Ese interludio de auriculares con una oreja que falla, la espada de Damocles atenta sobre el cobre partido o roto o a punto de partirse, maniobras acróbatas para desactivar una bomba hasta conseguir la posición exacta del cable, vuelven a sonar derecha e izquierda, el estéreo del logotipo; ese lapso que es una cuenta atrás conocida hasta que ya no emitan música alguna. Y llegará pronto.
Ese lapso entre un tema que surge, una confesión, que se desarrolla lenta pero segura, caracol dejando todo lleno de babas, y crece, y crece, se atasca durante una semana porque ha engordado tanto que ya no cabe en un post y es necesario esperar el día oportuno para el megapost.
Y el último interludio, el de la creación del post, el día en que quieren las líneas salir con vida propia, cuando ellas quieren y como quieren, porque no hay otro horario laboral que obligue a domesticarlas.
La última despedida a esos autores muertos y desgraciados, con cariño pero radical, no volváis, ahí la confesión, esta historia comienza a las puertas de un cementerio y acaba en las puertas de otro, el miedo íntimo a la Locura, al Hambre, a acabar aplastada por folios pero en Soledad, como ellos, ese rechazo primero a una vida miserable y otras cosas... y ese lapso de correcciones, escritura, de hostias a la musa negra, otras pocas correcciones... una pausa y hay otro muerto, pero este sí tuvo recuerdo en vida. Que se acaba de ir Ana María Matute, la cara opuesta de los que hablaba; los que me han producido pesadillas durante la última semana, las últimas dos décadas, los últimos 23 años.
Ahí se desvanece todo trabajo; casi dejaría la foto, un resumen de cuatro líneas, una preview del árido tema. Pero ahora las líneas no quieren, es ridículo eso hoy. ¿Cómo voy a dejar un post a medias? Para todo hay una primera vez...
El teclado está jodidamente duro y molesta para terminar el post-que-hoy-no.
Debajo de cada tecla habrá toneladas de mugre de ceniza, es hora de desmontarlo. Y conseguir otros auriculares.
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