Me he puesto los colores de la portada en el pelo. Los he injertado en la piel.
He derramado sangre, pus y muchas lágrimas cuando no salía. He roto bolígrafos, dos discos duros, un teclado. Gasté pilas y dinero en otro teclado, folios, otro ordenador. Ampollas en los dedos al quemar páginas físicas de prueba y la reducción a cenizas de un primer borrador. Y un segundo. Y de un tercero.
Noches de insomnio.
Ataques de ansiedad cuando un jefe inepto grita es que no tienes creatividad durante la jornada en que te duelen hasta las pestañas porque ese insomnio del subtítulo, la creatividad maldita -exceso-, no te ha permitido dormir.
Todo esto son menudencias típicas en la construcción del texto que saldrá el 2 de febrero, que quizá leas seguido en dos o tres horas aunque haya costado diez veces más tiempo en parirse. Suele ocurrir y no existe pena en ello. Estoy acostumbrada porque acabar un libro tras otro es lo más normal del mundo y suman 26 años con la misma mierda. También tenía asumido que este nuevo paseo no iba a ser agradable ni paseo, cuando revisas temas de los que no te acordabas o escribes antes pesando y midiendo un riesgo potencial, hasta dónde puedes contar cosas que no se deberían contar porque siempre te han dicho que permanezcas callada, que quizá recibas el castigo de imposibles contrataciones futuras del sistema, o el choque cuando se te olvida que el objetivo vital, principal y último es juntar líneas y no amontonar cajas de secadores en un almacén hasta convertirte en un gusano que se arrastra por las astillas de palés con aires traídos de China.
Lo novedoso de esta narración es que no he sido consciente de la investigación en tiempo real. "Investigar" para el libro me ha llevado a las puertas de una terrorífica sorpresa: la justificicación real, por fin, sin suposiciones ni teorías exhaladas desde mazmorras esotéricas, de los últimos 26 años de escriba salvaje. Ya no tiene recuperación el sufrimiento, sólo mirar hacia adelante como acto de perdón.
Y si ocupo un libro en un relato biográfico es porque aún puedo, aún tengo una casa y electricidad para encender el ordenador propio aunque sea con dinero prestado. Narro esta historia para despegar la soledad de mis hombros, para perdonar a la Escritura que casi me mata bajo su sometimiento pero también me ha hecho vivir. Perdonar ese sufrimiento y empezar a mostrar mi voz. No tenerla, ni justificarla, porque hace 26 años que está ahí.
Los que habéis llegado a esta página desde el mundo editorial me conocéis como entidad de las redes, una completa desconocida que en 2013 autoeditó en Amazon, a lo loco, y que sin embargo mereció comentarios de Juan Malherido (aka Alberto Olmos) o el archienemigo Carlos Tongoy. Quién es, alguien que se empeña en usar seudónimo en la supuesta era del yoísmo más auténtico y sincero. Y el efecto en cadena dentro de un ecosistema carnívoro donde aparecen lectores fanáticos, suposiciones de ser alguien por los autores que de repente son followers de esta tipa, sí, será alguien, -otro seudónimo de A. Olmos, llegan a decirme-, o las peticiones para leer y reseñar libros de otros que consideran importante una reseña mía cuando a ellos les respalda una editorial, vamos a ver, señor, ¿no ve que he autoeditado y no soy nadie? ¿Cree que tengo algún peso sólo porque mis contemporáneos generacionales -de los que no sabía nada hasta 2013 casi- me siguen por las redes? ¿De verdad? Situaciones surrealistas que han hecho crujir mi retorcido juego; es tan difícil entender que soy la de verdad con el seudónimo y no en la vida real, que llevo dos décadas enterrada en las sombras haciendo lo mismo, hasta que el juego estalló entre mis manos y empezó a asfixiarme para tomar una decisión.
Mi vida real de los últimos cinco años ha sido esconderme en el blog y las redes para no olvidar que antes, en otra vida supuestamente normal, por hacer esto mismo para empresas (escribir online, la pestaña de las redes sociales siempre abierta, gestionar la comunicación y editar vídeos para otros) estaba contratada, mi día a día delicioso que ejecutaba con mayor desempeño que ahora como community manager de mí misma.
Otros tantos me habéis conocido en 2017, también alguien que aparece de la nada por generación espontánea y se ha hecho habitual en los eventos y actividades de la ciudad. ¿Quién es? ¿De dónde sale? Ha sido impactante tener que explicar más de una decena de veces por qué me llamo Sara M. Bernard en todas las redes, sobre todo este año que ni he leído, ni he escrito en el blog como siempre. Ha sido una de las pruebas más duras recuperar desde cero la vida social, que no tenía a esos niveles desde hace unos 9 o 10 años. Porque antes era de casa al trabajo y del trabajo a casa, casa como mi hogar y proyecto de familia propia con mi compañero de vida, proyecto que fue imposible porque la crisis económica es maravillosa y ya hace tiempo que, puras matemáticas, no alcanzaré jubilación aunque me contrataran mañana. Si permiten trabajar hasta los 75 años, quizá sí.
Ha sido una de las pruebas más duras porque desde 2015 tuve que reorganizarlo todo, intentar romper la inercia de tantos años y colocar la Escritura fuera de las sombras. He hecho y hago muchas cosas, pero mi único motor es que las palabras pasen a través de mí, al tiempo que lo he negado con la misma intensidad. El coste de esa guerra eterna casi me mata. Y cuando el final de la guerra ya parecía cercano, he vuelto a engancharme a la inercia. Un trabajillo estable, escaso en dinero pero abundante en horas libres para apuntar al objetivo importante. Alguien como nuevo compañero de vida. Resultó que no, y he desperdiciado toda la energía mental en lo que mejor se me da, colocar montañas encima de la escritura por miedo, esconderla bajo un trenzado rococó que hile pensamientos con las reacciones de otra persona que nunca me vio como compañera de vida y sólo estaba entreteniéndose y haciéndome perder el tiempo.
Esa bomba nuclear que finiquitaba la guerra me alcanzó en primavera de 2017, momento en el que salgo en estampida de las sombras. Por la ira y la furia de haber desperdiciado el tiempo, de haber caído en la trampa de desterrar la escritura para ceder espacio a alguien que al final me da una patada. Ha sido una dura prueba porque desde mi introversión radical nunca pido ayuda, ni cuento mis problemas en voz alta porque todo está bien, y aún en décadas precedentes de intensa vida social nadie me conoce más allá de lo superficial, lo verdadero es un espacio reservado a mi pareja o a la escritura. Y sin embargo, con unas pocas amistades sí ha existido esa conexión especial como para ser. Un evento extraordinario y novedoso, por lo que no es raro que sienta la tierra donde vivo más propia y agradable que la que dejé atrás, donde nadie me conocía realmente. (Gracias) La belleza de autores y sus letras que no realizan tu pesaje de valía según a cuántos escritores de Barcelona o Madrid conozcas. Simplemente son letras en la calle.
Con este libro no busco justificarme: estoy. No quiero justificarme: soy. Siempre lo he sido. Pero me negaba a ello. No cometas el mismo error. Por mucho que uno se esfuerce en hacer lo contrario, acaba siendo lo que siempre ha sido, el núcleo interno se levanta. Aunque sea en el último minuto antes de expirar, siempre aparece. No quiero esperar a ese último minuto; soy Escritura, nunca he sido otra cosa.
Lo novedoso de esta narración es que no he sido consciente de la investigación en tiempo real. "Investigar" para el libro me ha llevado a las puertas de una terrorífica sorpresa: la justificicación real, por fin, sin suposiciones ni teorías exhaladas desde mazmorras esotéricas, de los últimos 26 años de escriba salvaje. Ya no tiene recuperación el sufrimiento, sólo mirar hacia adelante como acto de perdón.
Y si ocupo un libro en un relato biográfico es porque aún puedo, aún tengo una casa y electricidad para encender el ordenador propio aunque sea con dinero prestado. Narro esta historia para despegar la soledad de mis hombros, para perdonar a la Escritura que casi me mata bajo su sometimiento pero también me ha hecho vivir. Perdonar ese sufrimiento y empezar a mostrar mi voz. No tenerla, ni justificarla, porque hace 26 años que está ahí.
Los que habéis llegado a esta página desde el mundo editorial me conocéis como entidad de las redes, una completa desconocida que en 2013 autoeditó en Amazon, a lo loco, y que sin embargo mereció comentarios de Juan Malherido (aka Alberto Olmos) o el archienemigo Carlos Tongoy. Quién es, alguien que se empeña en usar seudónimo en la supuesta era del yoísmo más auténtico y sincero. Y el efecto en cadena dentro de un ecosistema carnívoro donde aparecen lectores fanáticos, suposiciones de ser alguien por los autores que de repente son followers de esta tipa, sí, será alguien, -otro seudónimo de A. Olmos, llegan a decirme-, o las peticiones para leer y reseñar libros de otros que consideran importante una reseña mía cuando a ellos les respalda una editorial, vamos a ver, señor, ¿no ve que he autoeditado y no soy nadie? ¿Cree que tengo algún peso sólo porque mis contemporáneos generacionales -de los que no sabía nada hasta 2013 casi- me siguen por las redes? ¿De verdad? Situaciones surrealistas que han hecho crujir mi retorcido juego; es tan difícil entender que soy la de verdad con el seudónimo y no en la vida real, que llevo dos décadas enterrada en las sombras haciendo lo mismo, hasta que el juego estalló entre mis manos y empezó a asfixiarme para tomar una decisión.
Mi vida real de los últimos cinco años ha sido esconderme en el blog y las redes para no olvidar que antes, en otra vida supuestamente normal, por hacer esto mismo para empresas (escribir online, la pestaña de las redes sociales siempre abierta, gestionar la comunicación y editar vídeos para otros) estaba contratada, mi día a día delicioso que ejecutaba con mayor desempeño que ahora como community manager de mí misma.
Otros tantos me habéis conocido en 2017, también alguien que aparece de la nada por generación espontánea y se ha hecho habitual en los eventos y actividades de la ciudad. ¿Quién es? ¿De dónde sale? Ha sido impactante tener que explicar más de una decena de veces por qué me llamo Sara M. Bernard en todas las redes, sobre todo este año que ni he leído, ni he escrito en el blog como siempre. Ha sido una de las pruebas más duras recuperar desde cero la vida social, que no tenía a esos niveles desde hace unos 9 o 10 años. Porque antes era de casa al trabajo y del trabajo a casa, casa como mi hogar y proyecto de familia propia con mi compañero de vida, proyecto que fue imposible porque la crisis económica es maravillosa y ya hace tiempo que, puras matemáticas, no alcanzaré jubilación aunque me contrataran mañana. Si permiten trabajar hasta los 75 años, quizá sí.
Ha sido una de las pruebas más duras porque desde 2015 tuve que reorganizarlo todo, intentar romper la inercia de tantos años y colocar la Escritura fuera de las sombras. He hecho y hago muchas cosas, pero mi único motor es que las palabras pasen a través de mí, al tiempo que lo he negado con la misma intensidad. El coste de esa guerra eterna casi me mata. Y cuando el final de la guerra ya parecía cercano, he vuelto a engancharme a la inercia. Un trabajillo estable, escaso en dinero pero abundante en horas libres para apuntar al objetivo importante. Alguien como nuevo compañero de vida. Resultó que no, y he desperdiciado toda la energía mental en lo que mejor se me da, colocar montañas encima de la escritura por miedo, esconderla bajo un trenzado rococó que hile pensamientos con las reacciones de otra persona que nunca me vio como compañera de vida y sólo estaba entreteniéndose y haciéndome perder el tiempo.
Esa bomba nuclear que finiquitaba la guerra me alcanzó en primavera de 2017, momento en el que salgo en estampida de las sombras. Por la ira y la furia de haber desperdiciado el tiempo, de haber caído en la trampa de desterrar la escritura para ceder espacio a alguien que al final me da una patada. Ha sido una dura prueba porque desde mi introversión radical nunca pido ayuda, ni cuento mis problemas en voz alta porque todo está bien, y aún en décadas precedentes de intensa vida social nadie me conoce más allá de lo superficial, lo verdadero es un espacio reservado a mi pareja o a la escritura. Y sin embargo, con unas pocas amistades sí ha existido esa conexión especial como para ser. Un evento extraordinario y novedoso, por lo que no es raro que sienta la tierra donde vivo más propia y agradable que la que dejé atrás, donde nadie me conocía realmente. (Gracias) La belleza de autores y sus letras que no realizan tu pesaje de valía según a cuántos escritores de Barcelona o Madrid conozcas. Simplemente son letras en la calle.
Con este libro no busco justificarme: estoy. No quiero justificarme: soy. Siempre lo he sido. Pero me negaba a ello. No cometas el mismo error. Por mucho que uno se esfuerce en hacer lo contrario, acaba siendo lo que siempre ha sido, el núcleo interno se levanta. Aunque sea en el último minuto antes de expirar, siempre aparece. No quiero esperar a ese último minuto; soy Escritura, nunca he sido otra cosa.
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