Estaba allí aquel poeta de nombre extraño, uno de esos nombres complicados que se escribe de una manera y se pronuncia de otra, el de la tilde invisible que es necesario haber oído antes.
Estaba allí aquel poeta, con un cigarrillo nuevo entre los labios. Incendió el filtro naranja y respiró la parte blanca.
— Qué. Fumo como quiero. No soy yo a quien buscas. Aquel.
— Qué. Fumo como quiero. No soy yo a quien buscas. Aquel.