Es repugnante que las personas se hayan convertido en objetos de mercado, en una cosa que se denomina "marca personal". Viene a ser el "darte a conocer" de toda la vida, pero mucho más complicado e imposible. Lo suficiente como para ofertar tomaduras de pelo con el título de máster, posgrado o especialización en redes sociales.
Usa el ordenador durante horas seguidas y déjate de estafas. Con lo fácil que es aprender a que el cacharro haga exactamente lo que tú quieres...
La etiqueta 2.0 apesta. Ya que se utiliza un símil informático, el significado es que antes hubo una versión 1.0 que se ha actualizado. Que antes había páginitas hechas a mano, con su código css escrito entero. Ahora están los blogs, diseños webs para tontos (porque no hay que diseñar nada, las plantillas vienen hechas).
Antes había que escribir, sentarse y esperar. La marea de visitantes podía tardar días. Semanas. Ahora llega instantáneo, como los sobres de café: cuando publique esta entrada, podré ver en tiempo real quién la lee. La parte negativa es que mañana estará caducado. Pero aún así, me gusta más la actualización 2.0, es tal como la soñaba.
Los críticos literarios que escriban el tag (ya no esetiqueta) de generación 2.0 deberían sufrir la amputación de una falange cada vez que lo hagan. Sucumben a la misma dinámica globalizada que me dice: eh, ya eres una mujer madura, has pasado los 30. Y no. La madurez no la noto, en ninguna parte. De hecho, continúa el mismo dilema: todo el día escribiendo y pensando en escribir mientras imagino cómo ganarme la vida, igual que con 20 años. Entonces la excusa es que no tenía experiencia suficiente ni estudios finalizados. Ahora, la excusa es que tengo demasiada experiencia y paso de los 30. ¡¡Aclaráos, coño!! ¿Cuándo empieza la vida adulta, si no me dejáis?
Pero al margen, la repugnancia es a todos los niveles. Empezamos a leer todos en diagonal, no importa que sea una chorrada la frase o cita, si cierra comillas y pone Enrique Vila-Matas (por ejemplo). Entonces nos volvemos ciegos a la soplapollez y se convierte en genialidad. Cuánto daño nos está haciendo leer por encima tantos enlaces juntos...
Y dicho esto, se me olvidaba que en el concurso de Libros y Literatura 2012 he ganado (por sorteo azaroso, no por calidad) este lote de Errata Naturae. El tal Kenneth Bernard no es familia, pero lo leeré con interés y/o curiosidad, a ver qué se cuenta.
Y dicho esto también, debo confesar que he vuelto a las andadas veinteañeras enviando una muestra de poemas a una editorial que buscaba "nuevos autores", esta vez sin la puta condena de "menor de". No aprendo. ¿Poemas? Ay. Qué catástrofe. Doy por supuesto que me quedaré fuera, como siempre.
Socorro, vuelvo a mi casa del árbol morado.
Usa el ordenador durante horas seguidas y déjate de estafas. Con lo fácil que es aprender a que el cacharro haga exactamente lo que tú quieres...
La etiqueta 2.0 apesta. Ya que se utiliza un símil informático, el significado es que antes hubo una versión 1.0 que se ha actualizado. Que antes había páginitas hechas a mano, con su código css escrito entero. Ahora están los blogs, diseños webs para tontos (porque no hay que diseñar nada, las plantillas vienen hechas).
Antes había que escribir, sentarse y esperar. La marea de visitantes podía tardar días. Semanas. Ahora llega instantáneo, como los sobres de café: cuando publique esta entrada, podré ver en tiempo real quién la lee. La parte negativa es que mañana estará caducado. Pero aún así, me gusta más la actualización 2.0, es tal como la soñaba.
Los críticos literarios que escriban el tag (ya no es
Pero al margen, la repugnancia es a todos los niveles. Empezamos a leer todos en diagonal, no importa que sea una chorrada la frase o cita, si cierra comillas y pone Enrique Vila-Matas (por ejemplo). Entonces nos volvemos ciegos a la soplapollez y se convierte en genialidad. Cuánto daño nos está haciendo leer por encima tantos enlaces juntos...
Y dicho esto, se me olvidaba que en el concurso de Libros y Literatura 2012 he ganado (por sorteo azaroso, no por calidad) este lote de Errata Naturae. El tal Kenneth Bernard no es familia, pero lo leeré con interés y/o curiosidad, a ver qué se cuenta.
Y dicho esto también, debo confesar que he vuelto a las andadas veinteañeras enviando una muestra de poemas a una editorial que buscaba "nuevos autores", esta vez sin la puta condena de "menor de". No aprendo. ¿Poemas? Ay. Qué catástrofe. Doy por supuesto que me quedaré fuera, como siempre.
Socorro, vuelvo a mi casa del árbol morado.
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