En 1993 Shania Abadú escribió el libro titulado El jilguero, donde se narraba la historia de una protagonista sin nombre que se encuentra en la calle una cría de este pájaro y lo lleva a su casa. En vez de meterlo en una jaula tradicional, demasiado pequeña, lo coloca en una grande, en contra de los expertos criadores que aseguran a la prota que el bicho no aprendería a cantar con tanto espacio. Pero el pájaro sí lo hace. Demasiado, quizá, porque la protagonista descubre que el jilguero le habla. Y que si lo saca de la jaula, en vez de escapar, se acerca a otros animales y estos también hablan.
La aberración natural va mucho más allá, porque el jilguero tiene la misión de señalar a la gente que fallecerá pronto de muerte violenta, avisarlos y convencerlos de que terminen las tareas pendientes (buenas y malas) que deben hacer antes de irse y, por tanto, no dejar su destino a medias. Tarea de convencimiento que le toca a la protagonista alucinada. Porque los avisos no son aleatorios, el jilguero busca encontrar a alguien concreto...
Todo esta historia del jilguero, su dueña y Shania Abadú escribiendo la historia es a su vez un relato que escribí en 1993. Inspirado en mi actividad de esa época, cuando pretendía convertirme en criadora de canarios, el único ser vivo que vencía las alergias y fobias maternales sobre perros, gatos, hamsters, cobayas, loros o reptiles varios metidos en casa. Lejos de conseguir hacerme una experta, acabé con un montón de bichos raros. Un vecino me regaló un "canario", o algo que se le parecía, un mestizo de canario y jilguero horrendo, con las patas deformes (los dedos muy gruesos) y una cabeza decorada en naranja, en vez del rojo de su progenitor. Al poco tiempo, encontré lo que pensaba era un gorrión, y resultó ser un ejemplar de Pardillo común (carduelis cannabina). Le puse Veleta de nombre, y desde el principio lo acostumbré a sacarlo de la jaula porque me sentía culpable de tenerlo ahí metido, siendo un pájaro silvestre. Con el tiempo, se domesticó él solito y acudía volando cuando lo llamaba. Ambos bichos raros sobrevivieron casi 6 años a la mayoría de ejemplares de canario común que fui adquiriendo en tiendas.
El relato y sus circunstancias eran cosas olvidadas hasta ayer. Las recordé en medio de un sueño: estaba paseando y llegó Shania Abadú, el jilguero, se me ocurrió porque Veleta estaba vivo entonces.
En el sueño también empecé a reflexionar (lógico que duerma tan poco, si me pongo a pensar sobre lo que veo en el sueño dentro del mismo sueño, ni descanso ni nada, no hay manera) sobre el parecido asombroso entre Shania Abadú y Jimina Sabadú, esta última sí de carne y hueso, sí escritora y sí con una firma que incluyen en antologías de nuevos escritores, no como yo que llevo dos décadas de inutilidad. Y entre el jilguero y El Jilguero de Donna Tartt, aunque no tiene nada que ver la trama, si acaso un poco de misterio con asesinos sueltos, sí más en común con Ánima de Wadji Mouawad por aquello de los animales que hablan.
En esas estaba, en el sueño, cuando hay una pequeña trifulca (pero larga de contar, porque conecta con la anterior parte onírica, que no viene a cuento) que se resume en que saco una foto, alguien se cabrea como un mono y esgrimo el argumento del periodismo, del espacio público e incluso un carnet de prensa que llevo en la cartera.
Mira de lo que te ha servido el periodismo, dice una señora con franca intención de arrancarme los pelos de la cabeza uno y a uno, así que me pongo a correr (ha dicho "te ha servido", en pasado) y me da la risa, y la señora histérica me persigue con la intención de dejarme la cara bonita, y corro y me río porque no le tengo miedo, hasta que la despisto girando por una esquina. O esa creí, porque cuando dejo de correr, la señora aparece de frente, me apunta con una pistola (ya no me río en absoluto) y dispara. De lleno.
Despierto cuando empieza a dolerme, porque ya he perdido la cuenta de las veces en que me he muerto del todo en un sueño o pesadilla, ya me lo sé, esta vez me lo tomo a coña porque ya esperaba una cosa así, tan arquetípica, tan previsible, tan de siempre lo mismo. Cada vez que leo algo de Jung o relacionado me pasa lo mismo.
Es casi ya una broma de años entre nos.
La aberración natural va mucho más allá, porque el jilguero tiene la misión de señalar a la gente que fallecerá pronto de muerte violenta, avisarlos y convencerlos de que terminen las tareas pendientes (buenas y malas) que deben hacer antes de irse y, por tanto, no dejar su destino a medias. Tarea de convencimiento que le toca a la protagonista alucinada. Porque los avisos no son aleatorios, el jilguero busca encontrar a alguien concreto...
Todo esta historia del jilguero, su dueña y Shania Abadú escribiendo la historia es a su vez un relato que escribí en 1993. Inspirado en mi actividad de esa época, cuando pretendía convertirme en criadora de canarios, el único ser vivo que vencía las alergias y fobias maternales sobre perros, gatos, hamsters, cobayas, loros o reptiles varios metidos en casa. Lejos de conseguir hacerme una experta, acabé con un montón de bichos raros. Un vecino me regaló un "canario", o algo que se le parecía, un mestizo de canario y jilguero horrendo, con las patas deformes (los dedos muy gruesos) y una cabeza decorada en naranja, en vez del rojo de su progenitor. Al poco tiempo, encontré lo que pensaba era un gorrión, y resultó ser un ejemplar de Pardillo común (carduelis cannabina). Le puse Veleta de nombre, y desde el principio lo acostumbré a sacarlo de la jaula porque me sentía culpable de tenerlo ahí metido, siendo un pájaro silvestre. Con el tiempo, se domesticó él solito y acudía volando cuando lo llamaba. Ambos bichos raros sobrevivieron casi 6 años a la mayoría de ejemplares de canario común que fui adquiriendo en tiendas.
El relato y sus circunstancias eran cosas olvidadas hasta ayer. Las recordé en medio de un sueño: estaba paseando y llegó Shania Abadú, el jilguero, se me ocurrió porque Veleta estaba vivo entonces.
En el sueño también empecé a reflexionar (lógico que duerma tan poco, si me pongo a pensar sobre lo que veo en el sueño dentro del mismo sueño, ni descanso ni nada, no hay manera) sobre el parecido asombroso entre Shania Abadú y Jimina Sabadú, esta última sí de carne y hueso, sí escritora y sí con una firma que incluyen en antologías de nuevos escritores, no como yo que llevo dos décadas de inutilidad. Y entre el jilguero y El Jilguero de Donna Tartt, aunque no tiene nada que ver la trama, si acaso un poco de misterio con asesinos sueltos, sí más en común con Ánima de Wadji Mouawad por aquello de los animales que hablan.
En esas estaba, en el sueño, cuando hay una pequeña trifulca (pero larga de contar, porque conecta con la anterior parte onírica, que no viene a cuento) que se resume en que saco una foto, alguien se cabrea como un mono y esgrimo el argumento del periodismo, del espacio público e incluso un carnet de prensa que llevo en la cartera.
Mira de lo que te ha servido el periodismo, dice una señora con franca intención de arrancarme los pelos de la cabeza uno y a uno, así que me pongo a correr (ha dicho "te ha servido", en pasado) y me da la risa, y la señora histérica me persigue con la intención de dejarme la cara bonita, y corro y me río porque no le tengo miedo, hasta que la despisto girando por una esquina. O esa creí, porque cuando dejo de correr, la señora aparece de frente, me apunta con una pistola (ya no me río en absoluto) y dispara. De lleno.
Despierto cuando empieza a dolerme, porque ya he perdido la cuenta de las veces en que me he muerto del todo en un sueño o pesadilla, ya me lo sé, esta vez me lo tomo a coña porque ya esperaba una cosa así, tan arquetípica, tan previsible, tan de siempre lo mismo. Cada vez que leo algo de Jung o relacionado me pasa lo mismo.
Es casi ya una broma de años entre nos.
"...si me pongo a pensar sobre lo que veo en el sueño dentro del mismo sueño, ni descanso ni nada, no hay manera".
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