No me hagas hablar de la entelequia.
No me hagas pensar en la entelequia.
No me hagas que...
En la decimoctava partida, en la vigésima o en la número treinta y cinco, los caballos siempre sobrevivirán. Siempre negras. Siempre resistir. Comandancia de las huestes enfurecidas, antes de los tanques el movimiento iba a caballo.
No me des la victoria anticipada, así no la quiero; un enemigo débil es un mal enemigo. No me hagas pestañear de frente en la entelequia, porque conozco el borde exacto y la zona del dorso para que el tablero salga disparado al otro lado de la habitación en un arco perfecto.
Siempre resistir. Y ese dolor de riñones sudorosos, ese espinazo hecho polvo de tantos peones asesinados en el ajedrez gigante del Parque de las Ciencias, hasta que caíste en la trampa. Mate en cuatro, a caballo.
Y cuando estaba a punto de ganar, de manera legítima después de cien partidas, ¿recuerdas lo que hice?
[Crucé el campo de batalla 3D y tiré al rey con mis propias manos]
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