanto reviso primero unos sitios donde oferto correcciones y traducciones de texto en un plazo de 15 días. Eso sí sería mi sitio. Por el mismo precio, incluso. Pero primero, el dedo de la suerte tiene que señalarme. También la promesa férrea e inamovible, ya que tenemos tanto propósito de año a estrenar, para un artículo diario. Siete años ya de blog. Lo echo de menos, este año improductivo olvidé el intento de algo diario.

Tengo que añadir cosas al horno, picar otras, cortar y preparar otras más, canapés, vasos y copas, las uvas, y qué ropa había elegido que no la encuentro, quitarse el color sanguinolento de las uñas y otro nuevo, por ejemplo dorado, a juego con las velas, dónde estaban las velas, reduzco el fuego de la segunda olla, y el editor sigue abierto, voy a llegar tarde a la medianoche y ya es el colmo. Por el camino entre armario, cocina y salón anoto cuatro ideas, dos para los primeros días de 2017 y el blog, dos para guiones del canal de Youtube. Qué bien, se me tienen que ocurrir ahora, en el momento más imposible para grabarlos. 

La cena, las uvas y tu brindis, la noche juntos. Y cuando la fiesta acaba, son casi las 7 de la mañana. 1 de enero de 2017. Me siento y escribo, ahora sin prisa. Duermo por fin a las 8.30, misma hora a la que me levanté el año anterior. Tras la resaca de 24 horas sin dormir, el 1 de enero por la tarde sigo preparando cosas y estudiando para los exámenes.

Este es el principio de la vida de verdad.
En la anterior jugaba a ser cualquier otra cosa.

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