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El día en que descubrí que soy pobre _ La sociedad del Mundo Feliz

El día en que descubrí que soy totalmente pobre no estaba haciendo nada especial. Mi cabeza, de hecho, se relajaba en la falta de concentración durante una pausa de estudio. Descanso permitido para comer algo en el salón, frente a la tele. Con el mando a distancia salto de un número a otro, de un canal a otro, increíble desgana. Hasta la palabra zapping ha pasado de moda. Y no voy a mentir, ya no es habitual estar ahí sentada, mirando nada elegido que puedas poner en pausa o revisionar, ni nada elegido minuto a minuto. Veo más internet que televisión.

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Cuando todos son iguales menos tú, tú eres el raro, el peligro al que hay que eliminar

Si hubiera leído con más atención a Zygmunt Bauman antes de que se muriera, no habría caído en la trampa de estos espejismos que me han costado caro. Como un entorno de indiscriminados follows por las redes sociales, que amortiguan la Soledad de tantas décadas viviendo entre congéneres de altas posibilidades económicas, pero sin interés por desarrollar ni su cerebro ni las artes, mucho menos la Escritura. 

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Qué es lo importante

Enfrentar lo mítico es un ejercicio de heroicidad. Hay que tenerlos bien puestos porque habrá cosas incómodas, irrealidades que se pensaron firmes y pueden explotar en un segundo si nunca fueron así como las cuentan.

Vale para la realidad histórica, para la historia personal o incluso para autores u obras literarias clásicas, simple desvergüenza parvularia cuando se les hinca el diente. Sólo nombre.
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El rumor del viento


Nunca deja de sorprenderme esta naturaleza.

Un enorme cuervo, con sus familiares puntas de alas como dedos, atraviesa a media altura la carretera. Izquierda a derecha. Sigo su vuelo y justo ahí se abre una salida, cambiando la nacional de asfalto por un camino salvaje.

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Comunicado oficial "Bajo el árbol morado. La creatividad maldita"

Durante la primavera del primer año en Periodismo imité la costumbre de mi novio, estudiante de tercero y prestamista de varios libros de simbolistas franceses (si tuviera que elegir una etiqueta, mi poesía se parece a esto, declaré al devolvérselos). Golden Virginia era la costumbre, un delicioso tabaco de liar, un placer inmenso tocar las hebras frescas y envolverlas en su papel y su filtro. Y muchísimo más barato, entonces, que el tabaco industrial de cajetillas.
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Arrancar

La rémora de cansancio sigue el miércoles 4 de enero, todavía horas de sueño y hastío, pero sopla de a poco una energía familiar: pienso en el artículo diario para el blog, temas, dame temas. Pienso en el parecido de este propósito de año nuevo con la imagen de una garrapata, fija, férrea en su posición inamovible gracias a las extremidades de anzuelo atravesando la carne.
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Al final o al principio de la línea

Funesto es el adjetivo que preside el lluvioso día de entrada. Funesto, con esa luz cegadora de color hueso de muerto. Cuando llueve hace menos frío aquí, nos alejamos de los cero grados de la madrugada. Este blanco espectral suma irrealidades a la convención de un nuevo año, porque el calendario (la Tierra, el camino del Sol por la galaxia) no se ha detenido un segundo: atentados en Estambul, una mujer fallece al caerse por una ventana y se investiga a su expareja con orden de alejamiento que, sin embargo, estaba demasiado cerca. Las luces de feria de los horrores siguen en la tienda, tal y como las dejé el año pasado. 

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El Principio

Exhaustos llegamos al post número 30, al intento de post número 30 para que sea redondo el fin de año. Son las 20 horas. Por fin en casa después de un horroroso día de esclavitud entre pasillos de la tienda. Fuera 3º C. Las estufas y el ordenador en marcha. El horno también está prendido. Quiero completar unos últimos párrafos para exorcizar este cansancio, para olvidarme de la amargura del día.

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