Infinite

Cuando todos son iguales menos tú, tú eres el raro, el peligro al que hay que eliminar

Si hubiera leído con más atención a Zygmunt Bauman antes de que se muriera, no habría caído en la trampa de estos espejismos que me han costado caro. Como un entorno de indiscriminados follows por las redes sociales, que amortiguan la Soledad de tantas décadas viviendo entre congéneres de altas posibilidades económicas, pero sin interés por desarrollar ni su cerebro ni las artes, mucho menos la Escritura. 

No hubiera caído en la mentira de considerarme parte de algo. Porque no nos importamos. Hoy concluye mi contrato temporal de tres meses, aunque es cierto que las quejas empezaban a florecer por este sitio. El resultado es el mismo, otra vez. Previsible. Totalmente previsible. Aunque falte personal, aunque las cifras de ventas suban mes a mes, el espectro de la renovación si lo haces bien mantiene su posición. Un espectro de humo, inexistente.

Igual que otras veces, no he podido evitar caer en los males del universo: intentar darlo todo en algo que realmente no importa. Por aquí ya empezaba a quejarme. La espalda seguía doliendo al día siguiente, no curaba ya, tanto arrastrar carros repletos de cajas gigantes (robots de cocina y deshumificadores de varios kilos, las más grandes) para construir pilas amontonadas en los pasillos, con su precio encima. Y tener un poco de envidia por las dependientas de ropa: sus clientes no se llevan artículos por cajas que deban arrastrar desde el almacén.

Hoy marcaba la fecha de fin y no hay renovación; tampoco es mi prioridad, porque mañana empiezo los exámenes cuatrimestrales y febrero ya está aquí. Oh, febrero. Ese mes de nacimiento en el que sopla un viento raro, quizá una seudodepresión estacional, por contemplar otro año que llega sin haber llegado a ninguna parte. Y en el resto del mundo, por fuera de las redes acogedoras, medra la ingerencia intelectual hasta los asientos primeros de todos los países, imparable, deshaciendo el espejismo de la normalidad.

Pero. Pero donde habría una desesperación apocalíptica, encuentro determinación. Cristina Fallarás reflexiona en su diario de una directora:
Cuando todos son iguales menos tú, tú eres el raro, el peligro, aquel a quien hay que eliminar.

[...] No importa lo que tú consideres, no importa que creas tener razón, ser portadora de “el bien” o “la verdad”. Si todo el resto piensa lo contrario, tú eres la anomalía. Ellos son “lo normal”, lo que existe. Y tú, un peligro contra el que hay que luchar.

Tú, además, das miedo.
La determinación surge porque da igual lo mucho que berree o que parezca conocer a nadie por las redes: no nos importamos. Da igual que grite que busco trabajo de actividades relacionadas con la comunicación, que además me desenvuelvo en unas muchas; un carajo, es lo que importa. Todo es un espejismo. Pero el mayor espejismo de todos, que también ha caído, es hacer lo que sea.

Hasta ahora nadie (creo) me ha apuntado con un dedo acusador para llamarme "clasista", por tanto trabajo emponzoñado de baja calidad y mis respectivos lloros. Si me he quejado tanto es porque el esfuerzo gastado en ellos, la preocupación, la responsabilidad, la pérdida de salud y sudores para demostrar que no se me caen los anillos o que era posible ser la cabeza proveedora de la familia (cuando la pareja estaba en paro) no ha tenido correlación alguna en lo obtenido. Más esfuerzo, menos dinero, no renovación, más inseguridad. La queja surge por desangrarse en una estabilidad equivocada, sólo tener capacidad de dar gracias por la oportunidad de hacer algo. Con los años, desarrollas un servilismo ciego que te aparta de tu camino.

He salido de mi cueva para buscar provisiones: tabaco y leche, para los cafés ante una larga noche de estudio y escritura que por fin puedo regalarme con tranquilidad. Por el camino, también una libreta nueva, se estaba gastando la otra.

Una libreta para los diarios de febrero.
Con la boca abierta, pongo un título en la primera hoja. El febrero 38º posiblemente acabe publicado. Aceptar la Soledad del otro lado, la rareza, en vez de huir por miedo al sufrimiento.

Cuánta razón tenían los antiguos en que el miedo es el origen de todo mal.

La gente sin miedo se vuelve peligrosa para los que permanecen en sus jaulas.

No hay comentarios