El volumen sube unas cuantas décimas, sin que nadie lo toque, y la música aguda se filtra en el sueño como una taladradora. Una voz familiar habla de Madiba y habla de funerales de Estado, una voz conocida pero más acelerada de lo normal, más grave, como enfadada.
Comienza el informativo de la mañana a las 8 en punto y la televisión sigue encendida. Dónde están las gafas, pienso, por qué se me ha olvidado apagarla, pienso, permanece la sensación de extrañeza y en la pantalla sólo da tiempo a vislumbrar unas gradas de color naranja y un representante oficial de algún sitio -¿dónde?- con rasgos orientales, traje oscuro de luto, que saluda a los fotógrafos entre la lluvia.
Vuelve el rostro familiar, la antigua compañera sigue hablando más rápido y mucho más grave de cómo es. Tendrá un mal día, aunque no se note. Los años no la han cambiado demasiado, pero con el sueño aun en el cerebro, con el ritmo endiablado de vídeos y frases y voces, sólo puedo razonar que su aspecto varía en la nariz, mucho más afilada.
Todo es tan rápido y banal, masticado, para rellenar minutaje, que imaginar cómo o dónde está el cambio de los años en una persona es más interesante que los pedazos de información espuria.
Es
el truco que nos enseñaron en las clases de maquillaje, las sombras en
los laterales del tabique nasal, para hacerla más recta y fina.
Y es la sensación de extrañeza ante un aparato que llevaba nueves meses, once, un año sin ver. Una pereza absoluta por pedir un modelo nuevo que va incluido en el alquiler, porque no ha hecho falta, quizá porque no se ha echado de menos. Y porque utiliza un lenguaje paupérrimo que puede soportarse un rato, aunque nos hayamos acostumbrado.
Anoche lo pasé mal con el "efecto Youtube". El programa era en directo, pero no una, ni dos, sino hasta tres veces apareció el impulso de buscar el botón de rewind para mirar de nuevo una escena. Un nivel de atención bastante escaso, concluyo, sorprendente no pillar las cosas a la primera, atroz.
Y los informativos. Qué tristeza. Pedazos de un minuto apenas, encajado uno detrás de otro. Hay quien está satisfecho con eso, porque nunca ha probado otra cosa. Pero el tiempo está cronometrado, es preciso llenarlo con un resumen de toda la información internacional, nacional y de fútbol (antes conocida como deportes). A veces, no hay tiempo suficiente para encajarlo todo. Y otras, falta espacio y hay que estirar con el frío que hace en invierno y el calor que hace en verano.
El tiempo no ha cambiado el sistema, los informativos son lo mismo y las marcas de champú siguen con nuevos productos recién inventados para que tu melena luzca estupenda y brillante. Como si nada pasara o pasase.
Y es la sensación de extrañeza ante un aparato que llevaba nueves meses, once, un año sin ver. Una pereza absoluta por pedir un modelo nuevo que va incluido en el alquiler, porque no ha hecho falta, quizá porque no se ha echado de menos. Y porque utiliza un lenguaje paupérrimo que puede soportarse un rato, aunque nos hayamos acostumbrado.
Anoche lo pasé mal con el "efecto Youtube". El programa era en directo, pero no una, ni dos, sino hasta tres veces apareció el impulso de buscar el botón de rewind para mirar de nuevo una escena. Un nivel de atención bastante escaso, concluyo, sorprendente no pillar las cosas a la primera, atroz.
Y los informativos. Qué tristeza. Pedazos de un minuto apenas, encajado uno detrás de otro. Hay quien está satisfecho con eso, porque nunca ha probado otra cosa. Pero el tiempo está cronometrado, es preciso llenarlo con un resumen de toda la información internacional, nacional y de fútbol (antes conocida como deportes). A veces, no hay tiempo suficiente para encajarlo todo. Y otras, falta espacio y hay que estirar con el frío que hace en invierno y el calor que hace en verano.
El tiempo no ha cambiado el sistema, los informativos son lo mismo y las marcas de champú siguen con nuevos productos recién inventados para que tu melena luzca estupenda y brillante. Como si nada pasara o pasase.
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