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Un relato de domingo

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Los reporteros han recogido sus cacharros y ya se han largado. Vuelvo al cuarto para observar la estantería. Es un auténtico asombro, cómo he podido escribir tanto, les decía a cámara. La frase me araña de sorpresa al pronunciarla, la frase tiembla en mis ojos ahora que estoy completamente a solas.
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Das Grab (parte III alternativa)

*Das Grab , versión alternativa de La doble barrera III (J. H. IV)
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El bicho rojo

No querrías estar en su pellejo. No, no querrías, de verdad que no.
No te gustaría cambiar de sitio.
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La niña y la ciudad

by Evan Kafka
Pasar la noche en una tras otra hora, sin que de tiempo apenas al gorgoteo del café: no hay tiempo. Ni cansancio. La calculadora encaja la estantería brillante y el recibidor con el gran espejo. La alfombra luminosa arrastra el mismo polvo que he visto en el parque.
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La doble barrera III (J.H. IV)

Un punzante sonido se abre paso entre las sienes a la hora de siempre, pero ya no hay nada parecido a lo de ayer. Le sigue un estruendo deliberado, un aviso terrible, cuidado, es la alarma antiaérea. Bombardead todo, por favor. No quiero despertar. Ahora no, hoy no.
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La doble barrera II (John Hawkes III)

Anotaciones para quien lo lea ahora, por ejemplo Juan (Cruz López):
El experimento sigue, con más retraso de lo habitual. Esta pausa es, sin embargo, puro fraude. Puede que este trozo no continúe nada; todavía no he sido capaz de leer la parte uno. Sé que hay olor a lejía, por una lectura oblicua de la primera frase. También he leído la última, porque coronaba el principio de una hoja en blanco en el documento original. Del resto, no tengo ni puñetera idea. Incluso he cambiado Gerttra, por Gerta o Gertta, usando CTRL+F para no tener que revisar nada. Así se ha escrito la parte 2, a ciegas. Cagada. (Pero me divierto bastante)
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La doble barrera (John Hawkes II)

Anodino, difuminado y simple. Ha costado verdaderos esfuerzos encontrar más información sobre John Hawkes (el novelista) porque todo lo ocupa John Hawkes (el actor). Del Hawkes de carne y hueso. Profesor universitario durante décadas y asmático. Y poco más. Por fin un loco normal, POR FIN. Ni cuernos, ni puteríos, ni sífilis, ni alcoholismo, alucinógenos o suicidio. Quizás era muy discreto para esas cosas o que no hubo nada de eso. Creo que la solución es muy sencilla,  todos los niños con problemas crónicos de pulmón acabamos con una imaginación suprahumana; al fin y al cabo, ¿no era que los yonkis también utilizaban los jarabes para la tos? Así empiezan las pesadillas. Es una teoría personal.

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Cumbres del Nanga Parbat, la noche de azul


- ¿Hueles eso?
- ¿A porro?
- No, idiota, esa colonia.
- No huelo a nada en realidad.
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Blèmov


Definitivamente, no.
Subrepticiamente.
¿Qué?
¿Qué es subrepticio? 
No sé, pero me llega ahora esa palabra. Suena bien. Como la onomatopeya de un reloj, que sin embargo me avergüenzo de traducir.
Tric, clic, clic, quizás. Encendido y apagado de la pantalla. En el móvil, mira la hora en el móvil. Ya no quedan relojes de arcaico tic tac.
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Realidad disminuida (2)

La luz cae desde la parte derecha, dando un falso tono dorado a la tierra de la entrada. En realidad es marrón desteñido, seco por el paso del calor aplastante de agosto. No hay apenas hierbajos. Sin embargo, pronto se divisa la cancela de la puerta. El soportal está techado con uralita, abierto. En la pared encalada florecen las yedras, los geranios y otro montón de macetas que no sé identificar. Algún día preguntaré qué son.
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A las siete, en Cantabell

Irene iba a decir en esa jornada quién haría el papel de Luna. Por algún extraño motivo la elección  se estaba retrasando un par de días. Media hora antes de empezar, escondidos en el Cantabell  frente a una Coca-Cola light, dos cervezas, dos cafés y un agua, se multiplicaba la inquietud al mismo ritmo que nuestros inventos. La extravagancia en los montajes precedía a nuestra directora, así que podía pasar cualquier cosa.
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Realidad disminuida

Vieja enhebrando una aguja (Vincent Siendzinski)
No puede ser tan difícil, dice, mientras enhebra el hilo dorado en la aguja. Lo inserta con precisión milimétrica, y con un giro lo introduce en el tejido rojo terciopelo sangre. Entonces levanta la mirada y sigue tejiendo puntadas regulares, como si no le hiciera falta mirar lo que está haciendo de tan acostumbrada a dar hilo, una y otra vez, minuto a minuto, horas, días seguidos. Sin otra cosa que hacer. Una amplia sonrisa de dientes amarillos me mira. Es fácil, ¿no ves? responde haciéndose eco de unos pensamientos que no he pronunciado.
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