Esta es Claudia.
Nunca ha sido una niña, no desde que tiene memoria. El desconocimiento inocente de la infancia nunca lo conoció, eso es un invento.
Hacía cosas. Tuvo otros empleos, como contable, profesora, estudiante, amiga [Tiza sobre asfalto, Silicona natural, La farola naranja, La cueva]
Recorrió el mundo en furgoneta. Visitó un pueblo indígena americano, vivió de la tierra y se dejó las uñas cuando intentaba incendiar hogueras sin acelerantes químicos. Conversó durante horas con chamanes sobre el sentido de la vida y el alma de los animales y la naturaleza.
Recordó otras vidas.
Fue a la guerra y enfermó de sepsis por una herida con acero. [El castillo de Medianoche]
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Recordó otras vidas.
Fue a la guerra y enfermó de sepsis por una herida con acero. [El castillo de Medianoche]
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Esta es Claudia. Antes tuvo otro nombre, un nombre escrito sin vocales, egipcio [La hija del dios]. Y hacía cosas extrañas, llenas de conocimiento. Pero antes, también, tuvo los ojos azules, y sabía las respuestas antes de que el entrevistador se las hiciera. [Zener]
Y después, esta es Claudia.
En la segunda década del siglo XXI tomó los ojos verdes. Nació en diciembre de 2011, con ojos verdes y flequillo. Hablaba de otras cosas, distintas, quizá reales. Por el camino, fue administradora en La Urbanización, donde pasaba consulta psicoanalítica a sus vecinos Dante, Kafka, Maquiavelo y el Marqués de Sade, abrumados por la fama post-mortem, sin entender desde el Otro Mundo por qué las cosas son dantescas, kafkianas, maquiavélicas ni sádicas.
Esta es Claudia.
En marzo de 2013 enfermó de hambre y kafkosis ™. Todavía contaba unas pocas cosas reales, hasta que alguien se las arrancó para narrarlas antes.
Liberada de cualquier deuda con la innecesaria actualidad, la enfermedad se cronificó en pesadillas y sombras por las esquinas, cada vez más lejos de un final feliz. Se perdió en fiestas. Se perdió en excursiones. Volvió a la furgoneta. Encontró nuevas respuestas.
En marzo de 2014, de nuevo, tomó la administración y destruyó todo a su paso. El desaliento no existe, ni el olvido. No hay permiso.
Vayamos a la guerra, dice. Todo lo demás no importa. Soy yo la que me encierro y no quiero salir, la que grita a sus amantes que se larguen sin dirigirme la palabra siquiera.
Porque se equivocan. Siempre se equivocan.
Esta es Claudia.
Y ES SIEMPRE EL MISMO LIBRO.
Siempre ha sido el mismo libro, en 20 años.
Hasta que no se publique por primera vez, no habrá lugar donde esconderse.
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