Mi primer San Fermín no lo recuerdo demasiado bien, para qué nos vamos a engañar: contaba con cuatro meses de vida, reales. Es decir, un embrión de cuatro meses. Pero la memoria fáctica no ha sido impedimento para que, año tras año, y porque sí, me levante el 6 de julio canturreando por lo bajini lo correspondiente. Es otra manía indescifrable de origen incierto, sistemática y perpetuada durante décadas, independiente al hecho de ver o no el chupinazo por la tv.
A los 30 se convirtió también en una efeméride de pareja, con regalo de anillos, fiestas románticas y el resto de la noche ahorro los adjetivos guarros que os podéis imaginar. Imaginadlos todos, sí.
Efeméride a la que se añadió el estreno de la treintena, mas la comida familiar "Cuéntame" donde oír el relato (por 30ª vez) de los Sanfermines del 78.
Tres años después, la celebración es bastante agridulce, y para mayor simbolismo poético la he "festejado" en un restaurante chino inflándome a platos agridulces. El resultado previsible (al que todavía busco explicación) es un insomnio equivalente a consumir 5 cafés dobles seguidos.
Agridulce es esta treintena de mierda, donde la cosa va cuesta abajo cada día que pasa. Al menos perviven los anillos y los besos.
Recuerdo como una puñalada la observación chistosa que hice en 2009, hasta antes de nacer ya era periodista ¡joder! en el lugar de la noticia. Qué boca más gafe.
En aquellos momentos vivía mi burbuja laboral, pero con un aderezo que no había experimentado nunca antes. A pesar de mi estado continuo de alerta, de seguir pateando a conciencia las calles y asistir a los eventos y ruedas de prensa programadas, las propias "noticias" parecían perseguirme. Los hechos noticiables ocurrían cerca o al lado de donde estaba en ese momento; o justo la semana anterior había contactado personalmente con el responsable, para un tema, y se convertía en amable fuente para este otro. Casualidades así.
Aura periodística extraña, mirar al futuro, proyectos propios a punto de empezar. Todo a la mismísima porra.
Con una antigua conocida me enfrasqué hace poco en un amplio debate filosófico, literario, social y periodístico de la situación. Y muchos más temas entrelazados. Quizás nosotras nunca podamos volver a la comunicación, con lo bonito que está el panorama.
Como ella y como yo, muchos otros estamos sumergidos en una situación de impotencia, perdidos en la nada, da igual el sector. El trasiego mediático, sobre todo por la red y redes sociales, es una auténtica basura: redactores y autores varios escriben cómodamente hora tras hora; a fin de cuentas, tienen algo que mostrar/vender.
La otra vertiente informativa son los estragos de la crisis: víctimas en situaciones límite, hijos sin pan, deshauciados de sus casas, condenados a buscar en la basura o acudir a entidades de caridad.
Después está el sector de enmedio de la nada, al que pertenezco con todo el desprecio del mundo, ese del que no se habla tan abiertamente. Es cierto que en las redes sociales estamos para divertirnos en general, y que en este blog por ejemplo se repite el tema, el tono en apariencia quejicoso y ya aburro. Pero no puedo evitarlo una y otra y otra vez.
Porque aquí no hay victimismo, búsqueda de compasión ni lloros cansinos. Hay impotencia, furia y rabia por la pasividad impuesta. Ya no hablo del sector comunicación, en absoluto.
No paran las entrevistas de trabajo. Y aumenta mi cansancio ante supuesta formación (sin remunerar) que bueno, vale, se acepta, pero acaba convirtiéndose en una jornada de trabajo gratis, sin estar dada de alta ni derecho nada. O simpáticos contratos mercantiles chusqueros, again and again, en fraude clarísimo al ser una relación puramente laboral con horarios fijos y directrices de la empresa.
Tener eso y no tener nada es lo mismo. Y ni paro ni hostias, ayudas familiares, que no se pueden malgastar en comida, gasolina o trajes de chaqueta para una actividad que acabará por no ser ni trabajo: legalmente no tienes nada y al final dicen que ni te contratan ni te pagarán un céntimo por lo trabajado.
Y eso es todo lo que hay para elegir. ¿Qué haces? Una veintena de nuevas ofertas de empleo cada día, de todo pelaje y sector, de las que treinta son más que sospechosas, esclavistas o directamente ilegales. Sí, las cifras las he escrito bien, no es una errata.
Pues elijo suicidio. Bueno, hoy no, ya si eso, mañana. ¡Riau!
Efeméride a la que se añadió el estreno de la treintena, mas la comida familiar "Cuéntame" donde oír el relato (por 30ª vez) de los Sanfermines del 78.
Tres años después, la celebración es bastante agridulce, y para mayor simbolismo poético la he "festejado" en un restaurante chino inflándome a platos agridulces. El resultado previsible (al que todavía busco explicación) es un insomnio equivalente a consumir 5 cafés dobles seguidos.
Agridulce es esta treintena de mierda, donde la cosa va cuesta abajo cada día que pasa. Al menos perviven los anillos y los besos.
Recuerdo como una puñalada la observación chistosa que hice en 2009, hasta antes de nacer ya era periodista ¡joder! en el lugar de la noticia. Qué boca más gafe.
En aquellos momentos vivía mi burbuja laboral, pero con un aderezo que no había experimentado nunca antes. A pesar de mi estado continuo de alerta, de seguir pateando a conciencia las calles y asistir a los eventos y ruedas de prensa programadas, las propias "noticias" parecían perseguirme. Los hechos noticiables ocurrían cerca o al lado de donde estaba en ese momento; o justo la semana anterior había contactado personalmente con el responsable, para un tema, y se convertía en amable fuente para este otro. Casualidades así.
Aura periodística extraña, mirar al futuro, proyectos propios a punto de empezar. Todo a la mismísima porra.
Con una antigua conocida me enfrasqué hace poco en un amplio debate filosófico, literario, social y periodístico de la situación. Y muchos más temas entrelazados. Quizás nosotras nunca podamos volver a la comunicación, con lo bonito que está el panorama.
Como ella y como yo, muchos otros estamos sumergidos en una situación de impotencia, perdidos en la nada, da igual el sector. El trasiego mediático, sobre todo por la red y redes sociales, es una auténtica basura: redactores y autores varios escriben cómodamente hora tras hora; a fin de cuentas, tienen algo que mostrar/vender.
La otra vertiente informativa son los estragos de la crisis: víctimas en situaciones límite, hijos sin pan, deshauciados de sus casas, condenados a buscar en la basura o acudir a entidades de caridad.
Después está el sector de enmedio de la nada, al que pertenezco con todo el desprecio del mundo, ese del que no se habla tan abiertamente. Es cierto que en las redes sociales estamos para divertirnos en general, y que en este blog por ejemplo se repite el tema, el tono en apariencia quejicoso y ya aburro. Pero no puedo evitarlo una y otra y otra vez.
Porque aquí no hay victimismo, búsqueda de compasión ni lloros cansinos. Hay impotencia, furia y rabia por la pasividad impuesta. Ya no hablo del sector comunicación, en absoluto.
No paran las entrevistas de trabajo. Y aumenta mi cansancio ante supuesta formación (sin remunerar) que bueno, vale, se acepta, pero acaba convirtiéndose en una jornada de trabajo gratis, sin estar dada de alta ni derecho nada. O simpáticos contratos mercantiles chusqueros, again and again, en fraude clarísimo al ser una relación puramente laboral con horarios fijos y directrices de la empresa.
Tener eso y no tener nada es lo mismo. Y ni paro ni hostias, ayudas familiares, que no se pueden malgastar en comida, gasolina o trajes de chaqueta para una actividad que acabará por no ser ni trabajo: legalmente no tienes nada y al final dicen que ni te contratan ni te pagarán un céntimo por lo trabajado.
Y eso es todo lo que hay para elegir. ¿Qué haces? Una veintena de nuevas ofertas de empleo cada día, de todo pelaje y sector, de las que treinta son más que sospechosas, esclavistas o directamente ilegales. Sí, las cifras las he escrito bien, no es una errata.
Pues elijo suicidio. Bueno, hoy no, ya si eso, mañana. ¡Riau!
Bueno, Sara, tu artículo al menos sí que tiene los pies en el suelo, aunque empiece con el típico chupinazo y acabe con ciertas ganas de que el chupinazo te acierte entre ceja y ceja. Al menos, no hay en tu cabeza ninguna burbuja de vacío, ningún agujero negro que te impida a día de hoy expresar lo que sientes y que es -como suele pasar a los que leemos entre lineas- lo que sentimos muchos. Hace ya demasiado tiempo que corremos delante de una manada de astados con corbatas y coches de 40000 euros, llámense ganadería política, ganadería banquera o ganadería empresarial. Nos pisan los talones y apuntan sus afiladas cuernas contra nuestras espaldas, mientras corremos y corremos por mucho que sepamos que ya nos hemos dejado media piel en la carrera.
ResponderEliminarOjalá que llegue pronto el día que nos demos la vuelta, enganchemos la muleta y apuntemos certeramente con el estoque.
Mientras tanto, seguimos corriendo y lo poco que ganamos es poderlo contar.
Mientras no nos quiten también el bolígrafo o el teclado, claro.
Un saludo cordial y hoy no, hoy no te mates. ¡Riau!, como decís por ahí arriba.
¡Ole!, como soltamos por acá abajo.
En un caso u otro, un abrazo desde Sevilla y disfruta, cielo, disfruta.